jueves, junio 25, 2009

Mi cuento chino. La Enciclopedia Nueva del Emperador

Hoy me he enterado que el British Museum inaugura una exposción en la que muestra los tesoros de la antigua China que hay entre sus fondos. hace años descubrí uno de ellos. Mi parquedad económica me impedirá acudir a la exposición, pero lo que puede impedirme -al menos por ahora- es que os cuente un cuento chino sobre uno de de los contenidos de esa exposición.
Esto es lo mas parecido a un cuento chino que occidentales como nosotros podemos contar.
Hace muchos años hubo un emperador que, como todos los emperadores, mató a la mitad de su familia para llegar a ser emperador.
Como todos los emperadores, tenía miedo, así que dio la orden de construir una ciudad para él y lo que quedaba de su familia en la que nadie pudiera entrar ni salir sin permiso.
Como todos los emperadores, tenía ansias de poder. Así que ordenó que una flota de 1.100 barcos surcara los mares para buscar nuevos territorios sobre los que gobernar.
Como todos los emperadores, se sentía culpable. Pero al contrario de lo que hacían sus iguales en las tierras en las que se pone el sol, no decidió hincar la rodilla y buscar un dios al que rezar. Como Yongle era emperador buscó una forma de lavar su conciencia. Como era chino decidió hacerlo con la cultura.
Ordenó que se reuniera en una enciclopedia el compendio de todos los saberes y todas las artes que hasta entonces había originado la tierra sobre la que gobernaba.
Como sólo corría el año 400 de nuestra era y los chinos por entonces eran pocos, la enciclopedia sólo abarcó 11.095 volúmenes. Como los que sabían escribir eran aún menos, sólo se hicieron dos copias. Como 3.000 sabios se dedicaron a ello, sólo tardaron tres años.
Y así nació la enciclopedia nueva del emperador. La Enciclopedia de Yongle. Pero en China, en oriente, lo importante no es como nacen las cosas. Lo importante es como mueren.
Esta es la historia de la muerte de la enciclopedia nueva del emperador.
Pasaron los años y el emperador, como todos los emperadores, perdió una guerra y dejo de serlo. A su dinastía, la Ming, la siguió su dinastía rival, la Qing.
Y cuentan que, en plena batalla, un general que, como suelen hacer los generales, sólo quería quedar bien con el nuevo emperador, quemó y saqueó la Ciudad Prohibida. Esa ciudad que Yongle construyó para estar a salvo. Y también cuentan que el nuevo emperador qing, cuando vio las llamas y cuando vio arder la biblioteca imperial, hizo lo único que se le podía ocurrir hacer a un chino al ver que alguien había hecho arder el más grande compendio de su cultura. Cuentan que el emperador qing lloró. Lloró e hizo ejecutar al general.
La Enciclopedia del Yongle, que ya ni era nueva ni era del emperador, descansó varios siglos en manos de sus enemigos, que vivían en la ciudad que él había construido para protegerse de ellos.
Pero entonces llegaron las Guerras del Opio. Y con las guerras del opio llegaron los franceses. Y por aquel entonces allá donde iban los franceses les seguían los ingleses. Y con los franceses y los ingleses llegaron sus ejércitos.
Y con los ejércitos de occidente siempre, sin excepción alguna, llegan las llamas.
La Ciudad Prohibida ardió de nuevo y, cuando los occidentales se volvieron a casa con el control de las rutas del opio en el bolsillo, en las 700 estanterías que habían albergado la única copia que aún quedaba de la enciclopedia de Yongle sólo había ceniza. Corría el año 1834 cuando los chinos respiraron aliviados porque los occidentales al menos habían dejado el original inmaculado.
Pero occidente no suele cometer el error de no llevar un error hasta sus últimas consecuencias. Así que, cuando gobernaba la última descendiente de la dinastía que había guardado la enciclopedia nueva de un emperador que era su rival, volvieron para acabar el trabajo.
En 1900, las ocho potencias de entonces, es decir, las de siempre: Inglaterra, Austria Hungría, Francia, Rusia, Italia y Japón, más una nueva -por desgracia una nueva-, Estados Unidos, volvieron a visitar la Ciudad Prohibida y volvieron a llevar sus ejércitos como regalo. La ciudad volvió a arder y la enciclopedia nueva del emperador, que ya era única y no tenía copias, volvió a arder y a desaparecer entre el saqueo y el pillaje occidental.Hoy sólo quedan 400 de los 11.095 tomos que comprendía esa obra de arte sobre las artes chinas. Y aún hemos de dar gracias.
Como Austria Hungría tenia un Archivo y los austro húngaros eran metódicos, los 45 volúmenes que llegaron a esas tierras se catalogaron, se almacenaron y se olvidaron. Como Inglaterra tiene pasión por exhibir la cultura, aunque sea robada, el British Musseum arrancó los 30 volúmenes que llegaron a la Pérfida Albión de manos de sus lores generales y los exhibió para orgullo del Imperio.
Como Francia tiene pasión por el conocimiento, guardaron los 28 libros ininteligibles que su ejercito les llevó en espera de que algún francés les encontrara significado. Cómo Japón es oriental devolvió lo robado.
Por desgracia para el mundo, como Estados Unidos es Estados Unidos, los más de 100 volúmenes que llegaron a esa tierra se perdieron en las brumas de Boston y de Filadelfia y probablemente en la chimenea que calentaba la casa solariega de algún general en Idaho.
Por eso, de la nueva enciclopedia del emperador Yongle sólo nos quedan 400 volúmenes cuidados con mimo en 8 paises y un dicho: Si las potencias son civilizaciones han leído la enciclopedia de Yongle. Si sólo son potencias se han limitado a quemarla.

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