viernes, agosto 31, 2012

Ya nada volverá a a ser lo que era antes


De vuelta en  la absurda realidad de la vida occidental atlántica descubro que ya nada es lo que era porque sigue siendo lo que pretendemos que sea.
Mientras los gobiernos pugnan consigo mismos y con la lógica por extraviarles a muchos los pírricos 400 euros que ni siquiera les sirven de sustento para el pan y el agua que no pueden ganarse; mientras los gobernantes pugnan con la lógica y con nosotros para darle a unos pocos aquello que robaron salido del esfuerzo de muchos, descubro que por más que regrese, que por más que me marche, ya nada es lo que era porque sigue siendo lo que somos nosotros.
Podremos invadir el Parlamento, podremos gritarlo al cielo más alto y aún más claro, podremos escribirlo en pan de oro en códigos y leyes. Podremos quemar las barricadas, alzar nuestras pancartas y arrojar  con ciega puntería nuestras piedras. 
Pero ya nada volverá a ser lo que era antes.
Podremos exigir las nuevas normas, podremos redactar nuevos derechos, podremos asumir nuevos deberes. Podremos escribir, cantar, recitar o pelear, pero el viento que buscamos, que necesitamos para hacer el aire respirable, ya no agitará más nuestras banderas, ya no hinchará de nuevo nuestras velas, ya no hará bailar en la batalla nuestros sucios y raídos estandartes. 
Ya nada volverá a ser lo que era antes.
No, no mientras sigamos confundiendo vivir y amar con sobrevivir y copular, mientras sigamos buscando aquello que nos falta, ocultos tras rostros de avatares y nombres de otros tiempos, por no plantarle cara a quienes nos esperan, por no devolver las palabras a quienes nos dieron corazones radiantes.
Ya nada volverá a ser lo que era antes.
No, no mientras sigamos equivocando felicidad y risa, el odio con el llanto, justicia con venganza, la espera y la esperanza, ayuda y caridad y el saber con la fe del ignorante.
Ya nada volverá a ser lo que era antes.
No, no mientras sigamos confundiendo los fines con los medios, los dineros con premios, bellezas con bondades; los caprichos con las necesidades, las locuras con los riesgos, los miedos con las seguridades y los amores con los amantes.
Ya nada volverá a ser lo que era antes.
No, no mientras nosotros sigamos siendo lo que somos.
No mientras no hagamos caso del cuento del pastor de Al Urdunn
Éramos fieros, pendencieros, tan ávidos de riqueza y de poder que cambiábamos mujeres por camellos, personas por dinero, el tiempo por placer y la vida por oro.
Guerreábamos, comerciábamos y cabalgamos durante tantos soles y durante tantas lunas que estuvimos a un milímetro escaso de sucumbir ante nuestras propias batallas, nuestros infinitos enemigos y nuestros falsos aliados.
Que ¿qué paso para que los hombres y mujeres de Al Urdunn vivamos ahora en paz en medio de la guerra y seamos felices con lo nuestro?
Un día y sin saber porqué nos paramos, miramos hacia atrás y nos atrevimos a volver a aquellos que habíamos dejado por querer seguir siendo lo que entonces creíamos que éramos.
Que ¿qué ocurrió?
Bueno..., cambiamos.
Y entonces gran parte de las cosas volvieron a ser como eran antes...pero como eran antes de que nosotros fueramos como creíamos que eramos.

sábado, agosto 25, 2012

Al-Urdunn: Adios y confesión de un ladrón de niños


La tierra no es nada, las piedras no son nada, los restos de la historia, los ecos del pasado y las luces y las sombras del presente no son nada. Los sitios no son nada.
La vieja Philadelphia, que ya era vieja antes de que los ingenuos habitantes de la Norteamérica atlántica renombraran medio continente con los nombres de todos los demás, no se despide de mí cuando recojo mis cosas, mis instintos, mis deseos y mis trabajos, los uno a mi recuperada curva abdominal de falafel, leche condensada y té de canela y la abandono.
El agua que moja las calles de Amman -la vieja Philadelphia, la original- no se despide de mí. Sigue haciendo su trabajo para arrancar el polvo del desierto del aire y fijarlo en el suelo y me ve partir indiferente.
Las ruinas de cinco de las diez ciudades más antiguas del mundo, viejas antes de que fuéramos un sueño febril en las mentes de los más antiguos dioses únicos que La Tierra conoce y sufre desde entonces, no saludan mi marcha.
Jerash me ve alejarme sin congoja con los ojos cansados de soportar turistas que no comprenden que pudo ser Damasco, Jerusalén o Bagdad hace milenios pero renunció a ello por la paz que ansiaban sus habitantes; Gadara, Pella, Irbid, y todas las perdidas visiones de Plinio el Viejo siguen su lucha contra el desierto y el olvido mientras me alejo de ellas. No pueden mirarme porque no tienen ojos, no pueden llorarme porque no tienen lágrimas. No pueden añorarme porque no tienen alma.
Y el Jordán, el bendito y sucio por siempre Jordán, sigue su implacable curso sin mirar hacia atrás cuando me aparto de él. Sigue regando el Creciente para permitir a aquellos a los que otros ríos más al oriente trajeron a la vida extenderse por sus valles y meandros. Sigue haciendo de frontera que intenta en balde separar la paz de la guerra, la vida de la muerte.
 No puede despedirse porque no tiene labios, no puede escuchar mi adiós porque no tiene oídos. No puede sentir mi marcha porque no tiene corazón. Puede que bañara a un par de dioses o profetas, pero no tiene corazón.
Y las cabras, las sempiternas cabras de Al-Urdunn, de Philadelphia, de Jordania, tampoco me saludan cuando marcho, cuando emprendo el camino que me aleja de ellas. Ni cabras, ni camellos, ni asnos ni caballos tienen el tiempo o el impulso suficiente para salir de sus instintos, sus comidas, sus trabajos o sus supervivencias para decir adiós a un viajero semanal que se aleja de ellos.
Así que Jordania no se para a despedirme cuando me voy y por eso yo no la digo adiós cuando me marcho.
Y por eso, sentado en el aeropuerto de El Cairo, tan raído como cualquier otro aeropuerto oriental, tan triste como cualquier otro aeropuerto occidental, ya no recuerdo las tierras, los edificios, las ruinas, las calles ni las cabras de Jordania.
Solo recuerdo decenas in chaa' Allah.
Apretones de manos de funcionarios asustados pero que asumen sus riesgos, manos de los niños sacudiéndose en medio del polvo que tres 4x4 levantan del asfalto, el roce contra el rostro del tejido del chador de mujeres que ocultan su cabello y enseñan su valor.
Recuerdo la absurda despedida militar de un policía en un control, el incongruente dedo pulgar alzado al aire de un pastor que nos ve pasar junto a su macilento rebaño, la mano que intenta sacudirnos de su vida como moscas de una anciana israelí que cruza el Jordán cada mañana para discutir el precio de las cabras con un pastor jordano, como hicieran su padre y su madre antes que ella.
Recuerdo su sonrisa cuando nos vamos después de verla acusar a sus propios soldados de ser peor que los ingleses -Y los ingleses abandonaron Transjordania en 1946. No quiero ni calcular la edad de esa anciana hebrea-.
Eso es lo que recuerdo. Sentado en un aeropuerto egipcio, eso es lo que recuerdo.
No somos piedras ni arena, así que no tiene sentido que volvamos a las piedras o a la arena. No somos aves migratorias que siguen sus instintos, ni rebaños trashumantes que repiten sus caminos para lograr alimento y supervivencia, así que no tiene sentido que volvamos a las tierras, los valles o los pastos.
Somos personas y no volvemos a  los lugares. Si alguna vez vuelvo a Al-Urdunn o a Amman, no volveré a Jordania -y mucho menos a sus cabras-. Volveré a sus personas.
Viajar a un lugar solamente merece la pena si, cuando te vas, dejas en él alguna persona a la que alguna vez ansíes regresar.
Y más si has hecho lo que viniste a hacer
Que ¿qué vine a hacer a la vieja tierra del Jordán? 
Muy sencillo. Vine a robar niños.
Hoy, 8 de Shawwal de 1433, escribo mi confesión criminal en este teclado minúsculo en espera de un vuelo que me devuelva a la cada vez más absurda realidad occidental atlántica.
Acudí a Jordania para contribuir a crear la infraestructura necesaria para robar niños. Robar cuantos fuera posible, cuantos fuera necesario, cuantos caigan en nuestras manos. Para robárselos a aquellos a los que la historia y las circunstancias han transformado en sus padres adoptivos. 
Sin enajenación por mi parte, con completa premeditación y alevosía, confieso haber acudido a una de las cunas del mundo para arrebatar a niños de las garras de su actual padre putativo: el odio y de las zarpas de su actual madre adoptiva: la guerra.
En mi defensa sólo puedo decir que lo intentaré hacer de nuevo en cuanto tenga ocasión.
Estos son los hechos del caso. Y son irrefutables.
En El Cairo, a 25 de agosto de 2012.
In chaa' Allah.

martes, agosto 21, 2012

En Al-Urdunn: Día 1

Las tierras te reciben como lo que son, como lo que siempre han sido y probablemente sigan siendo después de que nosotros hayamos intentado en balde dejar en ellas la impronta de lo que quisimos ser.
Por eso no sorprende que las tierras de Al-Urdunn se alcen en arena y viento para recibirnos. El viento siempre ha estado ahí, la arena siempre ha estado ahí y hacen lo que haría todo buen anfitrión para recibir a un visitante: levantarse y saludar.
Circulando por la gran carretera del desierto, probablemente lo único que queda en pie del sueño del panarabismo que, desde Lawrence hasta Naser, mudó de la armonía a la beligerancia, de la hermandad al nacionalismo, lo que sorprende es la facilidad con la que la mente se me vuelve a lo que hace mas de tres lustros que no hacía.
El mismo desierto, otro país; la misma arena, otra tormenta; el mismo hombre, otra edad. Pero el mismo hombre.
Jordania, la vieja Al-Urdunn, te obliga a lo mismo que sus hermanas mayores o quizás solamente más afortunadas te obligaron a hacer cuando las conociste, cuando te fueron presentadas por tu juventud, cuando te invitaron a poner de largo tu madurez en sus desiertos, sus calles y sus guerras. Te obliga a taparte el rostro para no probar el acido sabor de su arena, a cubrirte los ojos para no sentir el arañazo de las minúsculas partículas de una historia erosionada y sedimentada sobre el duro sustrato del Creciente Fértil.
Te obliga, después de muchos años sin hacerlo, así de repente, a recordar que sigues vivo.
Hay tierras que son especialistas en esa función, hay lugares que se empeñan, pese a su antiguedad, pese a sus dioses, pese a su miseria o quizás por todo ello, en lanzarte a la vida con sólo un movimiento, con sólo una tormenta.
Por eso tu cuerpo, tu mente y tu institno recuerdan lo que fuiste y lo que siempre ha sido esta tierra donde la nada lo es todo, donde no hay soledad en el silencio del desierto ni hay olvido en el bullicio de las calles.
Por eso comienzas a echar el humo del cigarrillo por la nariz, algo que no has hecho desde hace mucho tiempo, en plena tormenta. Porque hace tiempo algo o alguien te dijo que así limpias la nariz de la arena que se puede meter y permanecer en ella durante el saludo que las tierras antiguas de Jordania ha montado para ti en forma de danza, para otros peligrosa y para ti reparadora, de arena y viento.
Por eso ya vuelve como antaño a no sorprenderte parar en mitad de la nada, donde nadie debería habitar, donde nadie debería permanecer y mucho menos alegrarse de nada y descubrir siluetas que salen a recibirte como si nada pasara, como si la tromenta que levanta el desierto de su suelo y lo arroja a tu rostro fuera tan sólo un sonido más, tan sólo una pequeña molestia que no puede apartarles de lo que es más importante, que no puede quitarles la alegría de dar la bienvenida, la dicha que siente el anfitrión al recibir a aquellos que van a visitarle.Y en ese momento es cuando no sabes y deja de importante si la arena del Wadi Rum se alza para mostrarte la tierra a la que llegas o para ocultar de ti aquello que has traido contigo. 
En cualquier caso, ya apenas te importa. Mientras tus dedos se angostan en un teclado que parece construido para las manos recién nacidas de un bebé, comprendes que no has echado de menos las tierras del reino al-Hashimiyya ni las de sus pueblos hermanos o enemigos.
Comprendes cuanto, durante todos estos años, te has echado de menos a ti mismo.

sábado, agosto 18, 2012

Treinta y cuatro muertos en Sudáfrica o la constante matemática de nuestro sistema económico.


Va un problema de matemáticas básico.
Una empresa tiene contratadas a 4.500 personas. Esas personas ganan 500 euros al mes que, -desconociendo el dato en concreto- podemos suponer que se dobla con los seguros sociales y demás. O sea 1.000 euros al mes. lo que supone 54.000.000 euros al año.
Estos trabajadores se ponen en huelga y exigen que se les pague 1.200 euros al mes o sea, con seguros y demás gastos sociales, 2.400 euros mensuales. 129.000.000 euros al año.
Sabiendo que la empresa tiene un beneficio neto después de impuestos de 400.000.000 euros anuales y que, descontado los 75.000.000 euros del aumento de los costes salariales, le quedarían a la empresa solamente 325.000.000 euros de beneficios netos para distribuir entre sus accionistas y directivos, responder a las siguientes preguntas:
¿Por qué no se pueden aumentar los salarios?
¿Por qué hay que disparar contra los manifestantes que exigen ese aumento salarial?
¿Por qué hay que matar a 34 de ellos?
Puede parecer que resulta imposible utilizar las matemáticas para responder a lo que ha pasado en Suráfrica y al motivo por el que la policía ha disparado contra una manifestación de mineros de la empresa Lonmin de Platino. Puede parecer que el hecho de que llevaran machetes o palos lo justifica y es una explicación. Puede parecer muchas cosas.
Pero toda apariencia es engañosa. No es una cuestión racial, no es una cuestión social, no es una cuestión estatal. Es una cuestión de pura y simple matemática.
Los policías que han disparado contra su propia gente en lugar de apartarse y dejarles pasar, en lugar de regarles a manguerazos hasta disolverles, en lugar de hincharlos a pelotazos de goma hasta hacerles escapar, en lugar de ahumarles con gases lacrimógenos hasta que no vieran ni su propias narices, no son asesinos, no son represores. Son el vector que iguala y equilibra la pérfida ecuación de la economía liberal capitalista del mundo Occidental Atlántico.
¿A quien amenazaban los mineros? ¿Por qué una policía acostumbrada a las barricadas no las colocó entre los manifestantes y ellos? ¿por qué no había una sola tanqueta antidisturbios? Todas esas preguntas pueden tener respuesta, pueden tener justificación. Pero ninguna responde a la esencial:
¿Por qué esos mineros ganan 500 euros y no pueden ganar 1.200? ¿por qué hay que reprimir esa protesta?
La respuesta es obvia: porque nadie está dispuesto a darles lo que piden. Por eso hace falta reprimirles. Es evidente ¿no?
Porque, si no existe ese vector de desequilibro, el sistema económico que nos mantiene, que nos permite tomar un café por la mañana o una copa por la noche aquí, en el Occidente Atlántico, el liberalismo económico se derrumba.
Si los mineros de Lonmin consiguen su objetivo es posible que lo consigan también los de las otras empresas de Sudáfrica y los de Rusia, y luego se corre el riesgo de empezar con los de las minas de oro, y los de diamantes, y los de fosfatos y los tungsteno y los de semiconductores...
Si no se utiliza ese vector de desequilibrio básico que es la represión puede que encima se le sumen los recolectores de café, de cacao, de algodón, los manufactureros de seda y vete a saber cuántos más. Y no quieran todos los dioses de capitalismo que se les unan los trabajadores de los pozos petrolíferos árabes, argentinos y venezolanos y los del gas ruso, afgano e hindú. Porque entonces sí que las matemáticas no volverán a salirnos nunca.
Porque el 85 por ciento de los recursos que utiliza el mundo occidental atlántico están fuera del mundo occidental atlántico. Están en países donde los costes laborales son ínfimos y son conseguidos con el trabajo de gentes que apenas tiene acceso a lo más básico y eso es lo que permite que las cuentas nos sigan saliendo. Por los pelos, pero nos sigan saliendo.
Porque las matemáticas del liberalismo capitalista del Occidente Atlántico no pueden consentir que la división entre trabajo e inversión se dirima en un reparto parejo y ni siquiera proporcionado porque nosotros somos muchos menos que ellos y entonces las cuentas no nos saldrían.
Por eso la ecuación necesita una constante diferencial que ha de aplicarse cuando el desequilibrio se produce en determinadas tierras, en determinados lugares, entre el Tigris y el Jordán, entre el Río Amarillo y el Indo, entre el Níger y el Nilo. Y sobre todo cuando se produce a favor de los habitantes de esas tierras. No de sus elites. De sus habitantes.
Ese es el mundo que hemos construido para África, Asia y Sudamérica cuando creímos estar construyendo solamente un mundo para nosotros.
En la fórmula matemática perversa que rige nuestra economía lo que ha hecho la policía de Sudáfrica no es un desequilibrio, no es un fallo ocasional, no es el producto de un error de cálculo o de aplicar sin demasiada atención una fórmula errónea.
Es una constante. Una constante matemática.

Uribetxeberria o el imperativo de no ser como ellos

Cuando estoy a horas de abandonar este país -para volver en unos días, espero- me debato entre utilizar estas endemoniadas líneas para despedirme de lo que tenemos y vamos a seguir teniendo o para dar la bienvenida a lo que me encontraré.
Lo hago hasta que me doy cuenta de que despedirme será inútil porque aquello que dejo será exactamente igual que lo que encontraré a mi vuelta. Y solamente un nombre y un apellido me ayudan a descubrir que eso es así y por desgracia lo será mucho tiempo. El nombre es Iosu y el apellido es vasco, como no, es vasco. Es Uribetxeberria.
Resulta que el tipo se está muriendo de cáncer terminal, resulta que no se le puede atender -como es lógico- en una cárcel, resulta que es un secuestrador convicto. Pero lo que más destaca entre todos esos resultados es que resulta que es de ETA.
Y eso hace que una vez más, como niños que no han aprendido de sus errores porque no les han dejado cometerlos, como filósofos que no avanzan en sus disquisiciones porque se niegan a modificar sus premisas, volvemos a la misma discusión, al mismo sinsentido, al mismo error recurrente de confundir lo que queremos ser con lo que debemos ser.
El Gobierno la aplica el tercer grado carcelario porque se muere de cáncer, porque le quedan apenas unos meses de vida, porque tiene que hacerlo.
Y ahí debería acabarse toda discusión.
Pero ahí es donde empieza en este país nuestro que no sabe pararse y pensar, que no está acostumbrado a diferenciar entre víscera y razonamiento, entre sentimiento y derecho. Entre justicia y venganza.
Y las víctimas, o los médiums que dicen hablar por ellas desde sus catafalcos, empiezan una discusión tan bizantina como inútil, tan peligrosa como carente de la más mínima ética social, tan absurda como irrelevante.
Afirman que esa decisión ha "traicionado a las víctimas y al Estado de Derecho". Y al decir eso mienten. Y lo peor, saben que mienten.
Porque el Estado de Derecho se basa en la aplicación de la ley, en todos los casos, en todas las circunstancias, en todas las condiciones. Si no se aplica la ley, no hay Estado de Derecho.
Y la ley de este país dice a través del artículo 104.4 del Reglamento Penitenciario, que "existe la posibilidad de conceder el tercer grado a los presos gravemente enfermos con padecimientos incurables. Después, el juez podría conceder la libertad condicional".
Lo dice el Gobierno porque lo dice el Estado de Derecho, lo dice el Estado de Derecho porque lo dice la ley, lo dice la ley porque lo dice el Reglamento Penitenciario. Fin de la discusión, ¿qué parte no entienden?
Y se puede comprender que los que han sufrido el ataque de los locos furiosos de ETA no anhelen otra cosa que verlos morir entre terribles sufrimientos y se puede entender que deseen bailar sobre sus tumbas para vengar a aquellos que perdieron. Pero que exijan que el Estado haga eso, que el Gobierno eluda la ley para lograr colmar su sentimiento de venganza -justa o no, que eso es otro asunto- no es otra cosa que aquello de lo que acusan a los que, en aplicación de la ley, hacen lo que tienen que hacer.
Es una traición al Estado de Derecho.
Pero para ellos, que siempre tienen en la mente a las víctimas del terrorismo mafioso de aquellos que quisieron controlar Euskadi por la fuerza de las armas, la traición debería ser más grave, más dolorosa, más recurrente. Porque también es una traición a las víctimas que dicen defender.
Porque cada policía nacional que murió, cada guardia civil que fue asesinado, cada ertzaina, jurista, funcionario político o concejal que fue tiroteado, herido, muerto o secuestrado lo fue por defender el Estado de Derecho que incluye, le pese a quien le pese, el Reglamento Penitenciario y su artículo 104, por el cual se concede ahora el tercer grado penitenciario a Uribetxeberria.
Y exigir al Gobierno que lo ignore es traicionar a todos aquellos que murieron para que nadie lo ignorara, para que nadie impusiera su venganza a la ley, para que nadie pudiera  anteponer en nombre de nada su voluntad a la ley: ya sea en nombre de la falsa libertad de Euskadi o en nombre de la venganza de las víctimas que esa locura provocó.
Y los que dicen defender su memoria harían bien en darse cuenta de eso y en preguntar a sus recuerdos qué es lo que hubieran defendido aquellos de cuya memoria tiran para justificar su posición: si el imperio de la ley o el imperio de la venganza.
Y si pese a todo ello aún creen que no traicionan aquello que se supone que defienden y que es justificación para pedir que no se aplique a Uribetxeberria la posibilidad de ser tratado de su cáncer terminal el decir que en la sentencia por el secuestro de Ortega Lara se recoge que "iba a dejar morir" al funcionario de prisiones, deberían pensar en otra cosa.
Por supuesto, que los asesinos de ETA hubieran dejado morir a Ortega Lara, por supuesto que los mafiosos del tiro en la nuca y la bomba no hubieran tenido ningún escrúpulo en hacerlo. Desde luego que Iosu Uribetxeberria habría sido capaz de hacerlo y estaba dispuesto a realizar ese salvaje acto.
Pero el Gobierno no es Iosu Uribetxeberria, pero el Estado Español no es ETA.  Pero nosotros no somos ellos. 
Y esa es nuestra victoria. Eso es lo que demuestra que ETA está derrotada.
Hemos perdido - y Euskadi sobre todo- demasiada gente a manos de esa locura que hizo sangrar las tierras y las calles vascas durante treinta años, gente conocida y desconocida, gente querida y no querida.
Demasiada gente como para que ahora nos permitamos eludir nuestra responsabilidad para con su lucha, para con su sacrificio. Como para que ahora le concedamos a ETA una victoria que ni siquiera fue capaz de imponer con toda la sangre y el dolor que arrojó sobre las gentes de Euskadi y de España.
No estoy dispuesto a que se justifique pasar por encima de la ley para conseguir algo, ni la venganza, ni la victoria, ni nada por el estilo. La memoria de aquellos a los que me arrebató la locura asesina me obliga a seguir luchando por una sola cosa:
Para que no me conviertan en uno de ellos.
Así y sólo así somos leales a los que murieron por el Estado de Derecho. Y no deberíamos seguir discutiéndolo ni un instante más.

domingo, agosto 12, 2012

Nosotros, vosotros: TODOS

Ya está bien.
Hay cosas que han dejado de importar.
Si vuestro dios os dice que lo que ocurre no es justo ni puede serlo, estáis conmigo y yo estoy con vosotros.
Dejad de pensar en vuestros rezos, vuestra moral, vuestros mandamientos y vuestra salvación y luchad con nosotros. Dejad de escuchar a vuestras jerarquías. Ellos no están de vuestro lado. Nosotros sí.
Hay cosas que ya no son relevantes
Si vuestra ideología os dice que lo que ocurre no es justo ni puede serlo, estáis conmigo y yo estoy con vosotros.
Olvidad vuestros paraísos perdidos, vuestros Estados, vuestras dictaduras proletarias, vuestros anticlericalismos y luchad con nosotros. Dejad de defender vuestro partido. Él no está de vuestra parte. Nosotros sí.
Hay cosas que han dejado de existir.
Si vuestra libertad os dice que lo ocurre no es justo ni puede serlo, estáis conmigo y yo estoy con vosotros.
Abandonad vuestro muerto anarquismo, vuestras falsas resistencias, vuestros actos inútiles y vuestro antiguo miedo a los estados y luchad con nosotros. Dejad de intentar revivir vuestra muerta utopía. Ella ya no vive a vuestro lado. Nosotros sí.
Hay cosas que ya no se mantienen
Si vuestra búsqueda de horizontes os dice que lo que ocurre no es justo ni puede llegar a serlo, estáis conmigo y yo estoy con vosotros.
Dejad de pensar en vuestros beneficios, en vuestros capitales, en el muerto sueño del ascenso económico y en vuestra estabilidad. Dejad de proteger vuestro agonizante liberalismo y luchad con nosotros. Él ya no quiere ayudaros. Nosotros sí.
Hay cosas que ya no nos protegen
Si vuestra tierra os dice que lo que ocurre no es justo ni puede serlo, estáis conmigo y yo estoy con vosotros.
Aparcad vuestros himnos, vuestras banderas, vuestros odios ancestrales, vuestras extranjerías y vuestros rencores de la historia. Desterrad vuestros orgullos patrios y luchad con nosotros. Ellos ya no están a vuestro lado. Nosotros sí.
Hay cosas que se nos han cambiado
Si vuestro trabajo os dice que lo que ocurre no es justo ni puede serlo, estáis conmigo y yo estoy con vosotros.
Ignorar vuestros puestos, vuestros ascensos, vuestras pagas y vuestras vacaciones. Vuestras pírricas representaciones y vuestras dadivas sindicales. Ignorar a vuestros sindicatos y luchad con nosotros. Ellos no siguen junto a vosotros. Nosotros sí.
Hay cosas que ya no controlamos
Si vuestro sexo os dice que lo que está ocurriendo no es justo ni puede nunca serlo, estáis conmigo y yo estoy con vosotros.
Omitid vuestros patriarcados, vuestros matriarcados, vuestros postergados derechos, vuestros ignorados deberes, vuestras gónadas internas o externas. Postergad vuestra guerra de sexos y luchad con nosotros. Vuestros sexos y géneros no están con vosotros. Nosotros sí.
Y si hasta vuestro egoísmo os dice que lo que está ocurriendo no es justo ni nunca lo será, estáis conmigo y yo puedo estar con vosotros.
Contened vuestros deseos, vuestros caprichos, vuestros gastos baldíos, vuestras expectativas individuales. Abandonad vuestro miedo y vuestro individualismo. Ellos ya no pueden flanquearos. Nosotros sí.
Y si traéis vuestro dios a la batalla le daremos el arma que prefiera.
Y si traéis vuestro  Estado a la lucha le cavaremos una buena trinchera.
Y si traéis vuestra resistencia, vuestro liberalismo o vuestra tierra a la pelea, les daremos un puesto de combate.
 Y si traéis vuestro trabajo, vuestro sexo o vuestro miedo a nuestras filas, pelearemos con ellos y por ellos.
Ya está bien.
Ya no hay tiempo ni fuerzas para seguir en pequeñas batallas, en muertas revoluciones, en sistemas agónicos. Para exigir pequeños egoísmos, para luchar tan sólo por lo nuestro en contra de lo de otros.
Ya no hay tiempo ni fuerzas que emplear  en los antiguos odios, en arcaicos orgullos, en ideas gastadas o en viejos enemigos.
Ahora somos todos o no somos ninguno.
Es tiempo de luchar, de pensar, de crear. Hacedlo con nosotros.
Y no escurráis el bulto, no me hagáis la pregunta.
¿Quiénes somos nosotros?
Somos todos vosotros.
Ya está bien.
Haceros el favor de no intentar fingir que no lo comprendéis.

viernes, agosto 10, 2012

Cáncer y finanzas según Gordon Gekko

"Estamos ante un sistema financiero en quiebra: es sistémico, es maligno y es global: Es como un cáncer
¿Y cómo se pretende curar el cáncer?
Aumentando los umbrales de dolor y de riesgo para poder volver a repetir el sistema: O sea recurriendo a la inconsciencia.
¿Cual es la definición de inconsciencia?
Es hacer lo mismo una y otra vez y esperar un resultado distinto.
Según eso, todos somos incoscientes, pero no lo somos al mismo tiempo. Y en base a  eso mantenemos la confianza en el sistema
Pero...¿puede perdurar este modo de vida si cada vez más y más gente es inconsciente al mismo tiempo?
Entonces la supuesta solución de la incosciencia se convierte también el algo sistémico. Como el mismo cáncer que pretendía curar".
Esta es la ficción que explica la realidad.
Wall Street 2
Oliver Stone.

lunes, agosto 06, 2012

Dime qué puedo hacer por ti -aunque ya lo sé-.

Seis millones de parados. Agujeros financieros del tamaño de un Maelstrom que succionan educación, sanidad, empleo, futuro...
Recortes que nos dejan la espalda sin cobertura, ajustes que dejan los flancos sin protección, que hacen avanzar la vanguardia sin horizonte y que abandonan la retaguardia sin defensa.
Mercados que apuestan con nuestro presente, que arriesgan con nuestro futuro; inversores que ganan con nuestras pérdidas, financieros que pierden con nuestro dinero, entidades que trafican con nuestras necesidades, que comercian con nuestras vidas, que negocian con nuestras muertes.
Estrategas que diseñan tácticas suicidas que nos inmolan a nosotros para mantenerse a salvo; mandos que sacrifican posiciones que nunca defendieron dejando a la tropa al descubierto para cubrir sus puestos y sus rangos, operativos invisibles que ponen en marcha operaciones encubiertas que atacan lo que vemos por mantener el secreto de lo que ellos esconden.
El Estado está en guerra y la ha perdido. 
La ha perdido contra los mercados, la ha perdido contra los gobernantes, la ha perdido contra los especuladores, contra los políticos, contra los financieros, contra los corruptos...
La ha perdido en todos los frentes y en todos los flancos, en todas las vanguardias y en todas las retaguardias.
La ha perdido contra el seiscientos de nuestros abuelos, contra el apartamento en la playa de nuestros padres, contra el spa y el fin de semana pasional de nosotros mismos. La ha perdido contra las rebajas, contra los caprichos, contra los excesos, contra los me gusta en las redes sociales, contra los televisores de plasma, los Smartphone y los modelos de marca.
Ha perdido su batalla contra las ballenas salvadas, contra los niños apadrinados, contra la caridad dominical, contra la capa de ozono, contra la jungla amazónica, contra la solidaridad sin riesgo, contra la caridad sin justicia, contra el sindicalismo de mesa y mantel.
El Estado ha perdido su guerra contra los rezos, contra las quejas a escondidas, contra las protestas sin apoyo, contra las puñaladas por la espalda, contra los cadáveres en el armario, contra los chaqueteros, los pelotas, las aduladoras, los ascensos inmerecidos, los favores sexuales...
Contra las falsas desgravaciones, contra los cobros en negro, contra las facturas engordadas, contra las cuentas suizas, contra los créditos falseados, contra las tasaciones engrandecidas, contra las adjudicaciones a dedo, contra los contratos falsificados, contra las empresas fantasma, contra las indemnizaciones irregulares, contra las ayudas inmerecidas, contra los empleados comedidos y los empresarios incontinentes.
El Estado ha sido derrotado por los ataques sangrientos de muchos de ellos y las retiradas cobardes de todos nosotros.
Somos la primera generación desde La Bastilla que no puede pedirle, exigirle, rogarle o suplicarle nada al Estado.
Porque el Estado, aunque quisimos olvidarlo, somos nosotros mismos y estamos siendo derrotados.
Así que ahora sólo podemos pedirle una cosa al Estado. Pedirle que nos diga, ahora que no podemos exigirle que haga nada por ninguno de nosotros, qué quiere que hagamos nosotros por él. Que quiere que hagamos por nosotros.
Pero eso lo sabemos. Cada uno en lo nuestro, lo sabemos.
Podemos dejar que el Estado, macilento y exánime, rendido y acosado, sea rescatado por el mismo dinero nuestro de siempre para ponerlo en las manos de los mismos que ya lo han derrotado o podemos, por primera vez desde La Bastilla, desde Cádiz, desde Bolivar, desde Saint Simon, desde..., lanzarnos al rescate con nuestras propias manos, con nuestras propias vidas, con nuestros propios riesgos.
Y podemos no hacerlo y seguir a lo nuestro.
Y ya nunca podremos pedir, exigir o demandar nada del Estado aunque este sobreviva.
No lo mereceremos.

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