domingo, julio 17, 2016

Un rapado, un tanque y el egoísmo ex machina

Que tenía yo previsto hoy hablar de otra cosa en esto de la sistematización de mi pensamiento y mis ideas. Para ser más exacto tenía previsto hablar de lo mismo con un ejemplo y un nombre diferente. Llevo años en esto de intentar poner por escrito lo que creo que nos pasa y darle nombre a nuestros vicios y errores como individuos, como cultura y como sociedad, así que una digresión más no hará daño, espero.
Así que a esta nueva forma de eludir nuestra responsabilidad, de convertir en espera pasiva lo que debería ser un esfuerzo activo le llamaré:



El contra ejemplo otomano o el egoísmo ex machina
Una noche, un tipo rapado turco, con pinta de ser duro y abrir las latas de té moruno con los dientes escucha por la radio o ve por la televisión al presidente electo de su país anunciar que se está dando un golpe de estado y pidiéndole ayuda.
¿que hace el tipo? ¿es esconde bajo la cama?, ¿se dedica a clamar contra los conspiradores en las redes sociales?, ¿va casa por casa pidiendo a todos que se le unan?, ¿coge su coche, su dinero, su familia y un arma e intenta pasar la frontera?
No. el tipo, quizás porque viva cerca del aeropuerto o porque considere que allí es donde debe ir, llega a las instalaciones se coloca delante de un tanque, una masa de acero de varias toneladas pensada y diseñada con el único y poco loable objetivo de matar, y se planta delante de él. Y cuando los del tanque, armados hasta los dientes también de armas personales, le conminan a apartarse, se tumba frente a él. El tanque sigue quieto, su conductor dudoso, el que está al mando indeciso. Un tanque menos para el golpe de estado.
Eso sería el ejemplo otomano pero nuestra incapacidad para valorar el universo más allá de nuestras propias necesidades nos lleva a convertirlo en contra ejemplo.
Bloqueados desde hace tiempo el miedo al dolor, por el rechazo profundo del más mínimo de los sufrimientos, aunque estos sufrimientos vistos objetivamente no pasen de meras molestias, somos incapaces de adoptar ninguna decisión de riesgo aunque nuestro futuro esté en riesgo; aferrados a la divinidad que hemos asumido en nuestros propios olimpos persocéntricos no somos capaces de exponernos y recurrimos a varias frases que parecen explicarlo todo.

"Yo solo no puedo."
Es la excusa de los que son buenas personas, de aquellos que ven que el cambio es necesario, que perciben que la sociedad occidental atlántica se desmorona pero que no pueden, no quieren o no saben comprometerse, que llevan tanto tiempo preocupados solamente de su sistema orbital personal que no pueden asumir una forma de pensar universal que asuma un riesgo personal.
Y buscan alados, se refugian en la queja global que ha hecho pública la proliferación de las redes sociales pero no hacen nada. Reclaman a los políticos que lo hagan, a los policías que lo hagan, a los gobiernos que lo hagan, pero no hacen nada porque "ellos solos no pueden". Ignorando que sí pueden. Si un rapado con mala leche y determinación puede parar un tanque en el aeropuerto internacional de Estambul, ellos pueden.
Y no hace falta irse al extremos. No siguen una huelga porque que ellos solos la sigan no cambia nada, no se enfrentan a su jefe porque eso les pone en el disparadero y no solucionada, no dan un paso adelante para solucionar algo porque eso arroja sobre sus hombros la responsabilidad de arreglarlo.
Vamos, no se tiran delante del tanque porque los demás no lo hacen primero o como mínimo a la vez.

"¿Qué otra cosa puedo hacer?" 
Este es el lema, la bandera, el eslogan favorito de los que han decidido la pasividad absoluta como forma de existencia. De aquellos que ya no es que sean incapaces de asumir un riesgo aunque vean que es necesario, sino que simplemente consideran que es su derecho no asumirlos aunque eso haga que sus dinámicas de elusión de su responsabilidad se multiplique hasta el infinito.
Defraudan a Hacienda desgravando como residencia habitual una casa en la que no han vivido en quince años y dicen ¿no me llega el dinero, qué otra cosa puedo hacer?; viven a los cincuenta a costa de sus padres y se preguntan ¿qué otra cosa puedo hacer?; declaran a favor de su jefe en un juicio laboral en el que su compañero tiene una justa reclamación e inquieren ¿qué otra cosa puedo hacer?, utilizan la insinuación sexual para lograr un puesto de trabajo y elevan al cielo amargamente la cuestión ¿qué otra cosa puedo hacer? y así una tras otras en todas las ocasiones en las que deben anteponer el riesgo y la dignidad a la comodidad y el confort; el azar a la necesidad. La humanidad a la supervivencia.
Su fijación en sus necesidades, en sus propios ombligos universales, les hace justificar como un destino algo que es una decisión, les hace convertir su egoísmo social en una consecuencia determinista que les imponen las circunstancias externas y no su propia voluntad de medrar a costa de cualquier otra cosa. Pretenden que sus decisiones y elusiones son inevitables. Que su decisión de no asumir los riesgos personales que la dignidad, la justicia y los derechos de los otros les exigen es algo que viene impuesto desde fuera. Es el egoísmo ex machina en su máxima expresión
Estos no es que no se tiren delante del tanque, es que simplemente lo cargan de combustible para que el carro de combate pase fácilmente por encima del que intenta detenerlo y luego niegan que la gasolina sea un factor a tener en cuenta en ese avance.

"Yo me preocupo por los míos (o por mi)."
ese es el elemento que utilizan los más socialmente egoístas, aquellos que han llegado a la conclusión de que un mundo habitado por siete mil millones de mundos personales es bueno mientras su mundo personocentrico pueda seguir girando.
Reescribiendo y pervirtiendo el individualismo, que se desarrolló como teoría política y social para enfrentarse al dominio absoluto del Estado, afirman que todo está permitido con tal de mantener indemne e incólume su universo personal.
Y si tienen que mentir para asegurase el bienestar lo hace, si tienen que seguir a cualquiera que a ellos se lo otorgue a costa de otros muchos, lo hacen; si tienen que transformarse en delatores, informantes, válidos o soguillas de cualquiera para obtener esos beneficios que creen suyos por falso derecho de conquista, lo hacen y defienden que es una acto loable y que debe ser tomado como ejemplo por todos los demás.
Y en el plano afectivo y personal es mucho peor. Si tienen que mentir para lograr estabilidad, lo hacen; si tienen que fingir sentimientos para lograr compañía o refuerzo a sus egos, lo hacen, si tienen que huir para no afrontar una traición a una amistad o una ruptura o un engaño, lo hacen y piensan que es lo que deben hacer porque ellos están por encima de cualquier otra consideración, porque su universo es el único importante, porque el mundo debe organizarse de tal manera que sus órbitas personales nunca corran el riesgo de desmontarse por una inesperada colisión con la realidad o con la justicia.
Estos son los que empujan el tanque desde atrás o incluso se suben en él para facilitar que pase por encima de cualquiera con tal de no correr el más mínimo riesgo de que les pise a ellos. Y luego piden una condecoración por hacerlo.
Por eso que un tipo rapado se arroje frente a un tanque en un golpe de estado en Turquía nunca servirá a la sociedad occidental atlántica de otra cosa que de contra ejemplo. No es lo que nosotros podemos a hacer, es lo que hemos aprendido a eludir de mil formas distintas.

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