Este solsticio de invierno al que algunos llaman navidad es propicio para cuentos, así que yo, habituado a tales narraciones y a su futilidad, voy a contaros uno. Tanto tiempo he estado sin presentaros mi diablesca pluma que ahora puedo permitirme ese lujo.
Erase una vez una mujer que queda embarazada en sospechosas circunstancias. Se niega a decirle a todo el mundo quien es el padre de su hijo y, como no puede ser de otro modo, es recluida en la casa familiar para ocultar la vergüenza que ha acarreado a su estirpe, la vergüenza que los de su propia sangre sienten por el hecho, no sólo de que haya mantenido relaciones sexuales ilícitas, sino de que haya roto una promesa de matrimonio dada a un buen hombre que quería casarse con ella.
Y ese individuo, que tiene la posibilidad de repudiar la relación, no lo hace, decide tomar a esa mujer como esposa porque la ama y porque realmente le importa bastante poco con quien haya podido acostarse o no. Y eso que su familia está en contra de ello.
Así que una madre soltera y un individuo al que el matrimonio le importa realmente un carajo y al que los principios tradicionales como la virginidad, la sacramentalización del sexo y otra serie de zarandajas de ese tipo no le impiden estar enamorado de la mujer de la que está enamorado comienzan una vida en común. Y además cuidando al hijo de un desconocido, por lo menos para el padre.
Luego llegaron lo problemas mentales del hijo, su rebelión, la incapacidad de los padres para contenerle y su trágico final. Pero eso, como dirían los amantes de los relatos clásicos, es otra historia que debería ser contada en otra ocasión.
Para los contadores de cuentos del siglo XV, este cuentecillo sería una fábula aleccionadora para las jovencitas promiscuas; para los novelistas románticos del XIX, un claro ejemplo de que el amor puede superar las barreras sociales y familiares; para los sociologos del XX, una muestra de que la sociedad se está organizando en familias desectructuradas que hacen frente de formas diferentes al reto de la supervivencia, la educación y la evolución.
No es más que un cuento, una historia que tienen tantos visos de ser inventada como aquella que dice que un ser inefable fundó, organizó y construyó el orbe en el espacio y el tiempo que hay entre sabbath y sabbath.
Pero es un cuento que los que ahora claman por la familia tradicional han olvidado. Y eso que es el cuento con el que justifican el nacimiento de aquel al que consideran su redentor.
Así las cosas, al temerario grito que supuestamente lanzo el desequilibrado hijo de esta pareja en el templo de Salomón de ¡Dios no es un israelita! habría que sumar otro de la gisa de ¡Y su hijo es un bastardo, nacido de una adultera y educado por alguien que no es su padre en el seno de una familia desectructurada!. Dicho esto sin ánimo de ofender, claro esta. Que hoy por hoy la ofensa es más importante que la verdad, o la realidad si se prefiere.
De todo ello se deduce que, para el egregio Benedicto y el no menos ínclito Rouco Varela, resulta que aquel que nace en una familia claramente desectruturada, que no respeta el canon tradicional de matrimonio, hijo, padre y madre ahora, dos mil y pico años después decide que lo que se debe defender es la familia que él no eligio -por que ,según los que dicen saber de esto, él lo eligió así- para venir a este mundo.
Yo ni siquiera me creo que eligiera un tipo de familia en concreto. Pero claro eso no cuenta porque yo no me creo siquiera que pisara este mundo.
Pero si llevas 2000 años contando un cuento, lo menos que se te puede pedir es que te lo sepas de memoria y a pie juntillas. Y si utilizas ese relato -épico en ocasiones y místico en otras- para justificar todos tus pasos y convicciones lo que se te debe exigir es que no te desvies de él por conveniencia.
En fin, que esto de la familia tradicional de padre, madre y espíritu santo -¡uy perdón e hijos!- está muy bien y puede que sea el modelo que ellos elijan, pero que no nos intenten vender que es el que eligió su dios porque, lo siento, no es así.
La familia se basa lamentablemente en la sangre -lamentablemente porque no se elige- y afortunadamente en el amor. Ese es el único modelo que ha prevalecido a lo largo de los siglos y nada tiene que ver con la configuración cromosomática de los integrantes de la familia.
Si ellos quieren poner el énfasis en el sexo de los integrantes, en los aspectos contractuales de la misma o en las dinámicas disciplinarias del asunto están en su perfecto derecho. Sólo están estropeando sus vidas y poniendo en riesgo la estabilidad mental de su progenie. Si ellos quieren volver su vista más hacia Sodoma que hacia Nazaret están en su derecho. Ellos inventaron el cuento y pueden cambiarlo cuando quieran. Pero sólo les servirá a ellos.
Si quieren creer que el amor es algo que da el sexo o que aporta la sangre, seguirán estrellándose en el muro de su propia intransigencia y su celibato revelado.
Los hay que optamos por el amor, ni siquiera por la sangre. Por el amor.
Pero tampoco nos sorprende en absoluto la profusión y arbitrariedad de su defensa y lucha por la familia tradicional.
Los jenízaros -hijos de cristianos- fueron los más acerrimos guerreros de los sultanes turcos; Torquemada -judio converso- fue el más firme defensor de la fe de sus majestades católicas de España y Hitler -con una ascendencia hebrea tan clara que convirtió el arribismo de los aristócratas alemanes en simple ceguera estúpida- fue el más cruel perseguidor que el pueblo hebreo conoció después de Tito.
Como jenizaros, torquemadas o hitlers, los Roucos y Ratzingers de hoy en día son los más firmes defensores de la familia hombre y mujer contractual. Al fin y al cabo descienden -ideológicamente, se entiende- de un bastardo, hijo de una mujer y un espíritu sin sexo que se supone nació en Judea allá por el reinado de Octavio como emperador de Roma.
Los conversos siempre son los que más interés ponen en defender lo contrario a lo que les dictan sus orígenes. Los que siguen a un bastardo - aunque sea de dios- están obsesionados con la pureza de sangre. Los que rezan al hijo de una mujer y de algo que no tiene sexo definido son los que insisten en que no haya familia ninguna que no sea hombre y mujer. Si no fuera patético sería gracioso.
¡Que leche, es gracioso!
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