Mas de medio año y más de media vida después vuelvo a estas líneas. Vuelvo mientras nos alegramos de una victoria en un deporte que no hacía otra cosa que proponernos derrotas. Como nuestro país, como la vida. Como nosotros mismos.
Vuelvo mientras nos negamos a comprender las lecciones reales que nos ha dado ese grupo humano de "buenos tipos" que ha dado la casualidad de que se dedican a jugar al futbol -y encima lo hacen bien- y fijamos nuestra vista tan sólo en el rutilante oro falso de un trofeo que nunca será nuestro ni será de nadie, aunque nos toque guardarlo durante el próximo cuatrienio.
Nos fijamos en las banderas, la adrenalina y la alegría, pero pasamos por alto lo demás. Ignoramos como alguien, que no tenía porque hacerlo, se acuerda del dolor y de la tristeza en plena alegría por convertirse en el héroe deportivo del momento; pasamos por alto como un chaval de Albacete puede estar pendiente de aquellos que probablemente no están pendientes de él porque tienen cosas en la cabeza más importantes y más lastimosas que su gol y su victoria, - por importante que a él y al mundo le parezcan ambas-. Ignoramos lo que significa eso y lo que quiere significar. Ignoramos que nos demuestra que la alegría propia no nos exime del consuelo del dolor de los nuestros.
Nos fijamos en las cabalgadas por las bandas, los centros al área, el toque y el control del balón. Miramos con lupa a árbitros y contrarios y como esa selección de buenos tipos que juegan al fútbol los supera a todos. Pero no nos damos cuenta de a cuantos incluyen en su alegría, de a cuantos, que estuvieron con ellos cuando uan banda de helvéticos les hizo pequeños, les devolvió al mundo, intentan incluir en su alegría. De como dos de ellos abandonan los flashes, las risas y los cánticos para buscar a alguien que siguió con ellos cuando no estaban contentos, cuando su derrota era tristeza. Eso no lo miramos. Preferimos aprender la lección de como se juega al futbol a la de como ser un auténtico ser humano.
Convertimos en anécdota lo importante. Nos quedamos con el beso e ignoramos lo que significa, la carga de desafío ante el mundo, el respeto hacia el otro de no esconderse porque venga bien; la lealtad contigo mismo de no preocuparte de lo que piensen los demás, de poner a los que se ama -o tan sólo se quiere- por encima de los que hablan, cotillean y hacen de la maledicencia una forma de vida.
Nos quedamos con los goles, las cabalgatas triunfales y los discursos grandilocuentes e ignoramos como un tipo de Camas, Sevilla -que no tiene precisamente fama de ser muy lúcido- interrumpe la alegría de su victoria y el baño de gloria de su entrevista para responder a una viuda, a una amiga, que es posible que en ese momento no esté tan feliz ni tan alegre como él.
Apartamos nuestros ojos de la visión de como su primera reacción es intentar incluir en su alegría a aquellos que les importan, por lejos que estén, por difícil que sea, por cansado que les resulte o complicado que parezca. Que no esperan que la vida les de la oportunidad de compartir ese flujo, esos buenos tiempos, sino que los buscan, los llevan junto a ellos o corren a su encuentro en cuanto pueden. Y si no pueden, al menos lo intentan. No nos fijamos en que pretenden no dejar a nadie que les importa atrás, encerrado en el armario del frío invierno del olvido, para disfrutar ellos solos del sudafricano sol de la alegría a la que tienen acceso en pocas ocasiones como esta.
Y viendo todo esto, es posible que nos conmovamos, que nos emocionemos, pero en realidad no miramos en esa dirección. Sólo vemos a los campeones, los colores y los brillos del triunfo. Nuestros ojos no quieren mirar a los "buenos tipos". Nos gusta compartir el placer de ser campeones, pero no la responsabilidad de ser "buenos tipos".
Porque ver significa conocer y conocer significa aprender. Y una vez que hemos apredido no tenemos excusa alguna para no hacer aquello que no estamos haciendo. Para cambiar. Y eso no. Podemos compartir el triunfo e incluso la derrota. Pero no estamos en la tesitura de compatir la condición de buen tipo. Eso sería pedirnos demasiado.
Y por ello, Inhiesta, Ramos, Casillas o Alonso nunca podrán ser nuestra selección. Eso significaria que son los mejores de nosotros y nosotros no queremos ser así. Quizás porque no sepamos demostrar lo importantes que son los otros, quizás porque no tengamos tiempo ni fuerzas para hacerlo o quizás porque no nos importe nada ni nadie salvo nosotros y nuestra alegría.
Hoy no tengo tiempo ni ganas para responder a eso. Lo seguiré pensando.
Ellos, La Roja, tendrán que seguir conformarse con ser nuestra Excepción Nacional.
2 comentarios:
interesante reflexión... eres tú parte de ese espíritu de la selección?
No es cuestión de serlo o no. Es cuestion al menos de intentar serlo. De saber que deberíamos serlo.
Nuestro egoismo es una reacción de supervivencia que parece estar impresa en nuestro material genético y tampoco hay que flagelarse continuamente por ello. Sólo hay que recordar que ser humano supone controlar a veces los instintos, incluso los más atávicos. Lo demás es sólo una excusa.
Puede que no lo logre, pero sale de mi el intentarlo.
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