Hacía más un siglo, mucho más, que los Dragones de Francia no custodiaban el pasillo de salida del Palacio de Versalles, otrora símbolo de la grandeza de unos pocos a costa de la misería de otros muchos. Hacia más de un siglo que el Senado y el Congreso de Francia -es decir, los archifamosos Estados Generales- no se reunían conjuntamente. Y hoy lo han hecho.
No se han juntado para hacer frente a la crisis que paraliza el país, Europa y, ya de paso, Occidente. Lo han hecho para escuchar al presidente de La República -la república francesa, se entiende, que otros no tenemos esa suerte- hablar. Hablar del Burka.
Esa prenda afagana, maldita e ignominiosa, que cubre los cuerpos, los rostros y los cabellos de las mujeres en el feudo taliban que no ha dejado de serlo pese a que los talibanes ya no gobiernen en él, ha logrado lo que no conseguía nadie desde antes incluso del Escándalo Dreyffus. Lo que no han logrado dos guerras mundiales.
Y Sarkozy, ese presidente que manda a la polícia cargar contra manifestantes en paro y sin futuro, que pretende cerrar o controlar instituciones universitarias con siglos de historia, que aprueba falsos expedientes de regulación de empleo para mantener los beneficios de los herederos de los que antaño habitaran la Corte de Versalles, se ha plantado ante la Asamblea de Francia y ha dicho que La República no puede tolerar el Burka porque es un símbolo de servidumbre de la mujer.
Tiene toda la razón del mundo. Nadie puede negarselo. El Burka es un símbolo de la servidumbre de la mujer dentro de la concepción taliban del mundo -que la tienen, añeja, pervertida y recalcitrante, pero la tienen-.
Estoy seguro de que miles de manos femeninas aplaudirán a rabiar la decisión -y otros millones más en Kabul Kandahar o cualquier otra ciudad afgana-. Pero Sarkoszy, que parece que de repúblicano tiene lo justo, ha cometido un error de bandera -de la tricolor, por supuesto-. No es que La República no pueda tolerar el Burka. Es que está en la obligación de hacerlo.
La República Francesa, la italiana, la alemana y los reinos de Holanda, Gran Bretaña o España, por decir algunos, no deben tolerar que madre, padre o esposo obliguen a nadie a llevar un burka; no pueden tolerar que alguien sea agredida, repudiada, insultada o maltratada por negarse a llevar ese ataúd de tela sobre el cuerpo.
Los gobiernos no deben permitir que nadie que no quiere llevar un burka, una falda hasta los pies, una mantilla en Semana Santa o una camisa blanca con una chapa de acetato en la que pueda leerse "elder Brown" tenga que llevarlas porque alguien le obligue o le coaacione para ello.
Pero las prendas en sí, el burka en este caso, está en la obligación de tolerarlas.
Porque, aunque en la parca y occidental mente de Sarkozy y todos los y las que aplauden la médida, no resulte concebible, cabe la posibilidad -quizás remota- de que alguien quiera llevarla, de que alguien voluntariamente la acepte y entonces La República tendrá un problema.
No porque sea un signo religioso en un estado laico. Sino porque entonces la prohibición del burka o de cualquier otra ropa o pieza de tela colocada de una u otra manera no tendrá sentido. Como no tendría sentido prohibir a las mujeres francesas ir vestidas de cintura para arriba por la calle porque, al fin y al cabo, en las Islas Mauricio sólo las mujeres casadas se cubren los pechos en señal de respeto por su marido.
Sarkozy se iguala por fin -en presunción y escasez de miras, no nos confundamos- a Napoleón, Danton y otros egregios revolucionarios, que intentaríon exportar las ideas más avanzadas -que no dejan de serlo, por cierto- a golpe de decreto y bayoneta desde Francia, desde Inglaterra e incluso desde las aulas de esas Cortes de Cadiz que decidieron que los españoles eran buenos, honrados y trabajadores, por decreto ley y preámbulo constitucional.
Que Francia -o el país que se tercie, incluida la falsa república de Afganistán- se asegure que nadie que no quiera llevar una burka, un chador, una falda larga, un crucifijo, un sombrero de ala ancha, un kipa, una chapa de acetato o cualquier otro símbolo de servidumbre a ser humano o divino alguno tenga que llevarlo porque alguien se imponga.
Lo demás es artificio. Es un juego malabar banal y sinsentido. Las prendas son símbolos, pero eliminar el símbolo no elimina la realidad.
Haría mejor, ya que tiene juntos a Senado y Congreso, en aprobar medidas para evitar que esas realidades de las que la burka es un símbolo desaparezcan de verdad. Y asegurarse por igual de que la que quiera llevar burka pueda hacerlo y de que la que no quiera llevarlo no lo haga.
A lo mejor recibiría menos aplausos progresistas pero recuperaría aquello de la Liberté e Igualité que en su día fundo su república.
Claro que las y los que aplauden luego votan. Y la última encuesta censal francesa dice que tan sólo un 10 por ciento de las ciudadanas francesas de religión musulmana y de origen extranjero lo hacen.
A lo mejor eso tiene que ver con el inútil gesto versallesco de Sarkozy.
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