Seis millones de parados. Agujeros
financieros del tamaño de un Maelstrom que succionan educación, sanidad,
empleo, futuro...
Recortes que nos dejan la espalda sin
cobertura, ajustes que dejan los flancos sin protección, que hacen avanzar la
vanguardia sin horizonte y que abandonan la retaguardia sin defensa.
Mercados que apuestan con nuestro
presente, que arriesgan con nuestro futuro; inversores que ganan con nuestras
pérdidas, financieros que pierden con nuestro dinero, entidades que trafican
con nuestras necesidades, que comercian con nuestras vidas, que negocian con
nuestras muertes.
Estrategas que diseñan tácticas
suicidas que nos inmolan a nosotros para mantenerse a salvo; mandos que
sacrifican posiciones que nunca defendieron dejando a la tropa al descubierto
para cubrir sus puestos y sus rangos, operativos invisibles que ponen en marcha
operaciones encubiertas que atacan lo que vemos por mantener el secreto de lo
que ellos esconden.
El Estado está en guerra y la ha
perdido.
La ha perdido contra los mercados, la
ha perdido contra los gobernantes, la ha perdido contra los especuladores,
contra los políticos, contra los financieros, contra los corruptos...
La ha perdido en todos los frentes y
en todos los flancos, en todas las vanguardias y en todas las retaguardias.
La ha perdido contra el seiscientos de
nuestros abuelos, contra el apartamento en la playa de nuestros padres, contra
el spa y el fin de semana pasional de nosotros mismos. La ha perdido contra las
rebajas, contra los caprichos, contra los excesos, contra los me gusta en las
redes sociales, contra los televisores de plasma, los Smartphone y los modelos de
marca.
Ha perdido su batalla contra las
ballenas salvadas, contra los niños apadrinados, contra la caridad dominical,
contra la capa de ozono, contra la jungla amazónica, contra la solidaridad sin
riesgo, contra la caridad sin justicia, contra el sindicalismo de mesa y
mantel.
El Estado ha perdido su guerra contra
los rezos, contra las quejas a escondidas, contra las protestas sin apoyo,
contra las puñaladas por la espalda, contra los cadáveres en el armario, contra
los chaqueteros, los pelotas, las aduladoras, los ascensos inmerecidos, los
favores sexuales...
Contra las falsas desgravaciones,
contra los cobros en negro, contra las facturas engordadas, contra las cuentas
suizas, contra los créditos falseados, contra las tasaciones engrandecidas,
contra las adjudicaciones a dedo, contra los contratos falsificados, contra las
empresas fantasma, contra las indemnizaciones irregulares, contra las ayudas
inmerecidas, contra los empleados comedidos y los empresarios incontinentes.
El Estado ha sido derrotado por los
ataques sangrientos de muchos de ellos y las retiradas cobardes de todos
nosotros.
Somos la primera generación desde La
Bastilla que no puede pedirle, exigirle, rogarle o suplicarle nada al Estado.
Porque el Estado, aunque quisimos
olvidarlo, somos nosotros mismos y estamos siendo derrotados.
Así que ahora sólo podemos pedirle una
cosa al Estado. Pedirle que nos diga, ahora que no podemos exigirle que haga nada
por ninguno de nosotros, qué quiere que hagamos nosotros por él. Que quiere que
hagamos por nosotros.
Pero eso lo sabemos. Cada uno en lo
nuestro, lo sabemos.
Podemos dejar que el Estado, macilento
y exánime, rendido y acosado, sea rescatado por el mismo dinero nuestro de siempre para
ponerlo en las manos de los mismos que ya lo han derrotado o podemos, por
primera vez desde La Bastilla, desde Cádiz, desde Bolivar, desde Saint Simon,
desde..., lanzarnos al rescate con nuestras propias manos, con nuestras propias vidas, con nuestros propios riesgos.
Y podemos no hacerlo y seguir a lo
nuestro.
Y ya nunca podremos pedir, exigir o
demandar nada del Estado aunque este sobreviva.
No lo mereceremos.
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