Creo que nunca hasta ahora había dedicado una de estas endemoniadas líneas a Cristina Pedroche.
Pero, bueno, empecemos el año de forma diferente, que para algo es un año nuevo.
Y solo puedo decir una cosa ¡Ave, Pedroche!
En un solo momento, en una sola presencia, en una sola aparición, ha conseguido resumir el espíritu de lo que es y debería ser nuestra sociedad.
Perfectamente tapadita, en correcto rojo Igartiburu, se marca un discurso con todos los hitos del feminismo patrio. Hitos que dejan al margen muchas cosas, que simplifican peligrosamente otras. Pero ese no es el asunto, al menos hoy no.
Pedroche dice lo que quiere decir, porque le da la gana decirlo y cabrea con ello a todos aquellos que estaban conectados solamente para verla semidesnuda luciendo su cada vez más esbelta anatomía ante la concurrencia televisiva.
Deja fuera de juego a los que se ven reflejados en su discurso porque solamente están ante el televisor para empezar el año con un calentón y una fantasía erótica; castiga a los que la encuentran tapada y ya no es lo mismo, ya no mola.
Porque, si la vista no está obnubilada y reteniendo imágenes en la mente a mil por hora, entonces el oído se activa -es inevitable por pura compensación sensorial- y lo que escuchan no les gusta, no les viene bien.
Y luego, cuando el brazo político del feminismo español cree que por fin ha vencido, que el recato rojo igartiburiense de Pedroche significa que por fin “se valora como mujer” como ellas consideran que se tiene que valorar una mujer, que ha entrado por el aro de sus exigencias ideológicas, que, tras su intervención, es por fin parte de sus huestes, tira de velcro -o de lo que sea- y las deja también más fuera de juego que un portero metiéndose un gol en propia puerta.
Luce su poderosa anatomía porque puede hacerlo, porque quiere hacerlo, porque nadie tiene porqué decirle que lo haga o no; porque estar orgullosa de su físico también es valorarse como mujer, porque no querer que se mate a mujeres o que se las viole o estar en contra del machismo no tiene nada que ver con mostrarse sensual o bella como ella lo interpreta.
Porque le importan un carajo las fantasías que pueda provocar en los hombres -y seguro que alguna que otra mujer-, porque su cuerpo es suyo y hace con él lo que le da la gana, del mismo modo que su voz y su pensamiento son suyos y hace con ellos lo que le apetece.
Y si lo primero molesta a las feministas y lo segundo a los machistas, el problema lo tienen ellos y ellas, no Cristina Pedroche, que no tiene que casarse con unos o con otras, que no tiene que pedir perdón a unas o a otros por ser como es y por hacer lo que hace.
Y me diréis que si lo hace en una cadena de derechas, que si le hace el juego a los que buscan audiencia mostrando curvas femeninas, que si ignora a los hombres maltratados… me diréis lo que queráis. Pero nada de eso será relevante.
Porque esa intervención demuestra que esto de la igualdad no va de machismo, no va de feminismo, no va de unos contra otras ni de otras contra unos. No va quien no está conmigo está contra mí.
Esto va de libertad, no de guerra.
Así que ¡Ave, Pedroche!
¡Ah, por cierto! No vi las uvas en Antena 3
No hay comentarios:
Publicar un comentario