Años ha de que el mundo se acabara o del comienzo de una nueva era o de lo que quiera que los estadounidenses consideren que ocurrió cuando la guerra llegó al fin a sus playas. Hoy es el cumpleños de mucha gente y el aniversario de muchas guerras y batallas. Hoy es 11 de Septiembre.
Es posible que durante al menos unos años más se recuerde este día por la abrupta remodelación urbanística que la locura yihadista dibujó en Nueva York con la sangre de los hijos de La Gran Manzana.
Es posible que ocurra algo más importante en esta fecha -no sé, quizás España gane alguna vez el mundial de fútbol o se case la princesa Leonor o Paco Porras se case con Aida- que nos haga olvidar la efémerides de la guerra yihadista a gran escala. Es posible que algo vagamente trascendente como el estallido de una revolución, el fin de ETA o la destrucción definitiva de las armas nucleares pudiera apartarnos de la conmemoración del 11 S en un futuro lejano.
Pero lo que está claro es que esta fecha nunca será recordada en la historia como el primer día en el que Mariano Rajoy, nuestro Mariano Rajoy, fue candidato por segunda vez a la Presidencia del Gobierno de España.
Y digo nuestro no porque se trate de un personaje que nos despierte esos tiernos instintos de posesión que los seres inefables como Gasol o Gila nos encienden, sino porque es un subproducto humano propio de una mezcla sociogenética que sólo puede darse en España.
Rajoy es proclamado candidato por su partido y esa es la primera muestra de lo que digo. No hay votación, no hay oposición, no hay candidaturas contrarias. Todo se soluciona en los pasillos del poder, en los corrillos, en las cenas a cargo del partido sufragadas con los fondos que las confiere la ley electoral, en las pistas de padel.
Es tan antiguo como la conspiración, tan antiguo como las conjuras isabelinas, tan antiguo como la crucifixión.
Y el supuesto líder democrático del supuesto partido democrático se enorgullece de ello. Se enorgullece de que políticos marcadamente contrarios a su línea no se hayan atrevido a oponersele abiertamente. Se enorgullece de haber -dicho esto literalmente- "depurado democráticamente" la disensión. Como diría un peludo extraterrestre de los 80 "depuración democrática, curioso concepto, ¿de donde proviene?"
La respuesta que Alf recibiría sería sencilla, aunque no inocua, ciertamente.
Proviene del hecho de que todavía hay un buen puñado de políticos en este país -la mayoría de ellos en las filas del PP y aledaños- que consideran que la jefatura es algo que da poder absoluto; que aún revisten con aureolas divinas a aquellos que se encuentran en lo alto del poder, otorgándoles la capacidad de hacer y deshacer a su antojo; que confunden el gobierno con el mando, que separan, sin anestesia quirúrgica, a dos siemeses que no pueden ni deber ser separados: el poder y la responsabilidad.
Y en mitad de ese ambiente ostrogodo de elección por aclamación a espada y estandarte -rojo y gualdo, por supuesto- alzados, el líder ahora candidato se crece y proclama ante sus subditos sus exigencias.
Marianico I, El Corto, exige -esto también literalmente- a sus huestes del Partido Popular que trabajen exclusivamente por su elección como Presidente del Gobierno.
El PP dirige un puñado de Comunidades Autónomas y unos cuantos cientos -sino miles- de ayuntamientos, pero deben quedar a un lado. Ahora todo militante del PP debe trabajar exclusivamente por el bien de su nuevo monarca aclamado "le PP c'est mua" parace repetir el eco del mensaje de Rajoy.
Y no resulta extraño que así sea. Colocado como fue por su antecesor sin apariencia siquiera de democracia; heredero ideológico de esa España de tendencia despótica y absolutista que imponia en sus orientales discursos la lucha contra la masonería como una prioridad a una población que se encontraba, argentinamente hablando, cagándose de hambre.
Mariano Rajoy es heredero de lo que es y no puede negarlo, no puede ocultarlo. Ni él ni su partido sabrían como ocultar esa herencia. Aunque quisieran hacerlo.
Y lo prueban así las reacciones posteriores al hecho. Los contricantes -obligatoriamente velados, porque en público no hay disensión posible- se esconden en el fondo de sus ayuntamientos esperando la siguiente oportunidad para medrar, para conspirar, para deponer. En definitiva, según la mejor tradición judeocristiana que les empapa, para crucificar al aclamado líder electoral.
Mientras que los demas, aduladores y medrosos, siguiendo también la misma tradcición, se lanzan en todos los medios de comunicación disponibles en un Domingo de Ramos sin parangón de ramas de olivo, palmas, genuflexiones y jaculatorias en honor de Mariano I, Rey del PP.
Y así comienza la Pasión de Nuestro Mariano.
Porque, acostumbrado a que su palabra sea ley en su casa, pretendera vencer y no convencer y eso no sirve en una campaña electoral cuendo eres invitado en las casas de otros. Porque instalado en su dercho divino de decisión confeccionará sus listas electorales sin tener en cuenta a aquellos que, pese a hacerle sombra política, podrían también servir de ancla y cabotaje a un partido que hace aguas. Y ese será el primer clavo de su crucifixión.
Luego ganará o perdera las elecciones pero a la larga dará igual.
Si las gana gobernará de la única manera que sabe hacerlo: mandando. Sin consenso, aferrado a su idea unitaria y decimonónica de nación, imponiendo su criterio por la fuerza de los votos -y quien sabe si de las armas- hasta que todos aquellos que no le han aclamado -y, seguramente, una buena parte de los que lo hicieron- no le soporten más.
Si pierde será el momento en que resuenen tantos cantos de gallo en los pasillos de Genova que resultara imposible discernir de quien proceden las constantes negaciones que se susurrarán en la sede del PP. Del Rey Sol pasará a ser un Julio Cesar indigno y desesperado que volverá frenético su vista en todas direcciones mascullando "et tu, Brute" a todos los rostros que se asomen a su paso.
En cualquier caso, puede que este 11 de Septiembre termine siendo recordado como el día en el que se producjo el mayor acto de terrorismo político contra la cordura y el futuro. Si Rajoy no gana será un acto de terror que sólo afectara al PP -lo cual, dicho sea de paso, es algo que no resulta trágico para nadie-.
Si Rajoy resulta elegido nos afectará a todos. Y eso ya es más preocupante. Parace ser que el 11 de septiembre puede estar por siempre vinculado a la tragedia.
1 comentario:
muy bueno!
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