Ha llegado el día.
Y los hay que parece que lo hayan esperado siempre, que lo hayan deseado siempre, que siempre hayan trabajado y luchado para que llegara.
Cuando callan las armas, cuando la locura se disfraza de necesidad y se da cuenta de que el camino emprendido hace cuatro décadas no lleva al puerto soñado en sus pesadillas psicóticas, nosotros salimos del armario.
Cuando ETA deja de hacer hablar a las armas todos hablamos en plural.
Y de repente, parece que todos hemos derrotado a los locos furiosos del tiro en la nuca; se antoja que todos hemos hecho morder el polvo a los sicarios mafiosos que fundieron ideología con poder y deseo con imposición; se trasluce que todos hemos hecho caer a los que se alzaron con el secuestro y la extorsión, con el miedo y la desdicha.
Hoy, que ETA hace lo que hace mucho tiempo la historia la obligó a hacer y lo que su locura le impidió reconocer, parece que todos la hemos derrotado.
Pero eso es mentira.
A ETA no la mataron aquellos que, disfrazados de peones negros, intentaron anular la fuerza de las manos blancas; no la han enviado al olvido aquellos que la quisieron incluir en las locuras mesiánicas de otros para conseguir réditos electorales. Ellos no la han matado.
A ETA no la han derrotado aquellos que miraron a otro lado, que asintieron y aplaudieron cada vez que los que les pedían el sufragio bordeaban el límite interno del fascismo, prohibiendo partidos, manipulando leyes y recolocando jueces en aras de la seguridad y la victoria. Esos no han derrotado a ETA.
A ETA no la han vencido todos aquellos que arqueaban las cejas hacia dentro ante un apellido vasco, que bufaban ante un nombre en eusquera, que se cruzaban de acera ante una matricula -de las antiguas- de Bilbao o de Donosti. Ellos no han vencido a ETA.
A ETA no la han hecho caer aquellos que dibujaron colmillos en el rostro del nacionalismo vasco, que pintaron cuernos en el cráneo del independentismo en Euskadi; aquellos que han tremolado sus víctimas en el nombre de ese mismo nacionalismo pero teñido de rojo y gualdo, aquellos que ha utilizado los muertos en nombre de una patria que es de todos menos suya. Esos no han hecho caer a ETA.
A ETA no la han derribado los que la sacaron a relucir cuando las encuestas y los sondeos iban mal, aquellos que utilizaron el estallido de una bomba de atrezzo para buscar lo que su programa y sus ideas no les daban, aquellos que prometieron sacar los tanques a Donosti para acabar con ella y que han terminado en el ostracismo europeo de un despacho en Bruselas. Ellos no han derribado a ETA.
A ETA no la destruyeron aquellos que desfilaron por las calles intentando anteponer su pasado al futuro de todos, su dolor a la esperanza de todos, su venganza a la necesidad de todos, aquellos que instrumentalizaron su victimismo para lograr presencia, relevancia e influencia. Esos no han destruido a ETA
Parece que entre todos hemos acabado con ETA. Pero es mentira.
Se planificaron acciones encubiertas en Argel y en Francia y los locos siguieron matando, se reclutaron grupos paramilitares de respuesta y los locos siguieron matando, se ilegalizó Batasuna y los locos siguieron matando.
Se idearon leyes de opinión pseudo fascistas y los fanáticos siguieron matando, se sacó al independentismo de la escena política a la fuerza y a empeñones y los sicarios siguieron matando, se criminalizó al nacionalismo democrático y el socialismo radical y los mafiosos siguieron matando, Se instrusmentalizaron la ley y la justicia y los psicópatas de su propia autoafirmación mesiánica siguieron matando.
Se mintió, se manipuló, se cercenó, se acalló, se aterrorizó y los locos, los sicarios, los psicópatas y los mafiosos siguieron matando.
¡Claro que las fuerzas del orden acorralaron a ETA!
ETA nació acorralada cuando, tras poner en órbita al delfín del dictador, no consiguió que se le sumaran diez mil activistas como el IRA, no logró que se le unieran veinte mil combatientes como la OLP. Porque los simpatizantes no cuentan. Pueden ser cien mil o medio millón pero no cuentan. No matan y, por supuesto, no mueren por la causa.
ETA nació acorralada porque nació muerta y eso lo sabían todos aquellos que combatían contra ella y lo hacían de verdad. Nada que no tenga futuro tiene vida.
Pero ahora que la organización se ha convertido en uno de esos cadáveres humeantes que tanto celebraba en otros tiempos, todos queremos y creemos haber matado a ETA.
Como en el mítico western, todos alzamos la mano cuando alguien nos pregunta quién mató a Liberty Valance.
Y todos mentimos.
Porque ETA murió cuando Euskadi dijo que no le importaba ser independentista pero no lo iba a ser con ellos; feneció cuando las tierras del norte afirmaron que no les importaba ser abertzales pero no querían serlo con ellos; dejó de existir cuando el País Vasco dejó claro que podía querer la independencia, la soberanía o como se quiera llamar, pero no iba a dejarse acompañar por aquellos que no escuchaban su voz como pueblo, ahogada por el atronador tabletear de los disparos.
¿Y cuando pasó eso?
Cuando nosotros, los que ahora nos arrobamos el derecho a que nos cuelguen la chapa de "yo también vencí a ETA", les dejamos hacerlo.
Cuando, el que puede considerase como el único gesto de verdadera fe ciega en la democracia que hicieron los que siempre se han hecho llamar demócratas, les permitió por fin hablar. Cuando no se mató a Bildu.
Así que, pese a lo que nosotros digamos, pese a lo que queramos decir, lo único relevante es la paráfrasis de lo que el inigualable Aaron Sorkin hizo decir al no menos inigualable Kevin Bacon.
En lugar de escuchar eso, se oirán discursos, se dictarán sentencias, se escucharán un montón de juegos de manos y de palabras electorales que pretenderán arrimar el ascua a la sardina de una u otra política, de una u otra estrategia, de una u otra papeleta.
Juegos malabares que intentarán que todos nos digamos en voz alta todo lo que hemos hecho para acabar con ETA y no nos paremos a pensar cuantas cosas hemos hecho que han contribuído a demorar ese fin.
Pero ojala que ni toda la magia electoral del mundo pueda apartar nuestros ojos del hecho de que ETA está muerta y de que Euskadi y los vascos la mataron.
Estos son los hechos del caso. Y son irrefutables.
Y el que tenga democracia para oír, que oiga.