Debe ser que el verano agosta las ideas y los intentos de ponerlas en el orden necesario que exige la escritura, pero el caso es que la producción estival de esta pluma se ha visto drásticamente reducida.
En cualquier caso, creo que resulta propio concluir este veraniego asueto con algo referente a la infancia, esas personas a medio hacer cuya responsabilidad de culminación radica en sus progenitores y que ahora pululan libremente por las habitaciones de aquellos que aún tienen casa y que pueden seguir pagándola.
En mis tiempos, cuando era niño -que también lo fui- Barrio Sésamo eran un grupo de monigotes que se suponia que nos enseñaban los números, las letras, las nociones espaciales básicas y alguna que otra cosilla sin importancia como que no se miente a los que te quieren, que el egoismo tiene límites y que el respeto es algo que hace llevadera la existencia. Vamos, definiciones primarias de palabras como lealtad, sinceridad o libertad que ya no se escriben en mayúsculas -como dinero, éxito o fama- y han perdido brillo en los diccionarios multilingues.
Pero ahora no.
Los responsables estadounidenses de Barrio Sésamo han decidido que esos filosofos y profesores de trapo y peluche que forman el eterno e irreductible elenco de la serie, expliquen a los infantes que el la crisis. Sí, sí. La crisis económica mundial. Esa que no saben explicar los economistas, los políticos, los gurús, ni los presidentes de los bancos centrales. ¡Menuda papeleta!
No me imagino al bueno de Elmo hablando de ciclos redundantes, de neoliberalismo y de mecanismos de control de los mercados y afortunadamente los guionistas de la serie tampoco. Así que van a lo sencillo, a lo básico, a lo que un niño necesita saber.
De modo que Elmo, con esa voz semiquebrada y gritona, les explica a los niños que las cosas van mal y que no pueden pedir más juguetes, porque papá y mamá están en paro. Porque, claro, esa es la principal preocupación de un niño.
Elmo no se molesta en explicar el motivo por el que mamá llora por las esquinas cada vez que mira a sus hijos comiendo cereales en el salón; no explixca el motivo por el que papá pega puñetazos en la pared o circula como una sombra por el jardín de la casa, que ha podado en seis ocasiones en la última semana. Eso no puede importarle a un niño. A un niño sólo puede importarle no tener más juguetes.
Pero es que Elmo está para lo básico. Para lo demás está Coco. Es de suponer que Coco les contará a los pequeños que se han quedado por culpa de la crisis sin la última actualización de la Playstation porque una serie de individuos han practicado el divertido juego de "coge el dinero y vete", porque otros han jugado a la ruleta rusa con los ingresos y los depósitos de sus papás y porque otros no están dispuestos a ver reducidos sus beneficios accionariales y encuentran soluciones que pasan por el despido masivo de trabajadores.
Pero Coco tiene la posibilidad de jugar al así sí, así no. Puede enseñar una instantanea de empresarios estadounidenses que, aún en crisis, crean y mantienen miles de puestos de trabajo en condiciones dignas y estables y decir "esto es arriba" y luego de los ejecutivos que cobran sus pagas de beficios cuando no hay beneficios y fuerzan quiebras fraudulentas y decir "esto es abajo".
En nuestro país esa filosófica intervención de la marioneta azul sería más complicada. No porque los guionistas sean peores, sino porque habría muchas menos instantaneas que enseñar cuando se dijera "esto es arriba".
Pero el problema del Bario Sésamo especial crisis en España va mucho más allá. Habría que dividir el programa en muchos y cuidar en extremo los mensajes.
Sería peligroso colocar a Epi y Blas en una acalorada discusión en la que Blas intentara bajar a Epi de ese cuento de la lechera que se ha llamado especulación inmobiliaria aficionada y explicar a los niños que muchos de sus padres están como están y se quedan sin casa porque compraron viviendas por encima de sus posibilidades con un dinero que no tenían, para especular con ellas y luego venderlas, para comprar otra vivienda que estaba todavía más por encima de sus posibilidades.
No conviene decir a los niños, que se quedan sin juguetes y ven a sus progenitores de mala baba y actitud desesperada, que sus propios padres son en parte los artifices y heraldos de su propia destrucción, porque sus eternos cuentos de la lechera han dejado a sus hijos sin futuro y han llevado el mercado a unos precios en los que aquellos que sólo quieren una casa para vivir no pueden acceder a ella.
Quizás si se dice eso los niños no sientan demasiada empatía con sus padres. Y ya es lo que nos faltaba.
Pero claro, antes tendriamos que recuperar a Caponata, esa maternal zancuda, para que explicara a los tiernos infantes que sus padres son esas personas que les llevan de la mano a casa de los abuelos cuando se van de vacaciones a Mojacar; esas voces que escuchan a través de su teléfono movil de última generación mientras el abuelo les cuenta un cuento o la abuela les persigue con la leche con galletas; esas sombras que atisban moviéndose por la casa cuando levantan la vista de sus DVDs portátiles o de sus consolas, Esas personas con las que se encuentran todos los días por casualidad en la cocina, en el cuarto de baño o en el camino entre la guardería y la canguro.
Pero el Bario Sésamo especial crisis hispano por antonomasia debería emitirse en Prime Time, en hora de máxima audiencia, y tendría que estar digigido y presentado por el más patrio de los personajes de esta corte de marionetas y seres disfrazados. Don Pinpon.
Este granjero de trapo debería explicar a los niños que no lo son, a los que se perdieron las píldoras éticas que destilaban los antecesores de este Barrio Sesamo de Urgencia del siglo XXI, que la crisis no es una excusa para seguir siendo una carga para aquellos que han cargado contigo más allá de los límites racionales.
Don Pinpon debería gritar a los cuatro vientos a esos que se hacen llamar adultos y siguen funcionando como niños mohinos y egositas, que el ahorro supone renunciar a los juguetes -parece que los hijos están en condiciones de entenderlo, pero los padres no-, no buscar nuevas formas de financiación para seguir el mismo nivel; que con treinta y cinco o cuarenta años no se puede pretender mantener el nivel de vida a costa de la pensión y el sacrificio de ancianos de setenta; que no se puede uno acostar todas las noches rezando a un dios que no te escucha -por fortuna- para que la herencia de los que además te están cuidando a los hijos te saque del pozo, impida que te metas en él o te deje seguir vivendo al mismo nivel sin renunciar nada.
Se vería en la tesitura de forzarles a entender con ejemplos sencillos y visuales que "arriba" es responsabilidad, esfuerzo y realismo y que "abajo" es esquilmar y ordeñar la teta paterna hasta que ya no queda nada para no tener que ver disminuidas las ubres propias.
Pero eso no se hará. En este país, Caponata, Don Pinpon e incluso Elmo, Coco, Traque, Triqui, Epi y Blas seguirán haciendo lo que han hecho siempre. Entretener a los niños para que no molesten a sus padres, mientras algunos de esos padres -demasiados, se podría decir- se dedican a molestar a sus propios progenitores para que ni la vida, ni la crisis les moleste a ellos.
Así que, al final, la idea yankie va a ser buena. Será mejor explicarles a los niños, como los estadounidenses, por qué no tienen más juguetes en lugar de por qué sus padres se han comportado y se comportan como niños mimados incapaces de enfrentarse al sacrificio.
Al fin y al cabo, los juguetes son más cotidianos para ellos que sus padres. Lo entenderán mejor
1 comentario:
Como dice un buen amigo, estar de extraescolares a los 35 no conduce a nada bueno y mas si no rindes en las obligatorias.
Como siempre... escribes verdades como puños
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