A veces me parece que el principal efecto que tiene la locura violenta sobre todos nosotros es que olvidemos como somos o al menos como hemos decidido ser.
A lo mejor es porque todos los políticos, desde la izquierda a la derecha, desde el conservadurismo a la progresía, nos activan el miedo en cuanto ocurre algo como la masacre de la revista Charlie Hebdo, pero resulta que de repente nos volvemos tan locos o más que aquellos a los que se supone que queremos combatir.
Los hay que piden la pena de muerte a gritos y sollozos, ignorando el hecho de que la amenaza de muerte es inútil para alguien que cree saber que va ir al paraíso; los hay que piden la expulsión de todos los musulmanes de Europa, ignorando el hecho de que eso no soluciona nada si los que están dispuestos a matar y a morir deciden fingir que no lo son.
Y luego están los gobiernos que optan por montar una red de información que acumule los datos de todos los viajeros de líneas aéreas, ignorando la inutilidad de esa linea de actuación.
Dicen que ayudará a detectar a tiempo a los yihadistas, a los terroristas y a los criminales peligrosos, cayendo y haciéndonos caer en la trampa de confundir fanatismo con estupidez, locura con incapacidad intelectual.
Olvidan que los guerreros de la falsa yihad son fanáticos pero son inteligentes, que viajarán en coche si hace falta, que realizarán la vuelta al mundo si hace falta para pasar por países que no están adscritos a esa red de control de personas, que irán de pie si hace falta. Pretenden vendernos que no serán capaces de eludir esos nuevos controles, como si no hubieran hecho lo mismo con los anteriores y los anteriores y los anteriores.
Y nosotros, de repente, nos volvemos tan irracionales como aquellos a los que combatimos porque estamos dispuestos a hacer cualquier cosa con tal de lograr nuestros objetivos. Estamos dispuestos a renunciar a nuestros principios con tal de sentirnos seguros.
Estamos dispuestos a conculcar derechos fundamentales, a castigar a justos por pecadores, a señalar cánceres y amputarlos con el hacha de nuestro miedo en lugar de localizar tumores y extirparlos quirúrgicamente con el escalpelo de la inteligencia, a crear nuevos mártires y ejemplos para la locura fanática con tal de sentirnos vengados al ejecutar a aquellos que quieren morir.
No es que nos volvamos asesinos, pero nos volvemos irracionales, olvidamos que debemos decidir desde la razón no desde el terror que sus ataques nos provoca. Que, según lo veo, es exactamente lo que ellos quieren.
Dejamos que nos lleven a un terreno de juego en el que se sienten tremendamente cómodos porque ellos están y desean permanecer inmersos en su locura mientras que nosotros nos encontramos a disgusto en la nuestra.
Y sobre todo creo que nos volvemos irracionales porque damos todas esas respuestas sin haber hecho la pregunta adecuada ¿por qué?, ¿por qué?, ¿por qué?
Hasta que no encontremos una respuesta a esta pregunta que nos implique a nosotros no podremos hallar la respuesta adecuada a como evitar el terrorismo yihadista o cualquier otra forma violenta y fanática de ver el mundo y solamente lograremos que los que ejercen el poder se aprovechen de nuestro miedo irracional -comprensible pero irracional-, para que sigamos renunciando a derechos a cambio de una seguridad que no pueden garantizarnos.
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