¡No somos nadie! Nunca una frase hecha ha sido tan cierta, nunca una expresión casual ha relatado tanto la realidad como esa cuasi interjección con la que los ancianos rurales acogen las noticias de la muerte de parientes y vecinos.
No somos nadie, ni nosotros, los occidentales atlánticos acostumbrados a ser el fiel de la balanza, el reflejo del poder y la virtud, ni mucho menos los sirios que mueren bombardeados por un régimen que escenifica el delirium tremens de su muerte a golpe de bomba y represión.
No somos nadie para los nuevos ejes de poder. No somos nadie para Rusia y para China.
Y esa realidad nos deja sin palabras.
Con gente muriendo, con seres humanos luchando contra casi lo imposible, nosotros hacemos un esfuerzo inaudito de dejar al margen nuestras necesidades, nuestros beneficios -aunque no del todo- y nuestros errores pretéritos que colocaron y mantuvieron al dictador en su puesto y clamamos porque alguien le pare los pies, porque poder contribuir en su detención.
Y China y Rusia se encogen de hombros y se niegan. Sencillamente, sin más explicación. Solamente se niegan.
Y no es su negativa lo que cambia el mundo, no es su oposición frontal, secular y visceral al Occidente Atlántico lo muda nuestras sensaciones y nos suma en el desconcierto. Eso lo han hecho siempre.
Lo que ha cambiado es que ahora nosotros no nos atrevemos a llevarles la contraria.
Siria seguirá muriendo sin ayuda porque el mundo ha cambiado. Bueno para ser más exactos porque ahora mandan otros.
El gobierno turco nueva bandera del panislamismo -como lo fuera La India de Indira Gandhi de los no alineados- acusa amargamente a Rusia y China de no votar en el Consejo de Seguridad a favor de Siria, sino en contra de Occidente. Y no le falta razón. Ahora son potencias y actúan como tales.
Y nosotros nos tenemos que callar porque dependemos del gas ruso, porque dependemos de su ejército para frenar el yihadismo más furioso del Asia Central, porque dependemos de sus inversiones energéticas para frenar nuestra absoluta dependencia.
Tenemos que torcer el gesto y tragarnos nuestra indignación porque ahora China es la llave de que nuestra ahogada economía pueda mantener el último orificio nasal fuera del lodo movedizo al que nos ha arrojado nuestro egoísmo, porque dependemos de su dinero y de su economía para que el naufragio nos lleve aunque sea a una isla desierta donde poder tener la esperanza de volver a empezar.
No es que todo eso le importe a los sirios que mueren y que probablemente hace diez años hubieran seguido muriendo de igual forma aunque entonces hubieran sido otros los firmantes de la resolución y otros los que hubieran alzado su brazo para vetarlo.
No les importa porque para ellos el mundo no ha cambiado. Para nosotros sí, pero para ellos no.
Miran más allá de sus encendidas fronteras, de sus militarizadas calles, de su guerra civil y ven que la ayuda que precisa ni está ni se la espera.
Como lo vieron los chilenos, los argentinos, los salvadoreños, los nicaragüenses, los congoleños, los ugandeses, los africanos de todo porte y condición, los palestinos, los saharauis, los indígenas andinos, los camboyanos, los iraníes tiranizados por la marioneta del Sah y por los ayatolás, los iraquíes, los kurdos, los armenios y toda otra suerte de pueblos, etnias y nacionalidades cuando nuestros occidentales brazos se alzaron para vetar resoluciones para actuar contra los dictadores, los genocidas y los tiranos que les masacraban, contra los estados que les perseguían y les exterminaban.
Como lo hicieron todos aquellos que, cuando los que ahora vetan eran los que proponían intervenciones y los que ahora proponen intervenciones eran los que vetaban.
Para ellos no importa quien lo haga. Sólo importa que siempre habrá alguien que vete su derecho a ser salvados por aquellos que tiene la capacidad para salvarles.
Que no seamos ya potencias que puedan ignorar al otro bloque, a los otros, no ha cambiado el mundo. Solamente ha cambiado nuestro mundo.
Y eso duele. Sobre todo a los sirios.
No nos sorprenda que cuando se liberen -que lo harán- por su cuenta se sumen a todos aquellos que quieren de verdad cambiar las reglas de este mundo porque no les sirven para nada. No nos sorprenda que comentan el mismo error que primero nosotros y luego las actuales potencias de rehacerlo de modo que solamente les sirva a ellos.
Como diría el poeta romántico ¿pueden dar más de lo que a ellos les dieron? Y no nos equivoquemos su error, si se produce, será exclusivamente culpa nuestra, de nuestros vetos de uno u otro signo y de nuestra incapacidad para mirar y pensar en contra nuestra.
Así les hemos ensañado a ser potencias. Así les estamos ensañando que funciona el mundo.
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