miércoles, junio 07, 2006

En un día corriente

Se que normalmente un blog debería ser un espacio en el que se leyeran cosas como "ayer me ocurió..." o "Hoy he sabido que ..." que fueran indefectiblemente seguidas de una reflexión intelectual sobre las mismas o de una opinión o de una foto o de lo que fuera.
Pero me temo que La Mano Izquierda de Dios no será así, porque si siguiera esos parámetros, por ejemplo, hoy no podría escribir nada.
Por que hoy es un día en el que no ha ocurrido nada. Hoy han nacido 32.000 niños, la mayoría de ellos en Africa, Suramarica y Asía y hoy han muerto 28.000 niños, la mayoría en los mismos continentes. Se han disparado alrededor de 500.000 balas alrededor del mundo, se han comprado 2.300 armas de fuego en Estados Unidos, se ha violado a 4.000 mujeres, se ha atropellado a 6.800 personas, se ha ejecutado a 22 encarcelados.
Hoy se han vertido unos cuantos cientos de miles de litros de anhidrido carbónico y vapores sulfurosos a la atmósfera de la tierra. se han consumido mil cuatrocientas toneladas de cocaína , seiscientas cincuenta de heroína y se hna suicidado alrededor de 32.000 personas.
Se han vendido medio millón de coches, treinta mil televisores, ciento once mil libros y mas de quince mil personas en el mundo. Hoy se han consumido 56.000 barriles de petroleo, se han fabricado 350 aviones de combate y se han realizado 390 millones de conexiones teléfonicas.
En España también ha sido un día normal. Han perdido su puesto de trabajo unas 1.100 personas y han encontrado empleo unas 1.150. Hoy el noventa por ciento de los menores de 31 años viven con sus padres y el ochenta por ciento de las parejas no superan el segundo año de relación. Hoy 13 niños han sido separados de sus padres y madres para evitar que les maltraten, han llegado 300 inmigrantes macilentos y exhanimes a nuestras costas y el cuarenta por ciento de los licenciados universitarios cobran menos de 1.000 euros al mes.
Si esto fuera un blog convencional hoy no habría nada de que hablar o sólo podría hablarse del Mundial o de la última mamarrachada de George Bush.
Pero como La Mano Izquierda de Dios es mi blog y no es convencional, hoy, que no ha ocurrido nada que merezca la pena ser resaltado, hablaremos de lo que nunca hablamos. De nosotros mismos
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"Nothing is strong like fear"
Tengo un amigo que era capaz de decir esta frase con la exacta entonación de Dark Maul y que ahora se sienta a mi lado en mi trabajo. La frase en si misma ya es poderosa, pero si la aplicamos a la vida real, a la vida de todos aquellos que pasamos nuestros días y nuestras noches en la corriente de lo cotidiano, se convierte en demoledora.
No somos una generación de valientes. Eso es algo incuestinable, pero tambien es algo que no se puede reprochar a nadie. Hemos crecido en el miedo, madurado en el miedo y envejecido en el miedo y por ello no conocemos otra cosa que no sea el miedo.
Normalmente, cualquiera que leyera o escuchara esta aseveración la negaría categóricamente. La nuestra es, por fortuna, una sociedad en la que no hay casi motivos para tener miedo en el sentido épico de la palabra, ese pánico aterrador y atenazador que ahoga los recursos y paraliza las acciones. Y cuando digo la nuestra no me refiero a la sociedad española, ni siquiera a la europea. Me refiero a la sociedad occidental en su conjunto, en la que el miedo es algo controlado y generalmente exportado.
No hay razones para sentir pánico, para medrar en nuestros propios temores, pero seguimos haciéndolo. Los políticos apelan al miedo y nosostros les creemos. Ya sea el miedo a ir a la guerra o el miedo a sufrir un ataque terrorista. Todos recurren al miedo y nosotros caemos.
¿Entramos al trapo por qué son grandes demagogos? ¿Por qué su capacidad de manipulación es inmensa?
La respuesta es algo mucho más sencillo que sobrevalorar a nuestros mediocres políticos. Entramos al trapo porque vivimos y morimos instalados en el miedo.
Tenemos miedo a estar solos y miedo a que la compañía nos impida estar con nosotros mismos. Tenemos miedo al trabajo y al paro, miedo a la vida y miedo a la muerte. Crecemos en una dinámica en la que comemos por miedo al coco y dormimos por miedo al hobmre del saco.
Y esos miedos infantiles se trasplantan a nuestra vida adulta con tanta naturalidad que apenas somos conscientes de ello. Soportamos situaciones injustas por miedo a perder lo que tenemos, aunque lo que tengamos sea injusto. Debemos protestar y no lo hacemos; debemos cuestionar y no lo hacemos simplemente porque nos refugiamos en el hecho de que nuestra cobardía no es diferente de la de nuestro compañero, de la de nuestro colega, de quien comparte puesto laboral e injusticia laboral con nosotros y que tampoco protesta.
Nos hemos hecho fuertes en el miedo a morir y recurrimos a dietas, operaciones, gimnasios y milagros para retrasar ese momento, pero también nos hemos encerrado en el miedo a la vida y nos aislamos, nos parapetamos tras nuestros muros de cristal, tras nuestras murallas de papel, para evitar la que vida nos toque, que nos recuerde que existen cosas como el fracaso, el sufrimiento o el dolor.
Ese pánico, que necesitó hace siglos de una institución poderosa como La Iglesia para arraigarse en la mente y el cuerpo de los hombres y mujeres duros de un tiempo dudo, campa hoy a sus anchas por las calles de cualquier ciudad occidental, cabalgando en la grupa de nuestros propios pensamientos.
Pasamos media vida escapando del compromiso, de los sentimientos, de las emociones afectivas por miedo a que nos anulen como personas y pasamos la otra vida escapando de nosotros mismos por miedo a perder esas mismas relaciones. Claudicando ante todos y ante todo, incluso ante nosostros mismos. Nos volvemos a nuestro interior por miedo a lo que podamos encontrar fuera, pero, cuando vemos lo que hay dentro, lo escondemos por terror a que alguien pueda descubrirlo y eso le otorgue poder sobre nosotros.
Pero nadie es capaz de vivir con eso o, para ser más exacto, nadie es capaz de reconocer eso y seguir viviendo consigo mismo, así que inventamos otro miedo para huir de los proipios: el miedo a los demás.
Convertimos a los otros en el coco y el hombre del saco de nuestras vidas. Siempre hay alguien que no somos nosotros que nos pone en peligro físico, intelectual, afectivo, psicológico y emocional.
Siempre son los otros las sombras que se dibujan en la noche para robarnos la tranquilidad, para desequilibrar nuestros mundos. Los jefes son aterradores porque son inhumanos; las parejas son temibles porque son posesivas, los gobernantes son terroríficos porque son poderosos e ilógicos y así hasta completar una lista interminable que hace que todos nuestros miedos, nuestras cobardías, tengan una justificación externa.
La realidad es bien distinta: los jefes son inhumanos porque saben que les tenemos miedo; las parejas son posesivas porque saben que les tenemos miedo; los gobernantes actúan de forma ilógica porque saben que nos tienen asustados con su poder.
Toda esa parálisis temerosa emana exclusivamente de un terror casi atávico que se ha asentado en nuestras sociedades: Nos aterroriza el cambio.
No queremos cambiar, no estamos dispuesto a hacerlo. Nuestra capacidad de mutación está completamente cercenada por la autocomplacencia personal y por ello somos incapaces de lanzarnos al cambio auqnue sepamos que debemos hacerlo.
En el terreno social eso nos incapacita como revolucionarios, nos paraliza como rebeldes y nos desarma como contestatarios. La reivindicación es algo que se hace en grupo no porque eso nos haga más fuertes, sino porque eso nos posibilita escondernos. Si los otros no la hacen, nosotros tampoco ¿Para qué?
En el terreno personal ese pavor al cambio nos hace movernos siempre en las arenas movedizas de la incomprensión y la inacción. Conocemos nuestros defectos y los asumimos, pero no los cambiamos. Y no es algo que dejemos de hacer por orgullo, por vanidad o por indolencia -aunque habrá casos para todo- sino por miedo a perder esa congelada visión de nosotros mismos que hemos encontrado en un momento de nuestras vidas.
Alguien me dijo una vez que "si no venimos al mundo a ser felices ¿a qué venimos? "
La respuesta es sencilla, aunque en ese momento no la di: a la vida venimos a vivir.
Y la vida no es sufrimiento ni felicidad, la vida no es espera ni desesperación; la vida no es conocimiento ni ignorancia; la vida no es espera de un destino ni cumplimiento de una misión; la vida no es avanzar o retroceder. La vida es todo eso y no es nada de ello:
La vida es el mayor de nuestros miedos llevado a su máxima expresión: La vida es cambio.
Los políticos juegan a asustarnos, los delicuentes intentan amenazarnos y los grupos de presión intentan intimidarnos, pero nosostros solos nos las hemos arreglado para convertinos en nuestros propios cocos y espantajos. Somos los hombres del saco de nuestras propias vidas.
Nada es mas fuerte que el terror. Que el terror al cambio.
Gerardo Boneque

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