Y es que pareciera que hacen lo que hacen y dicen lo que dicen simplemente para acaparar la atención de los medios, la atención que están perdiendo, que llevan siglos desperdidicando y viendo gotear hacia cosas más importantes como la vida y la justicia.
Pero, como quiera que la misericordia es una virtud teologal y no está de más acaparar virtudes ahora que vuelve a existir el infierno y resulta imposible empatar con dios. Prestémosles una misericorde atención.
El vicepresidente de la Conferencia Episcopal dice -de hecho grita- a todo el que quiera escucharle que impartir Educación para la Ciudadanía es colaborar con El Mal. Afortundamente, cada vez son menos los que le escuchan. Pero él sigue gritando de forma milenarista que enseñar La Constitución, a reciclar, La Declaración De Derechos y Los principios que rigen el Gobierno es el comienzo del Fin de los Días.
Y no se equivoca. Es el comienzo del fin de sus días. De los días en los que todo el mundo mantenía un régimen moral impuesto por unos individuos que decían hablar en nombre de un ser tan supremo que no se rebajaba a hablarcon nosotros; tan lejano que habitaba en las alturas. Tan falso que resultaba imposible sentirle verdadero a menos que experimentaras algún tipo de desequilibrio psiquiátrico.
Y ese fin es, según ellos, según monseñor Cañizares, el imperio del mal.
No queda muy claro por qué lo es. Pero lo es. Él lo dice y basta. Y ese "Él" con mayúsculas puede servir tanto para la deidad como para el prelado.
A falta de explicaciones sobre ese mal -estaría bueno que un dios y un purpurado dieran explicaciones a alguien- tendremos que recurrir a explicaciones más prosaicas y humanas del mal.
El diccionario da varias acepciones para la palabra mal.
Para empezar, dice que mal es "Lo contrario al bien, lo que se aparta de lo lícito y honesto". Esta podría servir, pero hay un problema. Una ley no puede ser ilícita cuando está promulgada por aquellos que detentan un poder lícito, como es el caso del Gobierno de nuestro país. La ley que hace obligatoria la Educación para la Ciudadanía tampoco puede ser deshonesta, no al menos, semánticamente, puesto que honesto y todas sus acepciones hacen referencia al control genital de aquello que se enciende por debajo del ombligo. Así que nos tememos que El Mal, así con mayúsculas, al que se refiere el arzobispo -así con minúsculas, como su capacidad de raciocinio- de Toledo no es ese.
Otra acepción es "Desgracia, calamidad". Es de suponer que, por desproporcionada, no debe ser esa ¿Qué calamidad podría suponer para una sociedad que los integrantes de la misma aprendan desde pequeños los valores comunes sobre los que se sustenta?
Aunque es posible que si sea una desgracia.
Porque a lo mejor hace que la gracia de dios ya no sea un elemento por el que nadie se preocupe. Y, claro, sin la gracia de dios, se es, por definición, un desgraciado. Se es un desgraciado que no puede refugiarse en el perdón de un ente invisible para convivir con sus agravios a otros; en un desgraciado que no puede fingir que el mundo está como está por voluntad de alguien inexistente para seguir medrando en la injusticia o soslayando la explotación. Sin la gracia de dios no tienes a nadie a quien echarle la culpa de todo. Hay que currar, hay que luchar y hay que pensar ¡Que desgracia!
La tercera forma de entender El Mal por el diccionario -obra humana y por tanto no adscrita a la infalibilidad de la voz divina que nunca ha sido escuchada- es la de "Enfermedad, dolencia". Tampoco parece que esto sea a lo que se refiere Cañizares. Porque, salvo la enfermedad mental que le va a producir su insistencia en las diatrivas e invectivas; salvo la hipertensión que debe provocarle esa vena que late constantemente en su cuello mientras llama a la cruzada, no parece que la asignatura en cuestión vaya a provocar pandemia alguna.
Así que se nos van agotando las acepciones y todavía no comprendemos que es lo que equipara a la Educación para la ciudadanía con El Mal, ese mal infinito e irreluctable que nos asedia desde el recien reinagurado infierno.
Y entonces, cuando creemos que esta nueva infalibilidad arzobispal está a punto de quebrarse, cuando atisbamos la posibilidad de que -¡Oh, infortunio!- un traductor de la voz de la nada que es ese dios espúreo pueda estar equivocado , el Diccionario de La Real Academia deLa Lengua llega en nuestro rescate, como La Biblia rescata a los predicadores en quiebra y El Corán a los yihadistas sin mecenas.
El diccionario nos ofrece una cuarta acepción "Daño u ofensa que alguien recibe en su persona o hacienda".
El diccionario nos ofrece una cuarta acepción "Daño u ofensa que alguien recibe en su persona o hacienda".
En un principio, parece que tampoco tiene que ver con lo que tratamos. Antonio Cañizares no va a ser atacado por una horda de ciudadanos y lapidado con libros de Educación para la Ciudadanía. Ni siquiera va a tener que estudiarla. Ya está mayor para eso. Perdió la capacidad de estudiar algo nuevo hace muchos años. Es probable que se deshiciera de ese lastre diez minutos después de hacerse sacerdote.
Pero la hacienda, ¡ay la hacienda!
La hacienda de esa persona anciana, medieval, inmovil y cargada de hidropesía que el La Iglesia, esa si va a sufrir daño. ¡Por fin hemos encontrado El Mal!
Subvenciones perdidas, sueldos de profesores de religión que no salen de las arcas públicas, libros de texto -si es que la religión puede tener un libro de texto- no subvencionados por el Estado, la posibilidad de perder las concertaciones si no se imparte la asignatura. toda una pérdida para la hacienda eclesial. Y eso sólo será El Mal inmediato. El Mal eterno será mayor. Toda una sociedad educada más allá de la caridad; toda una sociedad que no de dinero en los cepillos, que no marque la casilla de La Iglesia en sus declaraciones, que no gaste para cubrir sus conciencias y las necesidades de sus prelados, que prefiera la justicia de las ONGs a la caridad de las misiones. Toda una sociedad educada más allá de la subvención, del concordato y dela lismona.
Antonio Cañizares tiene razón.
No hay comentarios:
Publicar un comentario