Todos volvemos y, como diría el poeta catalán, vuelve el pobre a su pobreza, vuelve el rico a su riqueza y el señor cura a sus misas.
Es de suponer que ahora tocaría hablar del fin de la tregua, de ETA, de la parodia de acusación que ha montado el abogado de la AVT en sus conclusiones definitivas en el juicio del 11-M, de la sonrisa torcida y complice de aquellos que prefieren un atentado y alcanzar el poder a no alcanzar el poder aunque no haya atentados. Es posible que ahora tocara hablar de todo eso, pero no voy a hacerlo, hoy no.
Es de suponer que ahora tocaría hablar del fin de la tregua, de ETA, de la parodia de acusación que ha montado el abogado de la AVT en sus conclusiones definitivas en el juicio del 11-M, de la sonrisa torcida y complice de aquellos que prefieren un atentado y alcanzar el poder a no alcanzar el poder aunque no haya atentados. Es posible que ahora tocara hablar de todo eso, pero no voy a hacerlo, hoy no.
Voy a hablar de la vida. Voy a hablar de la vuelta.
Hoy, volver es un problema, como lo es pararse, como lo es pensar. Como lo es todo aquello que nos obliga a escribirnos y describirnos. No sabemos renunciar, no sabemos equivocarnos. No sabemos acabar porque no sabemos continuar. Volver es un anatema.
Pero hemos de hacerlo. Hemos de hacerlo porque hemos acostumbrado a los caminos a borrarse a nuestro paso, a desaparecer tras nuestras continuas fugas, nuestras marchas forzadas, nuestras eternas huídas hacia adelante. Aquellos que nos empeñamos en vivir hemos de volver aunque no quisieramos hacerlo porque si no el camino siempre derrota al caminante.
Y la vuelta es triste. Lo es no sólo por aquello que quisimos abandonar y de pronto se nos vuelve otra vez grande, cercano, abrasador. Lo es porque el camino recorrido hasta la vuelta se antoja absurdo, baldio, inacabado. Pero sobre todo se antoja imposible, se convierte en un horizonte de espejismos que nunca se alcanzarán, en un arco iris en el que jamás se vislumbrará el caldero de la ilusión que se encuentra en su extremo.
Volver nos convierte en guerreros sin Valhalla; en jinetes sin praderas y en falanjes sin elisios. Volver nos transforma en demonios sin infierno.
Regresamos a nosotros mismos porque no nos dejan avanzar hacia los otros. Porque nos cierran el futuro. Nos lo niegan aquellos que, por querer atisbar un tenue e ínfimo retazo de un destino posible, convierten, sin pausa pero con prisa, el presente en pasado. Nos lo ocultan aquellos que, a cambio de mapas ilegibles de islas del tesoro, intercambian los planos de los extensos reinos firmes de los que fueran reyes.
Regresamos porque alguien nos cambió Jauja de sitio; nos mudo Arcadia de posición. Nos amuralló el paraiso. Nos levantó el puente de Avalón y no nos comunicó el santo y seña.
Volvemos porque no somos Job; porque no hemos encontrado la fórmula que haga tender la espera hacia el infinito. Volvemos porque no sabemos y no podemos transformar las rapsodias y las sardas de nuestras vidas en adagios cansinos y marchas lentas. Volvemos porque el ritmo de la banda sonora de nuestras vidas se desacompasa tanto que no nos suena nuestra, que no la reconocemos, que no sabemos interpretarla y mucho menos sabemos dirigirla.
Y dejamos a aquellos que nos fuerzan a hacerlo. Los dejamos vigilando desde sus pasadas murallas. Con la mano en la frente intentando atisbar lo que ha de llegar. Buscando hacia adelante.
Los dejamos interpretando gestos de unos nuevos extraños, conociendo a los desconocidos por el temor profundo de no reconocer a los que ya conocen. Los dejamos con el cuerpo girado hacia nosotros pero el cuello torcido en nuestra contra.
En fin, algunos nos volvemos. Y lo hacemos cansados.
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