Llevamos dos años escuchando hasta el hartazgo y el hastío desgranar una por una las presuntas similitudes entre los partidos de la nueva izquierda española y ese coco mitológico que se han sacado de la manga llamado dictadura bolivariana.
Por más que unos y otros lo intentan, no han podido pasar de un par de afirmaciones del líder de Podemos, unos informes pagados o no, realizados o no, pero que nunca han sido leídos ni publicados y de que Maduro e Iglesias llevan coleta los dos -¡Ah no, eso no!-.
Resulta curioso que mirando tanto hacia Venezuela, solidarizandose tanto con Venezuela y yendo y viniendo tantas veces a Caracas, Maracaibo y demás, desde Rivera hasta Zapatero, desde Felipe González hasta Jauregui o Mato hayan pasado por alto alguna que otra similitud.
"Ahora nos piden un referendúm para cambiarlo todo, como si la gente no hubiera hablado ya en las urnas. Y nos lo piden aquellos que solo quieren imponer su pensamiento a los que quieren estar unidos y avanzar hacia el futuro".
Podría haberlo dicho Rivera antes de que alguien le aconsejara disimular que es catalán y españolista; lo podría haber dicho Don Mariano en uno de sus escasos arranques antes los medios o incluso lo podrían haber dicho Arrimadas y Albiol en un coro a dos voces.
Pero lo ha dicho Nicolas Maduro.
Y se desgarrarán las vestiduras y expondrán ese argumento tan sólido y desarrollado de "no es lo mismo".
Pero, lo siento sí es lo mismo. Es el miedo cerval a que aquellos que no piensan como tú expresen su opinión; es el pánico más absoluto a que el poder escape de tus manos y recaiga directamente sobre los que tienen el derecho a decidir su futuro en cualquier democracia: los ciudadanos, los votantes, el pueblo. Llamalos como quieras, que en eso también hay controversia.
También resulta llamativo que los medios tradicionales, desde El Pais hasta ABC, desde la Cope hasta Radio Nacional, desde La Razón hasta El Mundo, que tanto han escrito e informado sobre Venezuela no hayan percibido otra pequeña concomitancia.
"La corrupción no es nuestra seña de identidad, son unos elementos aislados que, cuando son detectados, son llevados ante la justicia y esperamos que sean castigados duramente si son culpables. Somos los que más luchamos contra la corrupción y esperamos que sea solo cosa del pasado, herencia de una forma superada de entender lo que es un cargo público".
Digno de SSS -Soraya Saenz de Santamaría-, de Rajoy o de la inmarcesible lideresa del PP madrileño cuando la tan repetida palabra sale a colación en sus entrevistas pactadas y sus declaraciones y les hace torcer el gesto.
Pero lo ha dicho Nicolas Maduro ante una periodista francesa que apenas podia evitar esbozar una sonrisa al escucharle.
Y ahora se mesarán los cabellos y diran: ¡Por el amor de Dios, no es lo mismo!
Pero lo siento, sí es lo mismo. Es no responsabilizarse de lo que hacen sus subordinados. Es no buscar solucion alguna a unas prácticas que minan cualquier régimen político, que convierten el servicio público en una forma ilicita y continua de enriquecimiento. Y da igual que sea la trama Gürtel o las mafias militares fronterizas venezolanas; da igual que sea el nepotismo sanitario o el contrabando alimenticio.
Es proteger al corrupto porque el político que le protege hace lo mismo que él e incluso a mayor nivel. Y da igual que se le incluya en la estructura militar para que sea intocable o que que se le haga senador para que disfrute de aforamiento.
Y, por supuesto, resulta sospechoso que todos los opinadores, analistas y supuestos destripadores de la realidad poilítica española -y venezolana-, desde Inda hasta Maluenda, desde Miguel Ángel Rodriguez hasta Isabel San Sebastián, que tanto han hablado y debatido sobre Venezuela hayan pasado por alto otra semejanza.
"No se puede pretender gobernar y hacer gobernar desde las calles, imponer desde la alteración del orden público a un gobierno electo lo que tiene que hacer, las instituciones (...) son el camino para que se exprese la voluntad soberana".
Y lo podrían haber dicho la egregia Cifuentes, allá en los tiempos del 15M, el inefable Wert en los tiempos de la rebelión educativa o incluso el olvidado Lasquety en los años de la movilización contra la privatización de la Sanidad. Incluso podría haberlo dicho cualquier diputado del PP o del PSOE el día de la votación de la Investidura o de la Reunión de la Conspiración de Bruto y Casio -¡Uy perdón, del Comité Federal del PSOE-.
Pero lo ha dicho Nestor Reverol, Ministro de Poder Popular y Relaciones Interiores de Venezuela.
Y alzarán la mirada al cielo y diran ¡Venga ya!, ¿qué tiene que ver?
Pues mucho. Tiene mucho que ver. Es intentar acallar y criminalizar el descontento popular. Es anteponer el orden público al derecho de manifestación, es pretender dar una imagen de conformidad inexistente, generar una situación social en la que solo aquellos que apoyan al gobierno puedan expresar libremente y de forma masiva su opinión. Es dejar manifestarse a los que te apoyan y limitar y desacreditar a los que lo hacen en tu contra.
Y da igual que sea por la ampliación de los mandatos presidenciales o por el concepto de familia tradicional, que sea por el aborto o por las nacionalizaciones, que sea por el revocatorio o por la "dignidad de España".
Pero lo que más llama la atención es que los votantes del PP, lectores de ABC y la Razón, oyentes de la Cope y Onda Cero y seguidores de las opiniones de Maluenda e Inda, después de oir, leer y ver tanto sobre Venezuela no hayan percibido el último de los pequeños parecidos que existen entre la España del salvador y defensor de la democracia Partido Popular y el hombre del saco que es la Revolución Bolivariana.
"El Gobierno usará el Constitucional para limitar la actividad del Congreso", titula un periódico después de que la Mesa del Congreso rechazara el intento del PP de imponer una herramienta de poder que bordea la autoritario como son los vetos del Gobierno a las propuestas de ley de la oposición.
Y eso sí lo ha dicho y lo va ha hacer el Gobierno español.
Usar la máxima instancia judicial del país, controlada y nombrada por ellos, para sacarse de la manga una disposición legal que impida al Parlamento aprobar propuestas de ley en contra de su deseo; no aceptar las iniciativas de una mayoría parlamentaria porque son contrarias a lo que el Gobierno tiene previsto, ignorando el hecho de que esa oposición es mayoritaria porque representa a la mayoría de los españoles -en una proporción 70-30 por si alguien lo ha olvidado-.
Limitar la capacidad legislativa de uno de los poderes del estado -el legislativo- en favor de otro -el ejecutivo- a través del tercero -el judicial- solamente porque se quiere ejercer el poder sin tener en cuenta lo que quieren los demás.
Eso, como referencia actual, solo tiene un nombre: bolivarianismo venezolano. Ahora griten ¡Demagogia!
Pero, antes de hacerlo, piensen que si esto es demagogia, lo es todo lo que han estado leyendo, escuchando y repitiendo sobre otras similitudes de otros con Venezuela y su régimen. Así que tendrán que replantearse de nuevo su pensamiento, quizás esta vez hasta de forma autónoma.
Y si no lo es están jodidos.
Porque tendrán que decidir entre unas similitudes ficticias o cuanto menos proféticas con el régimen bolivariano y otras muy reales y tengibles que ya intentan y practican aquellos a los que concedieron su sufragio para evitar que "España se convierta en Venezuela".
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