viernes, abril 04, 2014

Y una multa de tráfico desnuda a Esperanza Aguirre

Lo malo que tiene el pasado es que nunca lo puedes borrar.
Este comienzo que también lo es de la canción de Café Quijano viene hoy a colación más que cualquier otro día en una jornada que está marcada por muchas cosas pero que probablemente pasará a los anales de la historia del ridículo político de este país -que ya ocupa varios volúmenes de considerables proporciones- por lo podría darse en llamar el Incidente Aguirre.
La falsamente retirada de la política ejecutiva, Esperanza Aguirre, se sube en su coche y se da a la fuga mientras unos agentes de movilidad la están multando por aparcar en el carril bus de la Gran Vía madrileña. En la huida arrolla una moto, genera  lesiones a un agente según denuncia este y monta un cisco mediático del tamaño de un continente pequeño. 
Pero lo más importante de todo este embrollo es que manda al limbo toda una carrera política o, para ser más exactos, todas las cortinas de humo en las que basaba gran parte de su carrera política.
Porque ella, que apoyaba sin crítica alguna las acciones policiales ejercidas contra otros, contra manifestantes o simples ciudadanos descontentos, ahora resulta que cuando esas acciones son ejercidas contra ella no está de acuerdo y hasta las considera ilegales.
“Después de que hiciera todos los trámites, y me devolviera la documentación, le he preguntado al agente si me iba a quitar la multa, o qué. Me ha dicho que no, y entonces le he dicho “pues me voy”, se defiende la ínclita Esperanza.
O sea, que hay que apoyar a la policía cuando retiene durante 72 horas en comisaría a Alfón sin cargo alguno, pero no hay que hacerla caso cuando un agente le dice a ella, presidenta y "lideresa" del Partido Popular Madrileño que no puede marcharse; hay que defender las actuaciones de la policía cuando carga contra profesores o profesionales sanitarios en sus manifestaciones pero no hay que quedarse en el sitio cuando le dicen a Tita Espe que no puede marcharse.
Atrás en el recuerdo quedan esos desfiles de la policía municipal frente a ella. Guardadas en el cajón de los recuerdos impropios todos esos halagos que les dedicó cuando eran "su" policía o los intentos de crearse una policía propia cuando era presidenta de la Comunidad de Madrid
Así que toda esa maraña de afirmaciones, de declaraciones grandilocuentes, de discursos e imprecaciones tejida a lo largo de años de ejercicio político en las que supuestamente consideraba a la policía como la garante de la democracia en contra de los violentos, los delincuentes y los desestabilizadores desparecen como el humo en cuanto la policía decide tratarla como trata a todos los demás ciudadanos para bien o para mal.
Y el supuesto carácter democrático de Esperanza Aguirre sigue deshaciéndose como un azucarillo en aguardiente cuando la dama del eterno Chanel sigue desgranando sus explicaciones: "Me ha explicado (el policía) que no podía irme y he decidido que eso era una retención ilegal así que me he marchado”.
Después de mi, el diluvio. O, en términos políticos "L'État, c'est moi", que diría el monarca absoluto francés.
Resulta que, como no tenemos jueces en España, ella puede decidir que eso es una retención ilegal y marcharse. Alfón, los detenidos de Ocupa el Congreso o los de las Marchas de la Dignidad no pueden, pero ella sí. Resulta que como no hay fiscales, abogados y tribunales competentes sobre ella recae la potestad de decidir si una retención es ilegal o no.
A lo mejor es que en su senectud empieza a creer que sus democráticas propuestas de eliminar el Tribunal Constitucional o el Supremo fueron llevadas a efecto o a lo mejor es que cree que el concepto de resistencia a la autoridad por el que se pretende juzgar ahora a los detenidos de las Marchas de la Dignidad solo se aplica a personas con pasamontañas y mochilas y no abuelas conservadoras que se dan a la fuga.
Y el supuesto talante democrático de Tita Espe sigue arrastrándose por el lodo de su verdadera forma de ver el poder y el gobierno en este incidente baladí que es síntoma y reflejo de otras muchas cosas.
“Lo que pasa es que el coche que tengo ahora es muy largo, para llevar a mis nietos, y le ha dado sin querer a una moto y la he tirado, pero sin darle a nadie. Eran seis policías pero ninguno estaba subido en esa moto”, explica la multada líder del PP madrileño.
¡Ole sus gónadas internas!
Si alguien tira una papelera hay que multarle, si alguien pide en la calle hay que multarle, no digamos ya si quema un contenedor -que eso es más que lógico- o si rompe un escaparate. De hecho, ella ha llegado a defender eso como actos de "terrorismo social"
Pero que ella arrolle una propiedad pública en una huida ilegal no debe tenerse en cuenta, no debe considerarse ni siquiera una falta. Es culpa del coche, es culpa de los policías, es culpa del tráfico. En definitiva, es culpa del perverso sistema que le ha retirado el coche oficial por el poco plausible motivo de no ejercer ya la Presidencia de la Comunidad de Madrid.
Atrás, enterrados en sus discursos electorales, quedaron los párrafos en los que defendía la condición de inviolable del mobiliario público, olvidadas las arengas en las que ponía como valor fundamental el respeto del orden y de la autoridad.
Claro, como resulta que ahora ella ya no es la autoridad.
“Lo que pasa es que me estaban reteniendo para buscar una foto. Confiaban en que alguien de la calle, en plena plaza de Callao, hiciera una foto y así pudieran tenerla todos los medios para montar lío. Y por eso me he ido, para evitar que tuvieran esa foto”,  continua la procelosa Aguirre.
¡Acabáramos!
Lo que importa es la foto. Yo, Esperanza Aguirre -que no cualquier otro- tengo derecho a que nadie me fotografía, retrate o grabe en una situación que yo misma he provocado con una infracción de tráfico porque sino mi imagen de política sin mácula, defensora del orden y de la ley, puede irse a tomar por donde amargan los pepinos.
Se olvida de los circos mediáticos y convocatorias de los gobiernos de su partido para que los medios captaran en directo detenciones policiales de etarras, pasa por alto los montajes para que justo en el momento de la conexión los antidisturbios estuvieran corriendo a porrazos por Cibeles a los manifestantes. Esas fotos si pueden apañarse, pero con ella de protagonista no. Ella tiene derechos.
Debe ser que los padres de La Constitución Española y los redactores de la Declaración Universal de Derechos se olvidaron de colocar ese corolario que protegiera a Esperanza Aguirre de miradas indiscretas y públicas, cuando incumple la ley, se salta la autoridad a la torera y además huye a toda prisa por la Gran Vía de un coche de policía municipal. Aunque eso tampoco tiene que ser tenido en cuenta porque "ha sido solo un momento porque mi casa está al lado".
Pero tampoco hay que extrañarse. No es la primera vez que se da a la fuga tras cometer un delito. Se marchó del ayuntamiento dejando un agujero financiero de considerables proporciones. Y abandonó a toda prisa y por la puerta de atrás la presidencia de la Comunidad de Madrid cuando vio que todos los trapicheos realizados por sus adláteres iban a terminar salpicándola. Lo que es de extrañar es que los agentes no la hayan detenido por reincidente.
En resumen, que algo que podría no haber pasado de ser una anécdota se ha convertido en el crisol en el que se refleja el auténtico carácter que ha estado mucho años creyendo que nos engañaba sin conseguirlo.
Alguien que considera que el poder y los privilegios son inherentes a su persona, tenga cargo o no; que piensa que la ley no se le puede aplicar porque forma parte de un elite que tiene derecho a hacer lo que le da la gana, a usar a los policías como una guardia de corps cuando le viene bien pero no a respetarles cuando le causan un problema y a decidir lo que está bien y lo que está mal sin atender a lo que dicen leyes, decretos, ordenanzas, reglamentos cualquier conjunto de normas que se pueda consultar.
Cuando se tiene un pasado siempre se vuelve a él. Y cuanto más viejo eres, más fácil te resulta volver.
Eso es lo que le ha pasado a Esperanza Aguirre. Eso es lo que le ha hecho transformar un incidente de tráfico en un intento de ejercicio totalitarista del poder. 
De un poder que ya no tiene pero que sigue creyendo que le pertenece por el simple hecho de llamarse Esperanza Aguirre. Como le ocurriera en su tiempo al Rey Sol.

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