Que estaba yo dispuesto a escribir sobre esta agria y artificial polémica que nos tiene ahora ocupados con Victoria Prego y Podemos sobre la libertad de opinión, de expresión y de información, cuando una amiga subió la foto que ilustra este post a su Twitter. Y claro, me tiró lo palos del sombrajo.
Ventajas y desventajas de conocer y querer a gentes que piensan en algo más que ellos.
Así las cosas, de repente el problema no fue si Victoria Prego o Podemos, sí la libertad de expresión o de información. De repente el problema volvió a ser el que ha sido siempre, el que está llevando a este Occidente Atlántico a una muerte lenta y degradante: la obsesión por hacer importante lo nuestro, la absuluta incapacidad de fijar prioridades más allá de nuestros universos ínfimos y minúsculos, que no son ni siquiera una china en el calzado de la humanidad.
Y nos pasa a todos y en todo.
Gastamos cantidades ingentes de dinero en encontrar agua en Marte y no en potabilizar la que no pueden beber los niños de África o del sudeste asiático. Empleamos miles de millones en desarrollar 4Gs, HDs o cualquier otra técnlogía y no en llevar electricidad -que a ellos les da igual que sea limpia o no- a quienes aún se alumbran con velas y se calientan con leña; gastamos y recaudamos dinero para proteger los derechos de los animales y no aportamos fondos para las generaciones que nacen en África, hasta el punto de que Unicef tiene que hacer una campaña en la que amenaza con su cierra por falta de fondos.
Y así con todo. Hemos predido el foco de lo importante, hemos desistido de priorizar más allá de nuestras necesidades. Sabemos que debemos hacerlo pero nos negamos a salir de nuestros microuniversos.
Cada uno en lo suyo.
Los periodistas patrios debaten sobre sus derechos en lugar de informar sobre los miles de refugiados que sufren y que mueren en las fronteras del mundo; escriben sobre presiones políticas o empresariales en vez de dar importancia a una crisis humanitaria como no la conoce la humanidad en los últimos 70 años; dedican sus portadas y columnas al derecho a la libertad de expresión de HasteOir y su autobús en lugar de hacerlo sobre el limbo que se extiende en la frontera de Haiti y la República Dominicana con medio millón de personas sin patria ni futuro.
Han decidido que su ombligo es lo más importante del mundo. Que como a ellos es lo que más les interesa, ha de ser lo más importante.
Y no podemos echarle la culpa solo a ellos -o a nosostros, que sigo siendo periodista y no me pesa-. Todos hacemos lo mismo con lo nuestro, con esas diminutas porciones de realidad que son nuestros universos relativos
Los amantes del futbol polemizan y argumentan durante horas sobre si tal gol fue en fuera de juego o sobre si la Federación debe o no renovarse y pasan a toda prisa las páginas en las que se informa de forma incompleta y vaga sobre las guerras que están matando al mundo.
Los defensores de los animales se vienen arriba en la calle y las redes por la muerte de media docena de asnos e ignoran intencionadamente que por cada asno muerto en el mundo hay cada miles de seres humanos que tienen igual fin -o peor y más cluel- por el hambre, la esclavitud, la falta de recursos y por enfermedades que deberían estar superadas hace siglos si esas zonas tuvieran acceso a los mismos recursos farmaceúticos y médicos que tenemos nosotros.
El feminismo patrio gasta tiempo y esfuerzo en visibilizar a la mujer occidental en el comic, el arte o la ciencia, ignorando o fingiendo ignorar los millones de mujeres sometidas a la explotación económica que sufren por culpa de lo que los hombres y mujeres de la civilización occidental atlántica imponemos al resto del mundo con nuestra economía basada en el consumo creciente, la explotación de recursos ajenos y el sometimiento de los habitantes de tres cuartas partes del mundo a nuestras necesidades.
La derecha conservadora se preocupa y hace leit motiv de su existencia del orgullo nacional, la indisolubilidad de España, si hay una bandera u otra en no sé qué balcón o qué lengua se habla en cada sitio, mientras millones de personas gritan en cualquier lengua por terror a las bombas, a los atentados, a los disparos, a las minas...
Todos hemos convertido nuestros ojos en rendijas pequeñas que solamente son capaces de mirar lo que le parece importante a nuestro egoísmo como seres que están perdiendo, si no han perdido ya, la capacidad humana de fijar prioridades comunes.
La falsa progresía con su memoria histórica, el falso liberalismo con el impuesto de sucesiones, el feminismo con la sororidad, el masculinismo con la custodia compartida, los periodistas con la libertad de información, los tuiteros con la libertad de expresión, los furboleros con el fútbol, los amantes del cine o el teatro con el precio de las entradas, los conductores con el tráfico, los transeuntes con la contaminación, los religiosos con su moral, los ateos con el laicismo...
Y, concentrados en ese egoísmo que solamente nos deja ver lo propio, lo que nos afecta, lo tratamos como si fuera lo único, como si fuera importante, como si no fuera completamente irrelevante.
Porque lo será, si seguimos sin darnos cuenta de qué es lo prioritario para el conjunto de la humanidad, lo será. Porque los impuestos, la memoria, la bandera, la contaminación, la sororidad, el fuera de juego, la tecnología 4G o la libertad de expresión no te sirven de nada si estás muerto o vives cada día en el límite mismo de la muerte.
Porque encontrar agua en Marte no servirá de nada si no queda nadie en la Tierra que aún pueda beberla.
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