Va un problema de matemáticas básico.
Una empresa tiene contratadas a 4.500
personas. Esas personas ganan 500 euros al mes que, -desconociendo el dato en
concreto- podemos suponer que se dobla con los seguros sociales y demás. O sea
1.000 euros al mes. lo que supone 54.000.000 euros al año.
Estos trabajadores se ponen en huelga
y exigen que se les pague 1.200 euros al mes o sea, con seguros y demás gastos
sociales, 2.400 euros mensuales. 129.000.000 euros al año.
Sabiendo que la empresa tiene un
beneficio neto después de impuestos de 400.000.000 euros anuales y que,
descontado los 75.000.000 euros del aumento de los costes salariales, le
quedarían a la empresa solamente 325.000.000 euros de beneficios netos para
distribuir entre sus accionistas y directivos, responder a las siguientes
preguntas:
¿Por qué no se pueden aumentar los
salarios?
¿Por qué hay que disparar contra los
manifestantes que exigen ese aumento salarial?
¿Por qué hay que matar a 34 de ellos?
Puede parecer que resulta imposible
utilizar las matemáticas para responder a lo que ha pasado en Suráfrica y al
motivo por el que la policía ha disparado contra una manifestación de mineros
de la empresa Lonmin de Platino. Puede parecer que el hecho de que llevaran
machetes o palos lo justifica y es una explicación. Puede parecer muchas cosas.
Pero toda apariencia es engañosa. No
es una cuestión racial, no es una cuestión social, no es una cuestión estatal.
Es una cuestión de pura y simple matemática.
Los policías que han disparado contra
su propia gente en lugar de apartarse y dejarles pasar, en lugar de regarles a
manguerazos hasta disolverles, en lugar de hincharlos a pelotazos de goma hasta
hacerles escapar, en lugar de ahumarles con gases lacrimógenos hasta que no
vieran ni su propias narices, no son asesinos, no son represores. Son el vector
que iguala y equilibra la pérfida ecuación de la economía liberal capitalista
del mundo Occidental Atlántico.
¿A quien amenazaban los mineros? ¿Por qué una policía acostumbrada a las barricadas no las colocó entre los manifestantes y ellos? ¿por qué no había una sola tanqueta antidisturbios? Todas esas preguntas pueden tener respuesta, pueden tener justificación. Pero ninguna responde a la esencial:
¿Por qué esos mineros ganan 500 euros y no pueden ganar 1.200? ¿por qué hay que reprimir esa protesta?
La respuesta es obvia: porque nadie está dispuesto a darles lo que piden. Por eso hace falta reprimirles. Es evidente ¿no?
Porque, si no existe ese vector de desequilibro, el
sistema económico que nos mantiene, que nos permite tomar un café por la mañana
o una copa por la noche aquí, en el Occidente Atlántico, el liberalismo
económico se derrumba.
Si los mineros de Lonmin consiguen su
objetivo es posible que lo consigan también los de las otras empresas de
Sudáfrica y los de Rusia, y luego se corre el riesgo de empezar con los de las
minas de oro, y los de diamantes, y los de fosfatos y los tungsteno y los de
semiconductores...
Si no se utiliza ese vector de desequilibrio
básico que es la represión puede que encima se le sumen los recolectores de
café, de cacao, de algodón, los manufactureros de seda y vete a saber cuántos
más. Y no quieran todos los dioses de capitalismo que se les unan los
trabajadores de los pozos petrolíferos árabes, argentinos y venezolanos y los
del gas ruso, afgano e hindú. Porque entonces sí que las matemáticas no volverán
a salirnos nunca.
Porque el 85 por ciento de los
recursos que utiliza el mundo occidental atlántico están fuera del mundo
occidental atlántico. Están en países donde los costes laborales son ínfimos y
son conseguidos con el trabajo de gentes que apenas tiene acceso a lo más
básico y eso es lo que permite que las cuentas nos sigan saliendo. Por los
pelos, pero nos sigan saliendo.
Porque las matemáticas del liberalismo
capitalista del Occidente Atlántico no pueden consentir que la división entre
trabajo e inversión se dirima en un reparto parejo y ni siquiera proporcionado
porque nosotros somos muchos menos que ellos y entonces las cuentas no nos
saldrían.
Por eso la ecuación necesita una
constante diferencial que ha de aplicarse cuando el desequilibrio se produce en
determinadas tierras, en determinados lugares, entre el Tigris y el Jordán,
entre el Río Amarillo y el Indo, entre el Níger y el Nilo. Y sobre todo cuando
se produce a favor de los habitantes de esas tierras. No de sus elites. De sus
habitantes.
Ese es el mundo que hemos construido
para África, Asia y Sudamérica cuando creímos estar construyendo solamente un
mundo para nosotros.
En la fórmula matemática perversa que
rige nuestra economía lo que ha hecho la policía de Sudáfrica no es un desequilibrio,
no es un fallo ocasional, no es el producto de un error de cálculo o de aplicar
sin demasiada atención una fórmula errónea.
Es una constante. Una constante
matemática.
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