Tiempo hacía que los disidentes farisaicos del hijo del carpintero no recalaban en estas endemoniadas páginas. Y hoy lo hacen de una forma especial.
No por sus doctrinas o sus vicios y pecados negados u omitidos, no por sus continuas faltas de percepción de la realidad de la sociedad en la que se mueven ni por las incongruencias formales y materiales sobre sus opiniones con respecto a las de aquel al que dicen seguir, pero del que se olvidaron hace tiempo.
Hoy, la honorable sociedad privada en la que se transformó hace aproximadamente veinte siglos la Iglesia Católica salta a estas líneas por lo único que lleva importando a sus jerarcas desde entonces, lo único que sigue importando a sus estructuras en nuestros días: el dinero.
Algo tan prosaico y poco pío como el dinero; el eje central de eso que el papa inquisidor ha dado en llamar el nuevo materialismo es lo que tiene fijada desde hace siglos la atención preferente de los jerarcas sacros del catolicismo. Como el fantástico malvado del relato ya clásico, lo buscan, lo ansían, tienen toda su atención puesta en él.
Hoy, como siempre ha sido y me temo que siempre será, el dinero es el anillo único de poder que los nuevos saurones purpurados quieren encontrar y acaparar para someterlos a todos.
Y lo hacen en y desde Navarra ¡Gora San Fermín!, una de las tierras que han decidido expoliar para sus fines.
¿Y cual es la forma en la que ahora han decidido hacerlo?, ¿cual es el ensalmo utilizado para ese ejercicio de alquimia moderna -curiosamente la alquimia fue considerada herética en su tiempo, ¡lo que cambian las cosas!- de transformar cualquier cosa en oro?
Pues la palabra arcana, el nuevo credo y la nueva oración mística monetaria es la Inmatriculación.
Es un término legal que permite a los obispos -sentaos porque esto es muy grande- actuar como funcionarios públicos y emitir certificaciones de propiedad y de dominio sobre propiedades de sus diócesis.
Cuando me entero de esto me giro a un lado y a otro buscando caballeros templarios, armaduras brillantes, siervos de la gleba obligados a acudir a las guerras privadas de sus señores en continuas y sangrientas levas para sus mesnadas.
Busco con avidez el castillo y la torre en la que rendir homenaje a mi señor como leal vasallo. Lo busco y no lo encuentro aunque la inmatriculación eclesial me ha revertido involuntariamente a la barbarie medieval en la que los obispos eran señores tan feudales como todos los demás, en la que podían cobrar el diezmo y hacer sus guerras humanas o divinas.
Pero ya no estamos en el feudalismo, ya no estamos apegados a la tierra y nuestros nobles ya no se benefician a las novias la noche de su boda y mis preguntas se vuelven ansiosas, se convierten en insistentes. Me disfrazo de Mourinho y pregunto con desespero ¿por qué?, ¿por qué?, ¿por qué?
La respuesta, como en todo lo que tiene que ver con el pensamiento esquizoide del hijo del carpintero galileo, me llega en forma de parábola.
Tiempo ha -en 1998, concretamente- hubo un individuo que fingió ser democristiano para llegar al poder, una persona que, amparada por su partido político, capitalizó los votos del conservadurismo español y los réditos mediáticos de un atentado terrorista fallido para alcanzar el poder político.
Los jerarcas eclesiásticos le apoyaron, hicieron campaña para él, pidieron el voto en los púlpitos y los micrófonos para este legionario de Cristo que afirmaba estar en contra de todo lo que ellos denostaban, de todo lo que consideraban pernicioso.
Y el hombre ganó. El agotamiento de un gobierno que había perdido el rumbo, la utilización del terrorismo como herramienta y palanca electoral y el apoyo y capitalización de los votos más conservadores a través, entre otros, de esa sociedad de auto beneficio denominada jerarquía eclesial, consiguió el objetivo.
España volvía a ser católica. Una, grande y libre no, porque nunca la habían querido grande y libre, pero al menos católica. Porque todos sabemos que un país es siempre lo que es su líder, lo que es su mesías, lo que es su cacique.
Pero ese hombre faltó a su compromiso con el dios diseñado por Roma. Preocupado de su poder y de su presencia en la historia, olvidó poner freno al aborto, a la educación laica, a la presencia de nuevas confesiones en nuestro país.
Arrebatado en la megalomanía de la presidencia europea de turno -algo no ganado, sino sorteado-, del euro y de la bondad económica recordó que era más neocon que católico, más liberal de nuevo cuño que legionario de Cristo, más político -aunque malo- que creyente.
Pero no olvidó quien le había colocado, quien le había ayudado a iniciar su camino para formar parte de la historia. Así que se volvió hacia el club purpurado y les dio lo que buscaban. Ansiaban la vieja gloria y el viejo poder, pero el les dió el eterno dinero. La herramienta perfecta para mantenerlos.
Modificó dos artículos de un viejo códice llamado Ley y Reglamento Hipotecario y les permitió registrar como propios todos los edificios y propiedades que les vinieran en gana, incluso aquellos que en los tiempos feudales, post feudales y franquistas les habían estado vedados.
Y así los purpurados y su mesa redonda comenzaron a construir el reino de la iglesia -que no de dios- sobre las tierras ibéricas. Para algo somos la reserva espiritual de Occidente.
registraron viñedos, tierras de secano, edificios, casas rectoriales e incluso iglesias, parroquias, ermitas, concatedrales, cementerios y monasterios.
Los lugares de culto que la Desamortización de Mendizabal había puesto a recaudo de sus ávidas manos, que hasta el dictador les había prohibido explotar, que los señores feudales del medioevo de cruzadas y autos de fe habían mantenido alejados de sus manos y de sus rentas pudieron caer por fin en sus manos.
Pero el reino de la iglesia necesita edificios más modernos, así que también inmatricularon a través de sus obispos, actuando de nuevo como funcionarios del Estado - era laico, ¿verdad?, ¿el Estado español era laico?- bloques de apartamentos, aparcamientos, frontones, hostales, casas rurales... En fin, toda suerte de propiedades que les garanticen un mayor poder económico.
Y así siguieron en silencio, sin despertar atención, intentando y logrando que nadie lo notara, que los pérfidos defensores de ese terrible concepto que supone la separación de la influencia religiosa del poder terrenal advirtieran sus maniobras.
Y un ángel del señor se les apareció y le indicó el camino a seguir, cual sería la nueva tierra prometida. Y fijaron sus ojos en Navarra -por otros llamada Nafarroa- para llevar a cabo el comienzo del reino inmobiliario de la jerarquía eclesial.
Sus institutos armados son allí fuertes -no olvidemos que el nuevo arma es el dinero y si algo que no le falta al Opus Dei es dinero- y por ello se hicieron fuertes inmatriculando todo lo que caía en sus manos, todo aquello que no era suyo, lo que no tenía porque serlo. Los ángeles de la inversión y la inmatriuculación, nuevas jerarquías celestiales adscritas a la potestades angélicas, les indicaron con sus espadas llameantes la tierra navarra.
El mundo sería el reino financiero de dios pero Navarra sería la nueva Canaan y es de suponer que Pamplona la nueva Sión financiera inmobiliaria de la iglesia española.
Y de esta manera los nuevos saurones convirtieron Navarra en la Tierra Media sobre la cual giraban su ojo escrutador en busca de su más preciado tesoro: el dinero.
Y así acaba el relato parabólico de como los obispos seguidores de Saurón consiguieron inmatricular Navarra como La Tierra media en la que seguir buscando eternamente "su tesoro". Pero hay más.
Pese a que el actual gobierno es uno de los más anticlericales -estúpidamente anticlericales, habría que decir- que se recuerda. Los jerarcas purpurados han podido seguir haciendo de las suyas, los obispos han podido seguir decretando dominios como si se tratara de registradores de la propiedad o funcionarios del catastro. Y de nuevo el espíritu de Mourinho me invade
¿Por qué?, ¿por que?, ¿por qué?
La respuesta es tan sencilla y clara como lo son los motivos del fracaso de la política ideológica del actual gobierno.
Porque preocupado por criticar a la Iglesia su postura sobre el aborto, sobre la educación, sobre los anticonceptivos, sobre la prostitución, sobre el divorcio o sobre los símbolos religiosos, el gobierno se ha olvidado de ser laico, de asegurar la laicidad del Estado.
Porque se ha deshecho en gestos vacíos para demostrar su laicismo en lugar de dedicarse a gobernar y legislar para asegurar que ningún eclesiástico pueda actuar como funcionario.
Porque se ha deshecho en gestos vacíos para demostrar su laicismo en lugar de dedicarse a gobernar y legislar para asegurar que ningún eclesiástico pueda actuar como funcionario.
Porque, como en otras muchas cosas, se ha preocupado más de la forma y de atacar a la iglesia católica por cosas a las que tiene derecho -como tener un sistema de creencias arcaico y de pensamiento incoherente- que del fondo y la realidad de impedir que hagan aquello a lo que no tienen derecho como es robar y expoliar lo que no es suyo y no tiene porque serlo.
Ahora, con Navarra convertida en un remedo entre Canaan y la Tierra Media hay voces de ayuntamientos expoliados en sus riquezas artísticas, de municipios cercenados en sus propiedades que comienzan a quejarse. Que empiezan a buscar las enseñanzas de la Parábola de La Tierra Media.
Y los coros angélicos responden a las quejas de los idólatras laicos y anticlericales diciendo que "la iglesia sólo registra lo que es suyo, lo que le pertenece".
No hablan de las leyes testamentarias navarras, no hablan de la desamortización eclesial o de las normas que rigieron en España durante siglos. Intentan convencer de que siempre ha sido así.
No hablan de las leyes testamentarias navarras, no hablan de la desamortización eclesial o de las normas que rigieron en España durante siglos. Intentan convencer de que siempre ha sido así.
Sus voces blancas y tenues hacen creer que es lógico que un templo o una catedral, que un monasterio, un cementerio o una casa parroquial sean propiedad de la Iglesia porque son lugares destinados a usos eclesiales.
Pero ignoran el hecho -muy terrenal, por cierto- de que el uso no determina la propiedad. La Iglesia no ha puesto un sólo céntimo, euro, peseta, duro, doblón, real o maravedí para la construcción de esas iglesias, de esas concatedrales, de esos monasterios. Todos ellos fueron construidos con dineros extraídos de las arcas del Estado.
De los nobles feudales que representaban al Estado, de los reyes absolutos que representaban al Estado, de los concejos y las Juntas que representaban al Estado. Así que, por mucho que se usen para fines religiosos, son y han de ser propiedad del Estado.
El hecho de que el Estado y el gobierno hayan mudado a lo largo de los siglos su forma de organización no implica que hayan hecho dejación de sus derechos con respecto a terceras partes. Sería tan absurdo como decir que el guarda de los jardines del Palacio Real de Madrid puede inmatricular a su nombre la sede monárquica simplemente porque los reyes ya no son absolutos y no residen en sus paredes.
Sólo nos queda la esperanza de que su dios se vuelva contra ellos y, disfrazado de reformador legal, les diga.
"De acuerdo, seréis propietarios de todos esos lugares, pero pagareis por ellos los impuestos que cualquier otra empresa, los derechos de explotación de cualquier otra empresa, el impuesto de sociedades de cualquier otra empresa.
Como ya sois una empresa, el estado no pagara a ninguno de vuestros empleados para ninguna función y se exigirán las cotizaciones integras de los mismos, como a cualquier otra compañía.
Del mismo modo, estaréis expuestos a todas las multas por sobre explotación y por demás conceptos a los que la Comunidad Europea somete a todos los propietarios agrarios y si no sois capaces de sacar rendimiento a esas tierras se os gravarán de forma especial.
Como vuestros actos demuestran que habéis renunciado a vivir sin ánimo de lucro se os tratará como tales.
Tendreís que devolver los más de 15 millones de euros que el Estado español ha invertido en la mejora y conservación de esos espacios que ahora declarais como vuestros. Se os detraerá de las aportaciones de vuestros feligreses al IRPF el coste proporcional que a lo largo de la historia han supuesto esos edificios para el erario público, ya fuera el Presupuesto General de Estado o el Tesoro Real de Sancho III, El Fuerte.
Tendreís que devolver los más de 15 millones de euros que el Estado español ha invertido en la mejora y conservación de esos espacios que ahora declarais como vuestros. Se os detraerá de las aportaciones de vuestros feligreses al IRPF el coste proporcional que a lo largo de la historia han supuesto esos edificios para el erario público, ya fuera el Presupuesto General de Estado o el Tesoro Real de Sancho III, El Fuerte.
Y entonces serán vuestros.
Y cuando lo sean, el mantenimiento correrá de vuestra cuenta y si un sólo tapiz, una sola imagen o un sólo retablo histórico se aja o estropea tendréis la obligación de pagarlo y restaurarlo y si no estáis en condiciones de hacerlo perderéis la propiedad y tendréis que pagar una multa por daño al patrimonio cultural, sin perjuicio de las acciones penales que puedan ejercerse contra vosotros como propietarios irresponsables de un bien común.
Y entonces seréis justos propietarios de esos lugares".
Pero aunque su dios, en todo el poder y la gloria con el que fuera representado por Buonarotti, descendiera sobre sus cabezas y les dijera eso. Ellos seguirían sin entenderlo, seguirían sin hacerlo.
Hace tiempo ha que cerraron sus ojos y sus oídos a ninguna realidad que no sean el poder y la gloria. Hace siglos que ellos ya son fieles seguidores de Sauron y su perpetua y ansiosa búsqueda de su tesoro, no del dios que imaginó el loco nazareno.
Pero ese poder y esa gloria son los suyos, no los de su dios, que eso de "tuyo es el poder y la gloria" es algo que hizo incluir en la liturgia un rey, Enrique VIII, que al final terminó haciéndose anglicano precisamente porque la iglesia romana se negaba a renunciar a la suya.
Por lo menos en Gran Bretaña ya no corren el peligro de que el Arzobispo de Canterbury se líe un día la manta a la cabeza e inmatricule la Catedral de Westmister y el Palacio de Buckigham.
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