Como de costumbre se nos vienen encima los presupuestos y como, afortunamente, no es costumbre nos llegan a la vez los ataudes, en este caso desde Afganistan.
Pero, en cualquier caso, lo que se nos viene encima es la reacción del PP, esa formación que dice ser democrática y mantiene la fórmula de la sucesión por derecho divino como forma de elección interna.
Y como siempre, como es costumbre entre aquellos que han hecho del recurso al miedo su única arma dialéctica, su reacción clama y se rasga las vestiduras en busca del pánico formal y material.
Con los presupuestos empiezan bien -teóricamente bien- Los acusan de electoralistas, de desajustados, de irrealizables en los ingresos y desmedidos en los gastos. Esa es una crítica que se puede hacer a unos presupuestos. Y en algunas cosas no les falta razón.
Son electoralistas. Tanto como lo eran aquellos que aumentaban las pensiones y la reserva de la Seguridad Social para los pensionistas justo antes de las elecciones en las que Aznar quería ser reelegido; tanto como aquellos que preveían un descenso del impuesto de sociedades y eran anunciados en las reuniones y desayunos de trabajo de la cámara de comercio de turno, allá en los "gloriosos años" de la Presidencia Europea y el magnanimo "Ansar".
Son tan electoralistas como lo fueron los del PP y los de todos los gobiernos en año electoral. Simplemente, Aznar y sus adláteres pretendían contentar a ancianos y empresarios con pensiones y desgravaciones y Zapatero y sus chicos pretenden contentar a jóvenes y trabajadores con sus planes de vivienda y aumentos de exenciones contributivas. Cada uno eleige quien quiere que el vote.
Pero el PP no se siente cómodo en estas críticas. No hay un mar de fondo, no hay una cuestión que encienda la polémica, que crispe y que divida. Con unos presupuestos no se puede hacer oposición. No la que quiere el PP. Son demasiado complicados, demasiado arcanos para que la gente pueble las avenidas con banderas al grito de "queremos unos presupuestos con déficit cero y equilibrio entre el gasto y la inversión". Un slogan demasiado largo, demasiado complicado. Una frase que no cabe en una bandera rojigualda no es una frase.
Así que desde Zaplana hasta Rajoy descienden de nuevo al nivel de la víscera, al nivel en el que se saben manejar. Al nivel del miedo. Porque, como dice el poeta catalán, son sabedores de que el miedo nunca es inocente.
Y aquí llegan los ataudes.
El Partido Popular se mueve entre ataudes con la misma elegancia innata que lo haría un depredador entre gacelas. Y esa elegancia no le impide ser mortal.
Aún no se han enfriado los cádaveres de los militares muertos en Afganistan y alguien rebusca entre los folios de las previsiones para tremolar los recortes en el presupuesto de defensa. Da igual que el blindado que voló por los aires llevara inhibidores de frecuencia -los ya famosos inhibidores de frecuencia-, da igual que la bomba en cuestión se activara mediante un cable de setenta metros contra el que los inhibidores son útiles como un picahielos en el titanic. Todo da igual. El atentado demuestra que el gobierno no pone atención -ni dinero, por supuesto- para los que luchan contra el terrorismo y los ignora. Ese si es un tipo de afirmación en la que el PP se siente cómodo.
Y para arrimar más el ascua a su sardina, Rajoy y los medios afines del PP -entre ellos la no suficientemente ponderada Telemadrid- inician sus informacionessobre los presupuetos con el escalofriante dato de que se reduce en un 39 por ciento el dinero destinado a las víctimas del terrorismo.
Ya está. Ya hemos llegado al terreno en el que el PP realiza topda su oposición. Ya hemos vuelto a abrir las puertas del averno y dejar escapar el demonio del pánico. A recurrir a la tragedia y al más completo terror para pedir el voto.
El PP no desconoce que en la última legislatura el número de víctimas del terrorismo se ha reducido a dos, no ignora que la mayor parte de los daños ocasionados por los atentados durante este periodo que afectan a particulares se cubren a través de acuerdos con compañías aseguradoras que no se incluyen dentro de esa partida presupuestaria, ni tampoco es ajeno al hecho de que la reconstrucción de infraestructuras - como la T4- se hace a cargo de fondos del Ministerio de Fomento sea por una bomba o por un tifón de clase Tres.
Los líderes del PP no ignoran esos datos, pero pasan por encima de ellos para poder llevar el enfrentamiento -para ellos la política es enfrentamiento- allá donde creen que tienen una oportunidad de ganarlo. A ese espacio donde las vísceras no dejan ver el cuerpo y donde la bandera no deja ver el país.
De nuevo, el terorismo se convierte en el único arma que saben utilizar para cargar contra un gobierno. Haga este lo haga, aunque sea elaborar unos presupuestos.
Critican el Plan de Vivienda pero lo hacen bajito y sin demasiado entusiasmo, critican el gasto social, según ellos desmedido, y lo hacen con la boca pequeña. Pero a la hora de cuestionar el dinero destinado a las víctimas del terorismo sacan pecho, tremolan las banderas y hacen sonar las fanfarrias.
Los presupuestos de Zapatero son criticables. Son uno mas de esos gestos en los que basa su política y que ha hecho que sus leyes más recordadas sean la que prohibe fumar, la que dificulta las hamburguesas de tres pisos, la que hace que los alumnos aprendan las nociones básicas de la ciudadanía, la que recupera la memoria de un conflicto aramado y la que permite casarse a los homosexuales.
Los presupuestos de Zapatero son la versión económica de una política compartimentada que hace que la sociedad española se divida en multitud de colectivos que son abordados por separado y en la que la sociedad global - es decir, los que no son ni mujeres maltratadas, ni anorexicos, ni obesos, ni fumadores pasivos, ni padres "objetores", ni excombatientes, ni homosexuales discriminados-, se siente vagamente representada. Nadie duda de que realice esas políticas globales, pero sus "gestos" no van encaminados a potenciarlas ante la opinión pública.
Es una política en las que acicones necesarias y ciertamente beneficiosas son constantes muestras de su tan publicitado "talante". Todas esas leyes eran necesarias -algunas acertadas y otras no- pero se han convertido en el meollo central de una legislatura que, aunque ciertamente inócua y progresista, no ha sido, por decirlo de algún modo, lo suficientemente contundente.
Todas esas críticas se pueden hacer a los presupuestos presentados por el Gobierno. Todas esas y muchas más, que se pueden compartir o no.
Pero llevar la crítica al terreno de las víctimas de terrorismo es una incongruencia y una perversidad de tal proporción que no hace otra cosa que demostrar la obsesión enfermiza del PP con el terrorismo, un simbionte electoral al que lleva unido demasiado tiempo.
Mezclar presupuestos y ataudes es un cóctel que sólo da un resultado: La sinrazón y el pánico. Quizás sea eso lo que espera el Partido Popular y si le dejamos hacerlo no sólo tendremos el Gobierno que nos merecemos, también tendremos la oposición que nos hemos buscado.
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