De vuelta en la absurda realidad
de la vida occidental atlántica descubro que ya nada es lo que era porque sigue
siendo lo que pretendemos que sea.
Mientras los gobiernos pugnan consigo
mismos y con la lógica por extraviarles a muchos los pírricos 400 euros que ni
siquiera les sirven de sustento para el pan y el agua que no pueden ganarse;
mientras los gobernantes pugnan con la lógica y con nosotros para darle a unos
pocos aquello que robaron salido del esfuerzo de muchos, descubro que por más
que regrese, que por más que me marche, ya nada es lo que era porque sigue
siendo lo que somos nosotros.
Podremos invadir el Parlamento,
podremos gritarlo al cielo más alto y aún más claro, podremos escribirlo en pan
de oro en códigos y leyes. Podremos quemar las barricadas, alzar nuestras
pancartas y arrojar con ciega puntería nuestras piedras.
Pero ya nada volverá a ser lo que era antes.
Podremos exigir las nuevas normas,
podremos redactar nuevos derechos, podremos asumir nuevos deberes. Podremos escribir,
cantar, recitar o pelear, pero el viento que buscamos, que necesitamos para
hacer el aire respirable, ya no agitará más nuestras banderas, ya no hinchará
de nuevo nuestras velas, ya no hará bailar en la batalla nuestros sucios y
raídos estandartes.
Ya nada volverá a ser lo que era antes.
No, no mientras sigamos confundiendo
vivir y amar con sobrevivir y copular, mientras sigamos buscando aquello que
nos falta, ocultos tras rostros de avatares y nombres de otros tiempos, por no
plantarle cara a quienes nos esperan, por no devolver las palabras a quienes
nos dieron corazones radiantes.
Ya nada volverá a ser lo que era antes.
No, no mientras sigamos equivocando
felicidad y risa, el odio con el llanto, justicia con venganza, la espera y la
esperanza, ayuda y caridad y el saber con la fe del ignorante.
Ya nada volverá a ser lo que era
antes.
No, no mientras sigamos confundiendo
los fines con los medios, los dineros con premios, bellezas con bondades; los
caprichos con las necesidades, las locuras con los riesgos, los miedos con las
seguridades y los amores con los amantes.
Ya nada volverá a ser lo que era
antes.
No, no mientras nosotros sigamos
siendo lo que somos.
No mientras no hagamos caso del cuento
del pastor de Al Urdunn
Éramos fieros, pendencieros, tan ávidos
de riqueza y de poder que cambiábamos mujeres por camellos, personas por
dinero, el tiempo por placer y la vida por oro.
Guerreábamos, comerciábamos y
cabalgamos durante tantos soles y durante tantas lunas que estuvimos a un
milímetro escaso de sucumbir ante nuestras propias batallas, nuestros infinitos
enemigos y nuestros falsos aliados.
Que ¿qué paso para que los hombres y
mujeres de Al Urdunn vivamos ahora en paz en medio de la guerra y seamos
felices con lo nuestro?
Un día y sin saber porqué nos paramos,
miramos hacia atrás y nos atrevimos a volver a aquellos que habíamos dejado por
querer seguir siendo lo que entonces creíamos que éramos.
Que ¿qué ocurrió?
Bueno..., cambiamos.
Y entonces gran parte de las cosas
volvieron a ser como eran antes...pero como eran antes de que nosotros fueramos como
creíamos que eramos.