Mientras George Bush da por muerto a Nelson Mandela y su némesis, Hugo Chavez, habla durante diez horas sin descanso -supera el récord de su bienamado Fidel Castro-; mientras Angela Merker recibe al Dalai Lama y Mariano Rajoy cree que ganará las elecciones porque el presidente estadounidense saludaba más efusivamente a su marionetista que a José Luis Rodriguez Zapatero, la gente, es decir, los pueblos y las audiencias, paracen exclusivamente pendientes de otra persona: De Madeleine.
La niña, desaparecida en mayo en la costa portuguesa, acapara portadas, cabeceras de programas viscerales de sucesos y corazón y todo tipo de excrecencias informativas que califican su desaparición como el primer suceso global.
Y la pregunta que nadie parece plantearse, la cuestión que nadie quiere hacer en voz alta en mitad de todo ese despliegue, es aquella que evitaría todas las cortinas de humo que esconden la auténtica verdad de este caso: ¿Por qué?
Mas allá de los comos, los dondes, los quienes y los cuandos, siempre hay un porqué. Lo demás, como diría el viejo Sutherland, son motajes para el público.
Y no me refiero a por qué ha desaparecido Madeleine -no caere en aquello de llamarla Madie, como si la conociera de algo- El porqué al que me refiero es el motivo por el que se ha convertido en un suceso global.
Ciertamente, no puede ser por su naturaleza. En España, sólo en España, desaparecen más de un centenar de niños al año -unos aparecen en el parque de al lado, otros aparecen trágicamente muertos y otros no aparecen.
En Estados Unidos la cifra se multiplica por 500 y no es una exageración. Mas de 50.000 niños al año son secuestrados por desconocidos y, si incluimos a los que simplemente desaparecen o son retenidos o secuestrados por familiares, las cifras llegan casi al millón. Hasta tal punto llega que hay seis unidades del FBI especializadas en desapariciones infantiles con más de 2.000 agentes y no dan abasto. En Estados Unidos resulta imposible ver un rostro repetido en los cartones de leche que muestran las fotos de estos niños.
Y eso son sólo cifras en el mundo occidental vagamente civilizado. Las desapariciones infantiles en Africa, Asia o America Látina casi no pueden ni cuantificarse. Así que la relevancia de la de Madelaine no parece deberse a la naturaleza del suceso en si mismo.
Podría pensarse que se trata de la relevancia de los padres, pero se antoja que tampoco. Desapareció Melody Nakachian, hija de Kimera y el eminente "hombre de negocios" sirio conocido por todos los gobiernos y policías del mundo, y su repercusión no pasó de España; secuestraron a un hijo de Thalia y la cosa no pasó de México y Estados Unidos, desapareció la hija de Romina y Albano y el caso no fue más allá de las secciones de sucesos y corazón -eso muchos años después-.
Dos médicos anónimos hasta el momento de la desaparición de su hija no son sin duda la familia Beckham, cuya relevancia previa podría desatar el maremagno mediatico que nos ocupa.
Así que, si seguimos insistiendo en preguntarnos por qué, la única respuesta que es plausible es una que, aunque parezca que no, hiela la sangre: se ha montado este circo mediático porque los padres de Medeleine, los Mcaan, han hecho todo lo posible para que se ponga y se mantenga en pie.
Ellos lo han organizado. LLamaron a Sky News antes que a la polícia. Cuando la desaparición de su hija podía no ser otra cosa que una travesura, cuando Madeleine podía estar escondida en el armario o deambulando en pijama por la calle de al lado, ellos descolgaron el teléfono y llamaron a la principal cadena de información vía satélite del Reino Unido. Y desde entonces no han parado.
La mayoría de las familias nombran un portavoz y le dejan que hable por ellos. Huyen de los medios. Ellos han salido una y otra vez en todo tipo de medios de comunicación mostrando fotos de la niña, enseñando videos y todo tipo de memorabila audivisual que les ha venido a la mente.
No había pasado ni una semana desde la desaparición de su hija y ellos ya habían organizado una campaña mediatica y publicitaria para recoger fondos para buscar a Madeleine.
En principio suena lógico pero, si te paras a pensarlo, ¿para que necesitan ese dinero? No habría medio de comunicación que les negara un espacio gratuito en la pantalla, las ondas o las rotativas, no hay vallas publicitarias contratadas por todo el mundo con el rostro de Madeleine, es de suponer que Beckham no les ha cobrado por posar con la foto de la niña o partcipar en el video en el que pide que la busquen. No hacía falta dinero para buscar a Madeleine. Los medios son más que receptivos a ese tipo de historías.
Los Mcann pedían dinero y la gente, las audiencias y los públicos, cayeron en la trampa y se lo dieron. La campaña mediatica llevó como consecuencia primera a esa recaudación masiva, pero ¿había que pagar un rescate?, ¿había que enviar a la niña a una costosa operación en un hospital de Estados Unidos? No. La respuesta es invariablemente no.
El dinero no puede hacer nada para convencer a un pederastra psicótico de que suelte a una niña, o a un mercader de carne de que no la prostituya, no la mate para utilizar sus órganos o no la venda en adopción. El dinero no puede hacer aparecer a Madeleine si ha sido realmente secuestrada. Las recompensas son elementos que distorsionan la búsqueda como bien saben aquellos que siguieron la investigación de Anabel Segura o Melody Nakachian.
Ese dinero ha sido utilizado para contratar, abogados, asesores de imagen, expertos en comunicación, analisis forenses independientes -que, curiosamente, han terminado coincidiendo con los de la denostada policía portuguesa-. Han sido utilizados en viajes al Bernabeu, a Tele Cinco, en idas y venidas a Inglaterra para participar en espacios televisivos y radiofónicos, a cubrir mediaticamente las repercusiones de los sucesivos interrogatorios de la pareja.
Todo el dinero se ha gastado en una campaña de prensa del caso, dirigida y organizada por los Mcann desde el segundo uno de la desaparición de su hija, que ha ido encaminada exclusivamente a una cosa: vender una imagen y una percepción de ellos mismos.
Cualquier experto en secuestros y desapariciones dirá que una campaña mediática y una recompensa son el principal impedimento para la investigación. Los teléfonos se llenan de llamadas de bienintencionados o avariciosos que quieren ayudar o beneficiarse; la policía debe enfrentarse continuamente a filtraciones, a supuestas pistas que descubren los medios, a hipótesis que debe desmentir e incluso a mentiras flagrantes que debe perseguir.
Pero todo experto en campañas mediaticas puede decir que estos montajes cumplen dos objetivos primordiales. O bien resaltan un hecho o bien ocultan otros. No tienen otra función. Que todo el orbe sepa que Madeleine ha desaparecido no hace que se esté más cerca de encontrarla y sí que se esté más lejos de rescatarla.
Las campañas mediaticas encaminan e influyen en las audiencias en una dirección. No hay más que acordarse de Dolores Vázquez y Rocío Vaninkof.
La presencia de los Mcaan en los medios como padres dolientes es una cortina de humo para diluir, sino hacer desaparecer, los porqués. Oculta el hecho de que estuvieron dos horas y media fuera de su casa tomando copas mientras sus tres hijos, que apenas sumaban ocho años entre todos, estaban solos en su casa. La legislación de nuestro país ha retirado custodias por negligencias mucho menores.
Silencia el dato de que su primera llamada fue a un medio de comunicación y no a la policía, esconde que se han negado a contestar a cuarenta y cuatro preguntas relacionadas con el caso, minimiza el impacto de que enviaban a sus amigos a ver a los niños en lugar de ir ellos mismos, enmascara el hecho de que los niños estaban sedados artificialmente para que durmieran...
La campaña mediatica se centra en la desaparición de Madeleine y oculta el hecho de que, con toda probabilidad, se debió a una negligencia de sus padres. Y, en estos casos, toda negligencia es criminal.
Más allá de diarios y de restos de ADN, más allá de perros policías y rastros de sangre, la desaparición de Madeleine es un ejemplo de como alguien puede utilizar su desgracia para medrar. De como alguien puede crear un circo mediático para beneficiarse de una desgracia que ha sido provocada cuando menos, siendo benévolo, por su incompetencia y su negligencia.
Y ahora, cuando están en el ojo del huracán como sospechos de la desaparición de su propia hija, cuando empiezan a cuestionarse sus actuaciones, vuelven a sus cuarteles de invierno, contratan a más abogados y asesores y piden un millón de libras más para otra campaña publicitaria que busque a Madeleine.
Y el que tenga oídos para oir que oiga.