Mientras España es sacudida por los cambios de gobierno e Italia lo es por las ondas de Ritcher de una forma más dramática y visual, Francia, el tercero de esos países que lo mismo sirve para organizar una cumbre mediterranea que para realizar una lista de candidatos a ganar la Eurocopa, es sácudida por algo menos mediático que un cambio de gobierno pero tan trágico como un terremoto: la mal disimulada tendencia al absurdo de su presidente Sarkozy.
A este hombre pequeño la queda grande Francia. Una república antigua como la francesa necesita soluciones para la crisis -como todos- y Sarkozy inventa soluciones eludiendo la responsabilidad que le acarrea el peso de la historia.
Es incapaz de asimilar que dirige un país que llevó al mundo -a punta de bayoneta en ocasiones, eso sí- un lema y unos principios que, dicen los que sabe de esto, ahora rigen las conciencias de los europeos y de algún que otro estadounidense.
Sarkozy soluciona la crisis -o al menos lo pretende- cargándose aquello de Libertad, Igualdad y Fraternidad, que le costara sangre sudor y lágrimas al pueblo y algún que otro cuello a la aristocracia francesa.
Intenta mantender Francia desmontándola, haciéndola pequeña, renunciando a aquello que -por más que otros pensadores mas sacros y teistas opinen los contrario- constituye la verdadera raiz de la formación de los estados europeos democráticos de hoy.
Como se le multiplican los inmigrantes, como se le suben a las barbas esos ultraderechistas de Le Penn que hablan de patria y bandera, como el no tiene el carisma de Jacques Chirac -al que votó la izquierda, con desinfección posterior incluida, con tal de evitar el ascenso de la ultraderecha- descuelga tranquilamente un lema de su Estado y un color de su bandera -¿cual será?, ¿el rojo o el azul?- y se carga la Igualdad.
Decide censar a los habitantes de Francia por color, por nacionalidad, por origen, por etnia. Decide que tener localizados a todos los que son de otra parte, los que han nacido en otra parte o los que son de un color origario de otra parte es bueno para Francia, es bueno para saber con qué margen de expulsiones cuenta su gobierno.
Recuerda a otras épocas pero a Sarkozy no le importa. Quizás es porque está más pendiente de los números que de los valores o de de las caídas de ojos de Bluni que de los mensajes que le envían las manifestaciones de aquellos que habitan su país, pero no le importa.
Discrimina, amenaza, infecta sus censos del virus de las listas negras, de la bacteria de la cruz en rojo a la derecha del nombre, de la enfermedad de los apellidos leídos en voz alta en la plaza del pueblo y obligados a subir al vehículo camino del destierro.
Crea ciudadanos de segunda y recupera tendencias de aquel Antiguo Régimen -el antiguo de verdad, no el hispano del pequeño general- en el que las personas estaban ligadas a la tierra y no podían moverse de ella y eran reconducidas de un lugar a otro en virtud de los gustos y necesidades del gobierno o los dineros.
Y, quitada una banda de la tricolor, eliminado uno de esos principios que hasta ahora se antojaban universales, por lo menos en Francia, observa que las cosas aún siguen sin marchar.
Así que, como el G-20 no le da soluciones, no le apoya en lo suyo, descuelga otro pigmento de esa enseña que un día fuera tricolor y, por mor de una ley digna de figurar en los códigos de algún rey medieval, borra lo de la Fraternidad del lema patrio.
Esto dice el rey:
"Cualquiere súbdito del reino que ayudare o prestare auxilio de algún tipo a bárbaro o extraño, que se encontrara dentro de las lindes de los dominios reales sin cedula o salvoconducto, será arrojado a presidio y se le confiscarán 30.000 soles o escudos de su hacienda por los aguaciles del Tesoro Real".
Es obvio que la ley no está enunciada así, pero una ley que se promulga con el nombre de Ley para instituir un delito tipificado de solidaridad con los extranjeros indocumentados merece una forma tan medieval como su fondo.
Sarkozy, despues de pedir ayudas a los demás países, de repartir -como todos- fondos que provienen de todos los bolsillos de Francia entre empresas, sectores y bancos como si se tratara de un diácono en Domingo de Ramos a las puertas de Chartres, hace desparecer, por arte de magia de decreto, la fraternidad con los que más lo necesitan, con aquellos que no han hecho nada para llevar a Francia -y a Europa en general- al lugar en el que ahora se encuentra.
Los franceses tendrán que preguntar y pedir los papeles a alguien antes de sacarle del agua, de darle de comer, de regalarle una manta, de darle medicinas o de ofrecerle un camastro. Los franceses tendrán que guardad esa fraternidad suya, que defendieron con sangre como algo inalienable y humano por excelencia, para los pobres patrios, para los miserables. Que esos son "solo de Francia", como diría Victor Hugo, otro francés eterno.
Ayudar a extranjeros es un delito no por el hecho de ayudar, sino por hacerlo con extranjeros indocumentados. Es algo que hace temblar el pulso al único principio que queda intacto en el lema de Francia: Libertad.
Sarkozy lleva a Francia a una nueva bandera. Ya no es tricolor. Sólo le queda el blanco, porque el blanco si es francés y franco, se supone. Conduce a paso firme de medieval mesnada a una libertad cercada, sola, aterida del frío que llega por los flancos que otrora cubrieran sus hermanas y temerosa de que la proxima carga del ancestral ejército del odio al extranjero la derribe tambien a ella para siempre.
¡Vive La France!
2 comentarios:
Muy buenos tus artículos de opinión, en general son bastante buenos y polémicos.
Muchas gracias, se hace lo que se puede.
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