Y de pronto Turquía. Otra vez Turquía.
Mientras nosotros continuamos, consternados, asolados, aterrados o cualquier otro calificativo trágico que queramos poner a nuestra reacción seguimos mirando a Niza, de pronto un golpe militar lo intenta y casi lo consigue en Turquía.
Y nosotros no vemos más allá. Seguimos con los ojos puestos en la matanza de Niza y no vemos más allá de la posibilidad de que nos estropeen las vacaciones o nos retrasen los vuelos.
No vemos más allá del modo y de la forma en el que la población turca reacciona y contribuye a evitar el golpe militar -algo sin duda impensable en la sociedad occidental atlántica inasequible al riesgo personal por cualquier motivo-.
No vemos más allá de las similitudes de la situación con otro golpe que aplaudimos con las orejas cuando se produjo en Egipto hace unos años y que nos dejó con la incoherencia de ser "demócratas modernos" defendiendo un levantamiento militar contra un gobierno salido de unas urnas.
No vemos más allá de nada porque no analizamos los mensajes. Contamos los muertos, lloramos las lágrimas, sacamos la rabia y el orgullo pero nadie se sienta a analizar los mensajes.
Ni de Niza, ni de Turquía, ni de nada que nuestros enemigos hagan en esta guerra aciaga que estamos condenados a perder.
Atacan una y otra vez a la raíz más profunda de la educación occidental atlántica y siempre dan en el blanco. Atacan al miedo y el miedo nos paraliza, nos impide pensar más allá de los mensajes que los medios envían, que los gobernantes lanzan: son locos, son fanáticos.
Como si los locos y los fanáticos no pudieran ganar una guerra. Como si por ser locos y fanáticos no tuviéramos que entender que es lo que nos están diciendo a gritos con sus bombas y con nuestra sangre.
Con el 11S en Nueva York, el 11M en España y el 7J en Londres nos dijeron a gritos y sangre que la guerra había empezado y que se combatiría en nuestras calles y nosotros entendimos que los terroristas iban a atacar elementos emblemáticos de nuestra sociedad. Y los protegimos, los reforzamos, hicimos de los aeropuertos fortalezas. Respuesta equivocada.
Con las invasiones fallidas de Irak y Afganistán nos dijeron que no íbamos a lograr lo de siempre, mantener la guerra en el patio trasero del planeta sin que nos afectara. Que aunque fuéramos a sus bases, las bombardeáramos, pusiéramos gobiernos favorables en esos países no íbamos a encontrarles ni a poder mantenerles en sus reductos.
Llevan quince años enviándonos mensajes y nosotros seguimos hablando de religión, de Islam, de fanatismo, sin entrar en el verdadero contenido de esos mensajes.
Con Charlie Hebdo o la escuela judía de París nos dijeron que, al igual que la Convención de Ginebra había muerto también para nosotros como llevaba años enterrada para los civiles libaneses, palestinos, israelíes iraquíes y afganos. Que igualarían la lista muerte a muerte a muerte, que nuestros civiles eran tan prescindibles como los suyos, que los daños colaterales ya no estaban solamente en las películas estadounidenses.
Y nosotros quisimos entender que iban a atacar nuestros símbolos culturales del laicismo y el cristianismo. Y también los blindamos, los defendimos, hicimos leyes para evitar la "islamización" de Europa. Respuesta equivocada.
Con la toma militar de zonas inmensas de Irak, Siria y hasta Turquía nos anunciaron que su objetivo era el gobierno, no la venganza, no el terrorismo, no loa conversión al islam, era puramente establecer un poder global hegémonico. Y nosotros quisimos interpretar que querían bases seguras en las que armarse y acumular sus bombas y explosivos.
Y los bombardeamos de nuevo, armamos a grupos tan peligrosos o más que ellos para enviarlos a combatir contra ellos, apoyamos a dictadores crueles para evitar su ascenso, les dimos aviones de combate, armamento pesado, entrenamiento militar y poder destructivo a todos los que están cerca o alrededor de ellos.
No nos dimos cuenta de que, con el paso del tiempo, terminarán combatiendo a su lado porque están más cerca en todo del falso califato que de ese Occidente Atlántico que siempre ha sido su enemigo. Respuesta equivocada.
Con las masacres de París y de Bruselas nos enviaron otro mensaje que nuestro miedo y nuestra estupefacción nos impidió comprender. Que no les hacían falta explosivos, que no les hacían falta suicidas venidos de allende de las fronteras de nuestra civilización, que no les hacían falta infiltrar nada ni nadie.
Creímos entender que significaba que habíamos dejado de ser daños colaterales asumibles para convertirnos en objetivos prioritarios y que buscaban acumulaciones de gente para generar el máximo daño posible. Y era verdad.
Pero ese mensaje ya había sido lanzado el fatídico 11S y habíamos tardado tres lustros en comprenderlo.
El mensaje que ignoramos es que no les hacían falta explosivos, que no les hacían falta suicidas venidos de allende de las fronteras de nuestra civilización, que no les hacían falta infiltrar nada ni nadie.
Pero nosotros sacamos las tropas policiales a la calle armadas hasta los dientes y las colocamos por doquier, protegimos las aglomeraciones, los actos en los que las multitudes se agolpaban buscando hombres armados, individuos sospechosos, tipos con aspecto árabe, vestidos de blanco y con el pecho demasiado abultado o la mano metida sospechosamente en el bolsillo. Respuesta equivocada.
Y ahora con Niza nos envían otro mensaje. Da igual que controléis las fronteras, que limitéis el tráfico de armas -o que lo intentéis-, que cacheéis a todo el mundo, que coloquéis arcos detectores en los estadios de la Eurocopa, que pongáis a la gendarmería en alerta y el Estado Francés en estado de emergencia. Podemos mataros con un camión, con un coche, con un burro o con nuestras propias manos vamos a seguir haciéndolo sin que podáis evitarlo.
Y con Turquía nos envían otro. Los militares han intentado derrocar una democracia islámica moderada aliada de Occidente, de hecho obsesionada con entrar en la OTAN, y eso nos dice que los ejércitos de esos países empiezan a querer otra cosa, empiezan a valorar que están mejor alejados de nosotros, enfrente de nosotros. Que ven la posibilidad de establecer otro eje de hegemonía geopolítica en el mundo.
Pero nosotros ni siquiera nos preocupamos de Turquía, ni siquiera creemos que tenga algo que ver con nosotros.
Si Turquía cae no tendremos lugar donde escondernos. Y Ya apenas nos quedan. No podemos controlar todas las furgonetas de Occidente, todos los camiones de Occidente, todas las herramientas posibles para perpetrar matanzas. Es decir prácticamente todo lo que hay a nuestro alcance.
Y no vemos ninguno de esos mensajes porque despreciamos una cosa que es la única herramienta para entender el mundo: la historia.
Todo lo que hacen ya lo han hecho y lo han sufrido antes. El fósforo blanco ya ha ignorado a los civiles en Ramala y Gaza, los AK 47 ya han tableteado en las calles de Tel Aviv y Jerusalem, los katiuska ya han silbado por los cielos palestinos e israelíes, los camiones ya se han llevado por delante a centenares de personas en Beirut y los civiles ya han sido masacrados por uno y otro bando, ya se han armado hasta a los dientes a aliados que luego se han convertido en enemigos en ese guerra enquistada que nosotros llamamos conflicto de Oriente Medio.
Pero claro eso no tenía nada que ver con nosotros.
Quizás nos demos cuenta de los dos últimos mensajes que nos han mandado en Niza y Turquía cuando una mañana despertemos con la noticia de que un pueblo perdido de Bélgica, Alemania, España o Francia ha sido masacrado durante la noche sin importar que no hubiera una acontecimiento importante, que no fuera un lugar emblemático o que no hubiera personajes relevantes o símbolos culturales en él.
O cuando caigan uno por uno todos los regímenes islámicos que consideramos aliados, desde Arabia Saudí hasta Qatar, desde Jordania hasta Yemen a manos de sus propios ejércitos.
O quizás no lleguemos a darnos cuenta porque ya habremos muerto de viejos y sean nuestros hijos o nietos los que se pregunten como pudimos ser tan ciegos de no darnos cuenta cuando un avión se estrelló contra el World Trade Center y nos trajo la guerra a casa.
Y no nos confundamos, esto no se llama complejo de Casandra. Se llama Persia, Imperio Egipcio; Se llama Roma. Se llama historia.
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