Y esta vez le toca el turno al especialista en la materia, al populista por antonomasia del siglo XXI, al hombre que ha hecho del espectáculo y el esperpento una forma de gobierno: al siempre predecible aunque imprevisto Hugo Chávez.
Chávez, el hombre del programa de radio, el comunista de la estampita mariana entre las manos, arremete contra José María Aznar en mitad de la Cumbre Iberoamericana, le califica de golpista y de fascista; Zapatero le dice que no descalifique a un gobierno elegido por el pueblo; el rey de España le insta simplemente a callarse; Rajoy arremete contra el Gobierno por consentir que Chávez haga esas afirmaciones y le exige -fijemonos bien en el verbo- una reacción ejemplar.
Hasta ahí los árboles. Hasta ahí el espectáculo dantesco de cadencias y ritmos bolivarianos y esperpénticos. Hastá ahí lo que no nos deja ver el bosque.
Superado el hecho de que Chávez elige un entorno inoportuno y unas formas deleznables, superado el hecho de que Juan Carlos de Borbón es incapaz de mantener la dignidad, superado el hecho de que Zapatero carece de presencia para lograr en esa ocasión una reducción en la tensión -aunque lo intenta-, superado el hecho de que la presidenta chilena es incapaz de imponer cordura en la discusión como se supone que es la función del anfitrión de la cumbre, superdo todo eso que no es más que un circo mediático, nos queda el bosque. El bosque en el que nadie, después del incidente, ha querido entrar.
Hugo Chávez llama a Aznar fascista y golpista. Ese es el bosque que nos negamos a desbrozar.
¿Llama el populista a Aznar golpista porque se le viene a la mente así de repente, sin una conexión histórica o ideológica? ¿Se lo llama porque es la palabra que ha aprendido ese día en la edición revisada del diccionario? Por cómo se presentan los hechos en los medios de comunicación parece que si. Que se trata de otra de las salidas de pata de banco del líder autonombrado de la revolución bolivariana.
Pero, cuando estamos a punto de creerlo, la onda expansiva de los exabruptos de Chávez nos aparta de árbol de su mala educación y descubrimos toda una arboleda de motivos.
José María Aznar recorre el mundo afirmando que tras el atentado del 11-M -del que ya hay sentencia, aunque él parece que no se ha enterado- deberían haberse suspendido las elecciones, firma libros en el Corte Inglés en los que explica que planteó esa suspensión electoral y la declaración del estado de excepción. Chávez podrá ser todo lo irrespetuoso y maleducado que se quiera, pero cuando alguien plantea esas posibilidades simplemente porque va a parder las elecciones sólo puede decirse que se ha planteado dar un golpe de estado. El bosque comienza verse en todo su verdor.
Por si fuera poco, el ínclito ex presidente del Gobierno español -que en esto también parece que es el único que lo ha sido-, recorre España diciéndo a quien quiera escucharle que la inconsistente Ley de Memoria Historíca del Gobierno del país es injusta porque sólo reconoce el sufrimiento de un bando y exige -fijemonos de nuevo en el verbo- que se mantenga la dignidad de los dos bandos.
Y para ello, claro, obvia el hecho de que uno de esos bandos surgió de un golpe militar ilegal que derrocó por la fuerza de las armas a un gobierno -bueno o malo, eso es simpre discutible- legalmente constituido. Cuando alguien defiende la dignidad de un golpe de estado se puede decir que se encuentra con un pie en la frontera interna del golpismo. Así las cosas, el bosque de las razones de Chávez comienza a divisarse en todo su explendor.
Es factible que todos estos síntomas de posible y plausible golpismo hubieran dejado indiferente al egregio bolivariano venezolano, pero si se unen al hecho de que Aznar como jefe de gobieno apoyó pública y privadamente el golpe de Estado que Pedro Carmona intentó darle a Chávez en 2002, las cosas se complican y el bosque de los motivos y las verdades florece definitivamente.
Y no es algo que se invente el venezolano. Aznar declaró publicamente en varias ocasiones que Chávez debía renunciar al poder y cederlo a los golpitas, pese a que el elegido en las urnas era el insufrible y maleducado bolivariano.
Y no es algo que se invente el venezolano. Aznar declaró publicamente en varias ocasiones que Chávez debía renunciar al poder y cederlo a los golpitas, pese a que el elegido en las urnas era el insufrible y maleducado bolivariano.
Documentos del Ministerios de Asuntos Exteriores hechos públicos en 2004 por Miguel Angel Moratinos demuestran que el gobierno de Aznar había ordenado a su embajador apoyar el golpe de Estado en Venezuela.
Vamos a ver. Si alguien se plantea dar un golpe de estado en su país, dignifica un golpe de estado histórico y apoya un golpe de estado en otra nación es, se vista como se vista y tuerza el gesto como lo tuerza, un golpista. Lo diga Chávez o lo diga el susum corda.
Y luego está lo de fascista.
Algo que, obviamente, ha salido de la imaginación calenturienta del depravado izquierdista populista de Chávez. Porque en esa acusación no habrá pesado nunca el hecho de que Aznar recorre las universidades defendiendo el derecho de Estados Unidos a mantener abierto el Centro de Internamiento -lease campo de concentración- de la base de Guantanamo; no habrá influido que se dedique a conceder entrevistas a las televisiones europeas en las que defiende que la OTAN debería bombardear El Líbano de forma másiva; no tiene ninguna relevancia que haya dictaminado sin votación ni posibilidad de réplica quién debía ser su sucesor en el Partido Popular; no es importante que su gobierno permitiera sobrevolar y repostar en territorio español a aviones que transportaban personas secuestradas -el eufemismo es detenidas ilegalmente- en Afganistan e Irak por los operativos encubiertos de los servicios secretos de los Estados Unidos.
Puede que Aznar no sea un fascista -igual que es posible que hable catalán en sus círculos privados- pero cuando alguien se mueve y actúa así, apesta a fascismo en la nariz de Chávez y en la de todos aquellos que se alejan lo suficiente como para poder ver el bosque de sus intenciones.
Así que, a lo mejor -o a lo peor- el presidente venezolano, con toda su mala educación almodovariana y toda su impertinencia, tiene razón. Quizás Juan Carlos de Borbón tenga todo el derecho del mundo a decirle al bolivariano que se calle, pero quizás -sólo quizás- debería habérselo dicho también hace mucho tiempo al ínclito José María cuando defendió el intento de golpe de estado en Venezuela.
Y somos nosotros, los que hemos sufrido esas actitudes de gobierno de Aznar y los que aún las sufrimos a través de sus delfines y sus títeres, los que no deberíamos permitir que el árbol de la impertinencia de Chávez no nos deje ver el bosque de las beleidades golpistas y fascistas de Aznar y sus herederos designados "dedocraticamente". De aquellos polvos -los del gobierno de Aznar- nos vienen estos lodos -los de la impertinencia de Chávez-.
Y lo demás sólo es espectáculo.
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