Mas allá de fórmulas matemáticas, más alla de definiciones científicas, la conclusión a la que llegas cuando te acercas a este concepto -tiempo de Planck, lo llaman- es que el tiempo puede plegarse y retorcerse de tal manera que es posible hacer coexistir muchos rangos de tiempo en el mismo espacio. Es decir que puedes juntar futuro con pasado y con presente. Y no sólo un pasado con un presente y con un futuro, sino con muchos de ellos a la vez.
Imaginarte eso tiende a marearte pero, aprovechándolo para mis disquisiciones, me ha hecho pensar que quizás, en modo subconsciente, nos hemos vuelto cuánticos.
Cierto es que tiene que ser en modo subconsciente. Dudo que, por ejemplo, el amigo Rajoy tenga a nivel consciente las estructuras del tiempo cuántico en su cabeza -el himno nacional y "el concepto de España" le ocupan demasiadas de sus pocas neuronas-, pero su insistencia en plegar el tiempo para volver a líneas temporales pretéritas o lograr futuros imposibles surgidos de pasados muertos y modificados le convierte casi en un político cuántico.
Pero hoy no voy a escribir del inefable Mariano. Él no es una excepción, es quizás un ejemplo jocoso, pero no una excepción. Todos nos hemos vuelto cuánticos.
Hemos puesto en la manipulación del tiempo nuestras esperanzas.
Muchos pretenden dar un salto en el vacío y eliminar su presente para aterrizar directamente en su futuro. Confían que el tiempo se pliegue a sus deseos, sus caprichos, sus necesidades e incluso sus justas reivindicaciones y que, de la noche a la mañana, sin esfuerzo por su parte, les arregle la vida. Confían en que la curvatura imposible del tiempo cuántico realice un vertiginoso giro y les lance al mejor de los futuros posibles con casa, coche, trabajo estable y bien remunerado, fiabilidad afectiva y todo lo necesario para que ese futuro cuántico se haga presente por arte de la magia de Planck.
Otros, mas consevadores quizás, menos aventureros, no se arriesgan con el futuro y se limitan a experimentar con el pasado. Crean burbujas de tiempo lento -algo posible en ese misterioso mundo de la física cuántica- y se encierran en ellas viendo pasar el mundo vertiginoso a su alrededor mientras ellos retrasan sus procesos vitales. Siguen en los espacios de su niñez, en los comportamientos de su adolecencia, en las carencias de su inmadurez esperando que ante sus ojos -y ante la puerta de la casa de sus padres, generalmente- desfile la secuencia de tiempo adecuada para iniciar esos procesos de maduración en las mejores de las condiciones posibles, sin riesgo, sin posibilidad de fracaso.
Unos y otros han puesto su esperanza en el tiempo, demorando o acelerando sus vidas en un intento cuántico de hacer que el pasado o el futuro sirva a sus necesidades presentes.
Los que aún vivimos en el viejo tiempo relativista, donde el viaje al pasado genera paradojas y el viaje al futuro es completamente lineal y se realiza a la exigua velocidad infralumínica de un día cada día, no podemos aclimatarnos a esos nuevos procesos de los subconscientes herederos de Planck. Nosotros solo disponemos de la acción.
La acción consume tiempo, eso es cierto, pero esa exigencia de actividad hace que el tiempo sea sólo algo secundario a la hora de conseguir los logros, los deseos y las metas. Los viejos carcameles del tiempo relativista no podemos esperar a que el tiempo solucione las cosas en ninguno de nuestros ámbitos vitales. Tenemos que hacer algo para que el tiempo nos ayude. Si no lo hacemos, sabemos que no sucede nada.
Así que, para nosotros la espera es una condena y la aceleración un desperdicio. No formamos parte de la nueva sociedad cuántica.
No hay esperanza para nosotros. No podemos escapar y no podemos esperar. Einstein ha muerto asesinado por Planck y a nosotros sólo nos queda la esperanza de que los cuánticos salgan de sus juegos con el tiempo y actúen para lograr aquello que dicen desear.
También podemos dejar de leer libros raros. Esa es otra opción.
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