jueves, septiembre 27, 2007

Más acá de Rangún

Toda comparación es odiosa pero, desde luego, hay algunas que lo son más que otras.
Y lo son por el lugar en el que dejan a alguno de los dos factores de la ecuación sin incógnitas que siempre supone una comparación.
En estos tiempos de aciago resurgir religioso, todo el mundo arrima el ascua a su mística sardina y pretende salir ganando en las comparaciones entre los unos y los otros, seguidores todos, como Scalys anácronicos, de una desfasada idea de que la verdad está ahí fuera.
En cualquier caso, unos y otros se comparan entre si, intentando enviar el mensaje de que ellos son, como diría un párvulo, más mejores que el otro.
Pero ni a unos ni a otros, ni a los ayatolas de la Yihad, ni a los vicarios de la Cruzada, ni siquiera a los presbíteros de la contricción o a los rabinos de la predeterminación, les ha dado por compararse con una desarrapada banda de elementos macilentos que corren descalzos por las calles de Birmania -ahora la llaman Myanmar- delante de las armas y en pos de la justicia.
Y es que no podrían soportar tal comparación.
Cierto es que ellos -o al menos los que les siguen- también se manifiestan e inundan las calles con su amalgama de colores santos, símbolos santos y hombres santos. Pero, mientras los birmanos lo hacen para luchar contra la sinrazón, ellos lo hacen para imponer su razón.
Los unos se manifiestan, quemando embajadas, defendiendo el honor de su profeta; los otros lo hacen, escupiendo y arrojando desperdicios a artistas, defendiendo la honra -que en esto del cristianismo no hay nada salvo honra, es decir, no hay nada salvo gónadas- de sus próceres santos convertidos por arte de herético photoshop en sodomitas irreductibles.
Se manifiestan clamando venganza por las calles de Damasco y exigiendo castigos por las avenidas de Ibiza. Alzan sus pancartas en Teherán y en Beirut, tomando las calles, para apoyar a líderes y gobiernos irreductibles en su fanatismo y su locura; tremolan sus carteles en Madrid y en Barcelona para analtecer a oposiciones igualmente intransigentes e irreductibles que defienden aquello de "lo mio vale y lo vuestro no, aunque lo hayaís elegido".
Entre ellos se pueden comparar. Ninguno gana, ninguno pierde. Empatan, en una pugna sometida a una eterna prórroga para ver quien es el que más se acerca al poder, el que más medra, el que más beneficios consigue para si mismo con el sudor y la sangre de los suyos.
Pero no pueden compararse con los descalzos y silenciosos hombres azafrán birmanos.
No podrían correr con sus hidropésicos estómagos, no podrían huir con sus largas y enjoyadas túnicas y sotanas. Sus crispados puños no sirven para la lucha, no alzan las cimitarras de la razón, sólo enarbolan los rosarios del fanatismo. Sus flaccidas manos no sirven para el comprimso, no empuñan las espadas de la justicia, solamente portan los palios de la adulación y los escapularios del beneficio.
Mas allá de Rangún, creencias religiosas sin afán de proselitismo son todavía una motivación, endeble pero válida, para clamar justicia. En esas tierras lejanas, aquellos que reciben los golpes destinados a otros, no aceptan nada salvo comida de aquellos a quien defienden.
Más acá de la capital Birmana toda religión se omite por obvia.
Los unos golpean a diestro y siniestro las almas y los cuerpos de aquellos a quienes deberían defender y los otros, además, aceptan sin pestañear donaciones millonarias de aquellos a los que han traicionado al aliarse con quienes no consideran la libertad como un factor a tener en cuenta en "su idea de nación".
Y a ninguno de ellos les importa que sus, probablemente bienintencionados y seguramente esquizoides profetas, se sintieran hoy más a gusto en las calles de Rangún que en las mezquitas damascenas o en los palcios romanos.
Así, no hay comparación posible. No puede haberla.


miércoles, septiembre 26, 2007

El circo de humo Mcaan

Mientras George Bush da por muerto a Nelson Mandela y su némesis, Hugo Chavez, habla durante diez horas sin descanso -supera el récord de su bienamado Fidel Castro-; mientras Angela Merker recibe al Dalai Lama y Mariano Rajoy cree que ganará las elecciones porque el presidente estadounidense saludaba más efusivamente a su marionetista que a José Luis Rodriguez Zapatero, la gente, es decir, los pueblos y las audiencias, paracen exclusivamente pendientes de otra persona: De Madeleine.
La niña, desaparecida en mayo en la costa portuguesa, acapara portadas, cabeceras de programas viscerales de sucesos y corazón y todo tipo de excrecencias informativas que califican su desaparición como el primer suceso global.
Y la pregunta que nadie parece plantearse, la cuestión que nadie quiere hacer en voz alta en mitad de todo ese despliegue, es aquella que evitaría todas las cortinas de humo que esconden la auténtica verdad de este caso: ¿Por qué?
Mas allá de los comos, los dondes, los quienes y los cuandos, siempre hay un porqué. Lo demás, como diría el viejo Sutherland, son motajes para el público.
Y no me refiero a por qué ha desaparecido Madeleine -no caere en aquello de llamarla Madie, como si la conociera de algo- El porqué al que me refiero es el motivo por el que se ha convertido en un suceso global.
Ciertamente, no puede ser por su naturaleza. En España, sólo en España, desaparecen más de un centenar de niños al año -unos aparecen en el parque de al lado, otros aparecen trágicamente muertos y otros no aparecen.
En Estados Unidos la cifra se multiplica por 500 y no es una exageración. Mas de 50.000 niños al año son secuestrados por desconocidos y, si incluimos a los que simplemente desaparecen o son retenidos o secuestrados por familiares, las cifras llegan casi al millón. Hasta tal punto llega que hay seis unidades del FBI especializadas en desapariciones infantiles con más de 2.000 agentes y no dan abasto. En Estados Unidos resulta imposible ver un rostro repetido en los cartones de leche que muestran las fotos de estos niños.
Y eso son sólo cifras en el mundo occidental vagamente civilizado. Las desapariciones infantiles en Africa, Asia o America Látina casi no pueden ni cuantificarse. Así que la relevancia de la de Madelaine no parece deberse a la naturaleza del suceso en si mismo.
Podría pensarse que se trata de la relevancia de los padres, pero se antoja que tampoco. Desapareció Melody Nakachian, hija de Kimera y el eminente "hombre de negocios" sirio conocido por todos los gobiernos y policías del mundo, y su repercusión no pasó de España; secuestraron a un hijo de Thalia y la cosa no pasó de México y Estados Unidos, desapareció la hija de Romina y Albano y el caso no fue más allá de las secciones de sucesos y corazón -eso muchos años después-.
Dos médicos anónimos hasta el momento de la desaparición de su hija no son sin duda la familia Beckham, cuya relevancia previa podría desatar el maremagno mediatico que nos ocupa.
Así que, si seguimos insistiendo en preguntarnos por qué, la única respuesta que es plausible es una que, aunque parezca que no, hiela la sangre: se ha montado este circo mediático porque los padres de Medeleine, los Mcaan, han hecho todo lo posible para que se ponga y se mantenga en pie.
Ellos lo han organizado. LLamaron a Sky News antes que a la polícia. Cuando la desaparición de su hija podía no ser otra cosa que una travesura, cuando Madeleine podía estar escondida en el armario o deambulando en pijama por la calle de al lado, ellos descolgaron el teléfono y llamaron a la principal cadena de información vía satélite del Reino Unido. Y desde entonces no han parado.
La mayoría de las familias nombran un portavoz y le dejan que hable por ellos. Huyen de los medios. Ellos han salido una y otra vez en todo tipo de medios de comunicación mostrando fotos de la niña, enseñando videos y todo tipo de memorabila audivisual que les ha venido a la mente.
No había pasado ni una semana desde la desaparición de su hija y ellos ya habían organizado una campaña mediatica y publicitaria para recoger fondos para buscar a Madeleine.
En principio suena lógico pero, si te paras a pensarlo, ¿para que necesitan ese dinero? No habría medio de comunicación que les negara un espacio gratuito en la pantalla, las ondas o las rotativas, no hay vallas publicitarias contratadas por todo el mundo con el rostro de Madeleine, es de suponer que Beckham no les ha cobrado por posar con la foto de la niña o partcipar en el video en el que pide que la busquen. No hacía falta dinero para buscar a Madeleine. Los medios son más que receptivos a ese tipo de historías.
Los Mcann pedían dinero y la gente, las audiencias y los públicos, cayeron en la trampa y se lo dieron. La campaña mediatica llevó como consecuencia primera a esa recaudación masiva, pero ¿había que pagar un rescate?, ¿había que enviar a la niña a una costosa operación en un hospital de Estados Unidos? No. La respuesta es invariablemente no.
El dinero no puede hacer nada para convencer a un pederastra psicótico de que suelte a una niña, o a un mercader de carne de que no la prostituya, no la mate para utilizar sus órganos o no la venda en adopción. El dinero no puede hacer aparecer a Madeleine si ha sido realmente secuestrada. Las recompensas son elementos que distorsionan la búsqueda como bien saben aquellos que siguieron la investigación de Anabel Segura o Melody Nakachian.
Ese dinero ha sido utilizado para contratar, abogados, asesores de imagen, expertos en comunicación, analisis forenses independientes -que, curiosamente, han terminado coincidiendo con los de la denostada policía portuguesa-. Han sido utilizados en viajes al Bernabeu, a Tele Cinco, en idas y venidas a Inglaterra para participar en espacios televisivos y radiofónicos, a cubrir mediaticamente las repercusiones de los sucesivos interrogatorios de la pareja.
Todo el dinero se ha gastado en una campaña de prensa del caso, dirigida y organizada por los Mcann desde el segundo uno de la desaparición de su hija, que ha ido encaminada exclusivamente a una cosa: vender una imagen y una percepción de ellos mismos.
Cualquier experto en secuestros y desapariciones dirá que una campaña mediática y una recompensa son el principal impedimento para la investigación. Los teléfonos se llenan de llamadas de bienintencionados o avariciosos que quieren ayudar o beneficiarse; la policía debe enfrentarse continuamente a filtraciones, a supuestas pistas que descubren los medios, a hipótesis que debe desmentir e incluso a mentiras flagrantes que debe perseguir.
Pero todo experto en campañas mediaticas puede decir que estos montajes cumplen dos objetivos primordiales. O bien resaltan un hecho o bien ocultan otros. No tienen otra función. Que todo el orbe sepa que Madeleine ha desaparecido no hace que se esté más cerca de encontrarla y sí que se esté más lejos de rescatarla.
Las campañas mediaticas encaminan e influyen en las audiencias en una dirección. No hay más que acordarse de Dolores Vázquez y Rocío Vaninkof.
La presencia de los Mcaan en los medios como padres dolientes es una cortina de humo para diluir, sino hacer desaparecer, los porqués. Oculta el hecho de que estuvieron dos horas y media fuera de su casa tomando copas mientras sus tres hijos, que apenas sumaban ocho años entre todos, estaban solos en su casa. La legislación de nuestro país ha retirado custodias por negligencias mucho menores.
Silencia el dato de que su primera llamada fue a un medio de comunicación y no a la policía, esconde que se han negado a contestar a cuarenta y cuatro preguntas relacionadas con el caso, minimiza el impacto de que enviaban a sus amigos a ver a los niños en lugar de ir ellos mismos, enmascara el hecho de que los niños estaban sedados artificialmente para que durmieran...
La campaña mediatica se centra en la desaparición de Madeleine y oculta el hecho de que, con toda probabilidad, se debió a una negligencia de sus padres. Y, en estos casos, toda negligencia es criminal.
Más allá de diarios y de restos de ADN, más allá de perros policías y rastros de sangre, la desaparición de Madeleine es un ejemplo de como alguien puede utilizar su desgracia para medrar. De como alguien puede crear un circo mediático para beneficiarse de una desgracia que ha sido provocada cuando menos, siendo benévolo, por su incompetencia y su negligencia.
Y ahora, cuando están en el ojo del huracán como sospechos de la desaparición de su propia hija, cuando empiezan a cuestionarse sus actuaciones, vuelven a sus cuarteles de invierno, contratan a más abogados y asesores y piden un millón de libras más para otra campaña publicitaria que busque a Madeleine.

Y el que tenga oídos para oir que oiga.

De presupuestos y ataudes

Como de costumbre se nos vienen encima los presupuestos y como, afortunamente, no es costumbre nos llegan a la vez los ataudes, en este caso desde Afganistan.
Pero, en cualquier caso, lo que se nos viene encima es la reacción del PP, esa formación que dice ser democrática y mantiene la fórmula de la sucesión por derecho divino como forma de elección interna.
Y como siempre, como es costumbre entre aquellos que han hecho del recurso al miedo su única arma dialéctica, su reacción clama y se rasga las vestiduras en busca del pánico formal y material.
Con los presupuestos empiezan bien -teóricamente bien- Los acusan de electoralistas, de desajustados, de irrealizables en los ingresos y desmedidos en los gastos. Esa es una crítica que se puede hacer a unos presupuestos. Y en algunas cosas no les falta razón.
Son electoralistas. Tanto como lo eran aquellos que aumentaban las pensiones y la reserva de la Seguridad Social para los pensionistas justo antes de las elecciones en las que Aznar quería ser reelegido; tanto como aquellos que preveían un descenso del impuesto de sociedades y eran anunciados en las reuniones y desayunos de trabajo de la cámara de comercio de turno, allá en los "gloriosos años" de la Presidencia Europea y el magnanimo "Ansar".
Son tan electoralistas como lo fueron los del PP y los de todos los gobiernos en año electoral. Simplemente, Aznar y sus adláteres pretendían contentar a ancianos y empresarios con pensiones y desgravaciones y Zapatero y sus chicos pretenden contentar a jóvenes y trabajadores con sus planes de vivienda y aumentos de exenciones contributivas. Cada uno eleige quien quiere que el vote.
Pero el PP no se siente cómodo en estas críticas. No hay un mar de fondo, no hay una cuestión que encienda la polémica, que crispe y que divida. Con unos presupuestos no se puede hacer oposición. No la que quiere el PP. Son demasiado complicados, demasiado arcanos para que la gente pueble las avenidas con banderas al grito de "queremos unos presupuestos con déficit cero y equilibrio entre el gasto y la inversión". Un slogan demasiado largo, demasiado complicado. Una frase que no cabe en una bandera rojigualda no es una frase.
Así que desde Zaplana hasta Rajoy descienden de nuevo al nivel de la víscera, al nivel en el que se saben manejar. Al nivel del miedo. Porque, como dice el poeta catalán, son sabedores de que el miedo nunca es inocente.
Y aquí llegan los ataudes.
El Partido Popular se mueve entre ataudes con la misma elegancia innata que lo haría un depredador entre gacelas. Y esa elegancia no le impide ser mortal.
Aún no se han enfriado los cádaveres de los militares muertos en Afganistan y alguien rebusca entre los folios de las previsiones para tremolar los recortes en el presupuesto de defensa. Da igual que el blindado que voló por los aires llevara inhibidores de frecuencia -los ya famosos inhibidores de frecuencia-, da igual que la bomba en cuestión se activara mediante un cable de setenta metros contra el que los inhibidores son útiles como un picahielos en el titanic. Todo da igual. El atentado demuestra que el gobierno no pone atención -ni dinero, por supuesto- para los que luchan contra el terrorismo y los ignora. Ese si es un tipo de afirmación en la que el PP se siente cómodo.
Y para arrimar más el ascua a su sardina, Rajoy y los medios afines del PP -entre ellos la no suficientemente ponderada Telemadrid- inician sus informacionessobre los presupuetos con el escalofriante dato de que se reduce en un 39 por ciento el dinero destinado a las víctimas del terrorismo.
Ya está. Ya hemos llegado al terreno en el que el PP realiza topda su oposición. Ya hemos vuelto a abrir las puertas del averno y dejar escapar el demonio del pánico. A recurrir a la tragedia y al más completo terror para pedir el voto.
El PP no desconoce que en la última legislatura el número de víctimas del terrorismo se ha reducido a dos, no ignora que la mayor parte de los daños ocasionados por los atentados durante este periodo que afectan a particulares se cubren a través de acuerdos con compañías aseguradoras que no se incluyen dentro de esa partida presupuestaria, ni tampoco es ajeno al hecho de que la reconstrucción de infraestructuras - como la T4- se hace a cargo de fondos del Ministerio de Fomento sea por una bomba o por un tifón de clase Tres.
Los líderes del PP no ignoran esos datos, pero pasan por encima de ellos para poder llevar el enfrentamiento -para ellos la política es enfrentamiento- allá donde creen que tienen una oportunidad de ganarlo. A ese espacio donde las vísceras no dejan ver el cuerpo y donde la bandera no deja ver el país.
De nuevo, el terorismo se convierte en el único arma que saben utilizar para cargar contra un gobierno. Haga este lo haga, aunque sea elaborar unos presupuestos.
Critican el Plan de Vivienda pero lo hacen bajito y sin demasiado entusiasmo, critican el gasto social, según ellos desmedido, y lo hacen con la boca pequeña. Pero a la hora de cuestionar el dinero destinado a las víctimas del terorismo sacan pecho, tremolan las banderas y hacen sonar las fanfarrias.
Los presupuestos de Zapatero son criticables. Son uno mas de esos gestos en los que basa su política y que ha hecho que sus leyes más recordadas sean la que prohibe fumar, la que dificulta las hamburguesas de tres pisos, la que hace que los alumnos aprendan las nociones básicas de la ciudadanía, la que recupera la memoria de un conflicto aramado y la que permite casarse a los homosexuales.
Los presupuestos de Zapatero son la versión económica de una política compartimentada que hace que la sociedad española se divida en multitud de colectivos que son abordados por separado y en la que la sociedad global - es decir, los que no son ni mujeres maltratadas, ni anorexicos, ni obesos, ni fumadores pasivos, ni padres "objetores", ni excombatientes, ni homosexuales discriminados-, se siente vagamente representada. Nadie duda de que realice esas políticas globales, pero sus "gestos" no van encaminados a potenciarlas ante la opinión pública.
Es una política en las que acicones necesarias y ciertamente beneficiosas son constantes muestras de su tan publicitado "talante". Todas esas leyes eran necesarias -algunas acertadas y otras no- pero se han convertido en el meollo central de una legislatura que, aunque ciertamente inócua y progresista, no ha sido, por decirlo de algún modo, lo suficientemente contundente.
Todas esas críticas se pueden hacer a los presupuestos presentados por el Gobierno. Todas esas y muchas más, que se pueden compartir o no.
Pero llevar la crítica al terreno de las víctimas de terrorismo es una incongruencia y una perversidad de tal proporción que no hace otra cosa que demostrar la obsesión enfermiza del PP con el terrorismo, un simbionte electoral al que lleva unido demasiado tiempo.
Mezclar presupuestos y ataudes es un cóctel que sólo da un resultado: La sinrazón y el pánico. Quizás sea eso lo que espera el Partido Popular y si le dejamos hacerlo no sólo tendremos el Gobierno que nos merecemos, también tendremos la oposición que nos hemos buscado.

viernes, septiembre 21, 2007

La geografía del hijo pródigo

- ¿Sientes tristeza, Thufir, por dejar Caladan? -la pregunta de Paul era un reflejo de su propia tristeza-
- ¿Tristeza? -el veterano maestro de asesinos pareció reflexionar un instante- En absoluto. Se siente tristeza cuando se abandona a los amigos y ese no es el caso. Sólo abandonamos un lugar.
- ¿Volveremos algún día? Me gustaría volver.

Esto fue lo último que leí ayer antes de dormir. Quizás sea por eso que tuve sueños de gente querida y conocida que quería volver y se enfadaba por no poder hacerlo; quizás sea por las palabras de mentat de Dune por lo que, en lugar de escribir sobre la nueva oleada de indignación integrista -cristiana y musulmana- que nos acecha, sobre la futilidad de los planes de un gobierno de gestos que no sabe el valor de los mismos o acerca de la estúpida y recalcitrante idea de que la ley se debe aplicar a unos y a otros no, he decidido hablar sobre idas y vueltas, sobre geografía e historia. La historia de Carlos Gardel y la geografía del hijo pródigo
Debe ser que, en estos días en los que puedo dormir a pierna suelta, los sueños cobran más presencia que los pensamientos.
Y es que el gusto por volver está de moda. Otro síntoma más de nuestra incapacidad de avanzar es ese empeño por los retornos tardíos, por las contrafugas avejentadas.
Nos da por volver a nuestro pueblo, a nuestra ciudad natal, al lugar en el que estudiamos o en el que haciamos nuestras acampadas; nos da por volver a donde nuestro matrimonio era un matrimonio y no una OPA hostil, a donde nuestro mundo estaba en orden y no en un caos universal que hace de la frustración y la desidia las brújulas de nuestras vidas. A algunos, los más desafortundos o los más caraduras -que de todo hay-, les da incluso por volver a la morada paterna a esperar en silencio los tiempos de la muerte y de la herencia.
Pero, como en todo, por más que nos empeñemos, hasta la vuelta, hasta el retorno ciego a las costumbres y los recuerdos ciegos, nos exige una decisión. Nos exige el esfuerzo ético y mental de decidir no sólo por qué volvemos, sino cómo volvemos.
Se puede volver de muchas maneras pero, para nosotros, herederos de la efímera supremacía de un imperio que desmorona su entorno, sólo nos quedan dos posibilidades: Podemos volver como Gardel o regresar como el hijo pródigo de la secular parábola. Tenemos que optar entre nuestra anquilosada a fuego tradición judeocristiana y nuestros sentimientos; entre el riesgo del cambio y la seguridad de la inmutabilidad, entre los seres y los lugares. Entre la geogafía y la historia.
Y, como era de esperar, elegimos la geografía.
No somos desplazados, no somos inmigrantes, no somos refugiados, así que no podemos volver a los lugares en la forma ilusionada en la que lo hacen aquellos que se han visto forzados a marcharse. Nuestras idas son huídas voluntarias y premeditadas. Así que nuestras venidas están abocadas al destino de ser exactamente lo mismo.
Huimos hacia atrás cuando nos hemos quedado sin impulso para huir hacia adelante; cuando nuestra incapacidad para quedarnos parados y vivir nos obliga a tomar una decisión, a dar un paso más; cuando no vemos en la brújula de nuestra mente y nuestra voluntad un norte que nos permita seguir avanzando. Volvemos porque nos hemos quedado solos.
Pero no lo hacemos como el tangero. No buscamos con mirada febril a aquellos que en otro tiempo nos permitieron creer en la alegría. No volvemos después de haber vivido, reconociendo que preferiamos haber experimentado lo vivido con los que dejamos atrás.
Volvemos como el hijo pródigo parabólico. Volvemos al sitio en el que empezamos a estar solos para seguir estándolo. Volvemos a los lugares porque sabemos que los lugares no mutan aunque muden; porque pensamos que la falta de espectativas está en los mapas y no en los corazones; porque creemos que la soledad se encuentra en las cartas de navegación y no en las sentinas de los barcos en los que hemos surcado nuestra vida.
Volvemos, después de habernos dilapidado a nosotros mismos, al entorno del que huímos, a las formas que negamos, a los fondos que rechazamos y a las personas que nos forzaron a iniciar nuestro propio dispendio.
Nos negamos a ser Gardel porque no queremos afrontar el riesgo del cambio que han podido experimentar los vivos. Nos convertimos en hijos pródigos, cabizbajos y avergonzados, porque sabemos que las naturalezas muertas están muertas porque no cambian, así que ya tenemos claro a lo que vamos a enfrentarnos. Volvemos porque, un día lejano, cuando tuvimos la oportunidad, nos negamos a colgar nuestro sombrero en cualquiera de los miles de clavos que pudimos utilizar como perchero.
Volvemos a nuestras naturalezas muertas porque olvidamos -o quizás nunca supimos- que el hogar es cualquier sitio donde sabes quienes son tus amigos y quienes tus enemigos.
Volvemos no porque hayamos dejado algo atrás, sino porque somos incapaces de encotrar algo delante y eso es lo que convierte nuestro retorno en algo inútil, en algo que no nos reporta satisfacción más allá de recuerdos irrepetibles y de espacios inmutables.
Volvemos para escapar de algo de lo que no podemos escapar, de algo que está tan cerca de nosotros que se introduce como una afección alérgica entre nuestra piel y nuestra propia sombra.
Volvemos sin darnos cuenta de que estamos intentando el imposible de dejar atrás ese susurro que suena a frustración y un grito que suena a tristeza.
Volvemos porque somos incapaces de reconocer que, por mas que cambiemos de mapa, seguiremos estando con nosotros mismos.
Es posible que parezca injusto, pero ayer soñe que alguien se enfadaba por no poder volver a una cartografia en la que la mayor parte de los seres humanos que conoce ejercen de campo minado que es imprescindible eludir o atravesar con pies de plomo. Es muy posible que sea injusto, pero lo primero que he leído hoy al levantarme me ha forzado a acordarme de mi sueño.

"Somos humanos, no rocas ni aves migratorias. Si has de volver alguna vez, vuelve a las personas, no a los lugares".

Thufir Hawat, maestro de asesinos.
Caladan, año 15.000 dc.
(aproximadamente, que la cronología de Dune es un galimatías)

martes, septiembre 11, 2007

El candidato ostrogodo

Hoy es 11 de septiembre.
Años ha de que el mundo se acabara o del comienzo de una nueva era o de lo que quiera que los estadounidenses consideren que ocurrió cuando la guerra llegó al fin a sus playas. Hoy es el cumpleños de mucha gente y el aniversario de muchas guerras y batallas. Hoy es 11 de Septiembre.
Es posible que durante al menos unos años más se recuerde este día por la abrupta remodelación urbanística que la locura yihadista dibujó en Nueva York con la sangre de los hijos de La Gran Manzana.
Es posible que ocurra algo más importante en esta fecha -no sé, quizás España gane alguna vez el mundial de fútbol o se case la princesa Leonor o Paco Porras se case con Aida- que nos haga olvidar la efémerides de la guerra yihadista a gran escala. Es posible que algo vagamente trascendente como el estallido de una revolución, el fin de ETA o la destrucción definitiva de las armas nucleares pudiera apartarnos de la conmemoración del 11 S en un futuro lejano.
Pero lo que está claro es que esta fecha nunca será recordada en la historia como el primer día en el que Mariano Rajoy, nuestro Mariano Rajoy, fue candidato por segunda vez a la Presidencia del Gobierno de España.
Y digo nuestro no porque se trate de un personaje que nos despierte esos tiernos instintos de posesión que los seres inefables como Gasol o Gila nos encienden, sino porque es un subproducto humano propio de una mezcla sociogenética que sólo puede darse en España.
Rajoy es proclamado candidato por su partido y esa es la primera muestra de lo que digo. No hay votación, no hay oposición, no hay candidaturas contrarias. Todo se soluciona en los pasillos del poder, en los corrillos, en las cenas a cargo del partido sufragadas con los fondos que las confiere la ley electoral, en las pistas de padel.
Es tan antiguo como la conspiración, tan antiguo como las conjuras isabelinas, tan antiguo como la crucifixión.
Y el supuesto líder democrático del supuesto partido democrático se enorgullece de ello. Se enorgullece de que políticos marcadamente contrarios a su línea no se hayan atrevido a oponersele abiertamente. Se enorgullece de haber -dicho esto literalmente- "depurado democráticamente" la disensión. Como diría un peludo extraterrestre de los 80 "depuración democrática, curioso concepto, ¿de donde proviene?"
La respuesta que Alf recibiría sería sencilla, aunque no inocua, ciertamente.
Proviene del hecho de que todavía hay un buen puñado de políticos en este país -la mayoría de ellos en las filas del PP y aledaños- que consideran que la jefatura es algo que da poder absoluto; que aún revisten con aureolas divinas a aquellos que se encuentran en lo alto del poder, otorgándoles la capacidad de hacer y deshacer a su antojo; que confunden el gobierno con el mando, que separan, sin anestesia quirúrgica, a dos siemeses que no pueden ni deber ser separados: el poder y la responsabilidad.
Y en mitad de ese ambiente ostrogodo de elección por aclamación a espada y estandarte -rojo y gualdo, por supuesto- alzados, el líder ahora candidato se crece y proclama ante sus subditos sus exigencias.
Marianico I, El Corto, exige -esto también literalmente- a sus huestes del Partido Popular que trabajen exclusivamente por su elección como Presidente del Gobierno.
El PP dirige un puñado de Comunidades Autónomas y unos cuantos cientos -sino miles- de ayuntamientos, pero deben quedar a un lado. Ahora todo militante del PP debe trabajar exclusivamente por el bien de su nuevo monarca aclamado "le PP c'est mua" parace repetir el eco del mensaje de Rajoy.
Y no resulta extraño que así sea. Colocado como fue por su antecesor sin apariencia siquiera de democracia; heredero ideológico de esa España de tendencia despótica y absolutista que imponia en sus orientales discursos la lucha contra la masonería como una prioridad a una población que se encontraba, argentinamente hablando, cagándose de hambre.
Mariano Rajoy es heredero de lo que es y no puede negarlo, no puede ocultarlo. Ni él ni su partido sabrían como ocultar esa herencia. Aunque quisieran hacerlo.
Y lo prueban así las reacciones posteriores al hecho. Los contricantes -obligatoriamente velados, porque en público no hay disensión posible- se esconden en el fondo de sus ayuntamientos esperando la siguiente oportunidad para medrar, para conspirar, para deponer. En definitiva, según la mejor tradición judeocristiana que les empapa, para crucificar al aclamado líder electoral.
Mientras que los demas, aduladores y medrosos, siguiendo también la misma tradcición, se lanzan en todos los medios de comunicación disponibles en un Domingo de Ramos sin parangón de ramas de olivo, palmas, genuflexiones y jaculatorias en honor de Mariano I, Rey del PP.
Y así comienza la Pasión de Nuestro Mariano.
Porque, acostumbrado a que su palabra sea ley en su casa, pretendera vencer y no convencer y eso no sirve en una campaña electoral cuendo eres invitado en las casas de otros. Porque instalado en su dercho divino de decisión confeccionará sus listas electorales sin tener en cuenta a aquellos que, pese a hacerle sombra política, podrían también servir de ancla y cabotaje a un partido que hace aguas. Y ese será el primer clavo de su crucifixión.
Luego ganará o perdera las elecciones pero a la larga dará igual.
Si las gana gobernará de la única manera que sabe hacerlo: mandando. Sin consenso, aferrado a su idea unitaria y decimonónica de nación, imponiendo su criterio por la fuerza de los votos -y quien sabe si de las armas- hasta que todos aquellos que no le han aclamado -y, seguramente, una buena parte de los que lo hicieron- no le soporten más.
Si pierde será el momento en que resuenen tantos cantos de gallo en los pasillos de Genova que resultara imposible discernir de quien proceden las constantes negaciones que se susurrarán en la sede del PP. Del Rey Sol pasará a ser un Julio Cesar indigno y desesperado que volverá frenético su vista en todas direcciones mascullando "et tu, Brute" a todos los rostros que se asomen a su paso.
En cualquier caso, puede que este 11 de Septiembre termine siendo recordado como el día en el que se producjo el mayor acto de terrorismo político contra la cordura y el futuro. Si Rajoy no gana será un acto de terror que sólo afectara al PP -lo cual, dicho sea de paso, es algo que no resulta trágico para nadie-.
Si Rajoy resulta elegido nos afectará a todos. Y eso ya es más preocupante. Parace ser que el 11 de septiembre puede estar por siempre vinculado a la tragedia.

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