Hoy, uno de esos pocos días que he podido desayunar como se debe, me he metido entre pecho y espalda junto al café una de las más rocambolescas noticias que había podido digerir en los últimos tiempos.
El problema no es que lo hayan hecho, que está bien. El absurdo es que intenten vender que sirve para algo, que es importante, que puede contribuir a mejorar la situación en ese país, creado hace unos años de la nada por mor de los intereses petrolíferos y energéticos de unos y de otros.
Sudán del Sur se desangra -y no es una metáfora- en un genocidio soterrado, en dos procesos abiertos de limpieza étnica que se llevan cada día centenares, sino miles, de vidas por delante. Y nosotros nos dedicamos a hacer un mapa de las palabras que reflejan ese odio tribal y fratricida y fingimos que sirve para algo.
No es un síntoma de lo que ocurre en Sudán del Sur. Es un síntoma de la terrible enfermedad que padecemos nosotros, ese Occidente Atlántico que ve la vida en lugar de vivirla.
Como en otras muchas cosas, creemos que las redes sociales sirven para algo. Pensamos que analizar los tuits, los hashtag o lo que sea, nos da una visión de la realidad. Y sobre todo creemos que lo que existe en las redes sociales es real, que puede sustituir lo que hay que hacer a pie de realidad, descendiendo o ascendiendo -según se mire- a eso que ahora nos parece tan prosaico como es el contacto humano.
Y como no sabemos hacer otra cosa, como estamos perdiendo la capacidad de interacción real por mor de nuestros miedos o nuestros egos, le damos a lo que ocurre en las redes una importancia desmedida, creemos que de verdad nos sirven para valorar nuestra popularidad, nuestros afectos, nuestra vida y la del mundo.
Y ahora creemos que sirven para solucionar la guerra de Sudán del Sur.
¿Es de suponer que si bloqueamos, no seguimos, no retuiteamos o no damos un me gusta a los que utilizan esas palabras dejarán de hacerlo?, ¿tenemos que creer que, si logramos un Trending Topic denuciando esa nube de palabras, los que las usan se verán tan afectados por su pérdida de popularidad que dejaran su guerra tribal?, ¿que los que la sufragan y alimentan se retirarán a llorar su impopularidad en un rincón?
Deberíamos saber que no, pero parece que lo hemos olvidado o que queremos fingir que lo ignoramos.
Los sudaneses seguirán matándose a disparo y machete por más nubes de palabras de odio que monitoricemos en Twitter. Igual que racistas, corruptos, machistas, fascistas, asesinos, fanáticos, terroristas, xenofobos y todos los demás lo seguirán siendo por más hashtags que inventemos contra ellos, por más trending topics que coloquemos en lo más alto de las redes sociales.
Lo sabemos, pero pretender que lo ignoramos nos permite alimentar el ego de una victoria, de haber ganado una batalla; hace posible que creamos que se puede luchar por algo sin riesgo, sentados en nuestro sofá, dando un me gusta mientras tomamos cañas, escribiendo una frase de 140 caracteres ocurrentes desde la protegida comodidad de nuestros smartphones.
Nos permite acallar los gritos que a veces da nuestra conciencia por nuestra desisdia e inacción, fingiendo ante el espejo que hemos hecho algo importante y necesario.
Pero sobre todo necesitamos pensar que es importante por puro egoismo afectivo, que es lo que mueve a nuestra sociedad desde hace un siglo.
Porque si lo que ocurre en las redes no es importate, no es un reflejo de la verdadera realidad, nuestros seguidores, nuestros amigos virtuales, los retuits y me gustas que recibimos no significarán nada, no serán baremo de nuestra relevancia social, de nuestra popularidad, de que somos queridos, respetados o amados.
Y tendremos que volver a los besos, las caricias afectuosas, la llamada de preocupación por un amigo, las sonrisas compartidas, las bromas, las cañas, los abrazos y todo lo que hacíamos y recibíamos hasta que como sociedad decidimos no exponernos al otro para no correr el riesgo de no sentirnos valorados y queridos. Hasta que decidimos fingir que las redes sociales pueden sustituir las relaciones y el contacto humano con un emoticono bien elegido y un me gusta.
En Sudan del Sur no importan las palabras que se utilicen para el odioen las redes. Importan las otras, las que pronuncia quien te apunta con un AK 47 a la cabeza o quien te amenaza con un machete afilado colocado justo sobre tú yugular y tu carótida.
Ese es el odio en Sudán del sur. Ese es el que debemos parar y para eso no sirve una nube semántica, solo sirven el compromiso y el riesgo personal. Salga en redes o no.