martes, mayo 12, 2009

La alianza nalgar Hispano Francesa -con perdón-

Nuestros no demasiado amistosos vecinos, -los franceses, no lo marroquíes, ¡que para tres vecinos que tenemos nos llevamos mal con dos!- se debaten en estos días, como nosotros, intentando definir el suyo.
Nosotros también lo hacemos -lo de definir el nuestro, quiero decir, que de lo otro algunos ya no tienen ni recuerdo-, pero, mas tendentes a la competición, optamos por la comparación.
Así, vemos que el francés es redondo, circular.
Como todo en una república que se precie, es redondo porque tiende a volver a los principios, a girar hasta que encuentra reposo en alguna parte. Y como gira parece obligar a todas las miradas a que le sigan y persigan hasta que, por fín, se aparta de ellas cuando logra el ansiado y discreto aposento.
El nuestro, el patrio, es plano, angular.
Como se presupone en toda monarquía que se tenga por tal, es una línea recta cuyo principio se pierde por arriba, como si nunca hubiera existido y cuyo final se desaprovecha por abajo, como si nunca fuera a existir. Así consigue ser ignorado, aunque no logra acomodo tranquilo en parte alguna. Las miradas resbalan por él, no lo perciben, se le vuelven ajenas porque con tanta rectitud de líneas y de planos resulta imposible que alguien pueda intuir que es tridimensional.
El francés es opulento y movil.
El de nuestros vecinos lo llena todo -o al menos eso intenta- y no hay crisis ni ajuste que lo evite. Parece coparlo todo. Pese a las decoraciones, pese a los elegantes ropajes que intentan esconderlo en ocasiones, se hace presente siempre, repentino y hasta en ciertos momentos invasivo.
Y además es muy movil, se traslada por Europa y el mundo a fuerza de vaivenes, de compulsivos movimientos en una y otra dirección que, a veces son espectaculares, a veces divertidos, a veces preocupantes y otras ocasiones incluso hasta ofensivos. La cuestión es moverse de un lado para otro, ya sea mientras avanza o mientras retrocede.
Pero el hispano -¡ay el hispano!-, el nuestro es bastante rígido y raquítico.
No se mueve, ni siquiera a vaivenes. Permanece aferrado a su sitio sin un triste bamboleo, sin movimiento alguno que nos muestre señales de vida o existencia. Quizás porque no tenga nada que mover o porque carezca de la fuerza suficiente para cambiar su centro de gravedad con constancia y delirio como hace el fránces.
Y para más escarnio en la comparación, además es escuálido. Por mas que lo engalanen y enjaecen se nos hace pequeño, se nos oculta a todos, se nos desaparece. Apenas se vislumbra en ese raquitismo fruto de las hambres pasadas y las que han de llegar.
El gabacho, aunque duele decirlo, es deseado.
Todos andan detrás de él y quieren llevarlo a su terreno. Le gritan los trabajadores a los que la crisis ha llevado a la huelga, porque hace mucho tiempo que ya no pasa por la obra; le protestan los estudiantes a los que Bolonia ha lanzado a las calles, porque no acude a verles a las aulas, le quieren poner en forma los profesores a los que la privatización universitaria ha llevado a la resistencia, porque hace más de un lustro que no hace ejercicio. Los jubilados se le ponen en huelga porque no pasa regularmente junto a ellos -no me pregunteís como hace una huelga un jubilado y menos uno francés, pero ellos la hacen. Para algo son franceses-.
Todo el país ansía echarle mano de una u otra manera.
Hasta los que más se oponen a él, hasta aquellos a los que su presencia ofende y su porte desagrada, le echan miradas de reojo cuando nadie los ve, cuando las cámaras apuntan a otro lado y ponen esos ojitos de querer tenerlo cerca.
El ibérico no tiene, ni mucho menos, tanta repercusión. De hecho, es ignorado.
Ya nadie le hace caso. Los trabajadores no se giran a verlo porque nunca lo encuentran, los empresarios le ignoran por completo porque nunca les llama la atención. Hasta la iglesia, nuestra iglesia de palio y piernas prietas, hace caso omiso de él porque ya ni siquiera resulta pecaminoso y permanece tranquilo y sin salir demasiado, conforme a las más estrictas normas de la moral pacata vaticana.
Así que, una vez más, perdemos en la comparación con nuestros vecinos de las galias porque el suyo se mueve y el nuestro está muy quieto, porque el suyo llama la atención y el nuestro es ignorado, porque el suyo es opulento y circular y el nuestro plano y esmirriado.
Hay que reconocerlo. Hasta en las metáforas comparativas culares- como los buenos embutidos, que en eso si ganamos y por goleada al pais de Asterix y Clousseau- salimos perdiendo con respecto a lo que se estila en el lado norte de Los Pirineos.
Porque está foto tan lustrosa e ilustrativa; esta instantanea tan obvia e informativa no es otra cosa, -no puede ser otra cosa, supongo- que una metáfora nalgar para comparar el gobierno francés y el gobierno español ¿no?
¿Que sentido tendría sino haberla puesto en la portada de todos los periódicos?
Vamos, digo yo.

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