Desde hoy, el miedo no es huir. Es perseguir a alguien enarbolando un cuchillo hasta conseguir herirle en el pecho y el vientre.
Desde hoy, el terror no es buscar un teléfono para pedir auxilio y acabar con aquello que tanto te ha asustado. Es patear la puerta tras la que se esconde quien te produce miedo para arrancar el móvil de sus manos y que no avise a nadie.
Desde hoy, el pavor no es buscar la salida cuando tienes acceso a la puerta que te aleja de aquello que te ha aterrorizado. Es asestarle treinta y tres puñaladas cuando escapa de ti, cuando huye, se refugia. Cuando su pánico está desmitiendo a gritos el motivo del tuyo.
Desde hoy, el espanto no es escapar antes de que llegue el compañero de aquellos que te asustan. El miedo es esperarle y recibirle con tantas cuchilladas como tuvo el primero. El miedo es rematarle de espaldas, yaciendo desangrado, abortando de nuevo, al igual que con el primer causante de tu miedo, su intento de ponerse a cubierto.
Desde hoy, el pánico no es el temblor, sin control y aterido, cuando todo se acaba. El miedo es la ducha paciente que elimina las pruebas. Es la espera tranquila y alevosa, sin avisar a nadie, hasta que llega el alba.
Desde hoy, el miedo no es la fuga confusa del lugar de los hechos. Es la preparación pausada de un escenario propio. Es buscar cinco focos que acaben en incendio. Es rodear los cuerpos de calor a proposito. Es encender el gas para que todo arda. Es quemar previsor las pruebas de tu miedo.
Desde hoy, el horror no es esconderse solo para evitar el daño. Es buscar sin alarma una triste maleta y rapiñar la casa, llevarse lo que vale, buscar entre los muertos que tu miedo ha matado y cargarlo a los hombros mientras la pira que tu miedo ha encendido se eleva hacia lo alto.
Desde hoy el miedo, el miedo insuperable, no bloquea, no aterra, no hace sufrir a aquel que lo siente y padece. Desde hoy, ese miedo te permite matar a dos hombres asestando sobre ellos mas de una cincuentena de tajos de cuchillo. Te permite abandonar impune la sala de la Audiencia de Vigo. Y salir sin castigo y salir perdonado y absuelto por las nueves personas que forman tu jurado.
Desde hoy, el miedo ya no es libre. Es tan sólo asesino.
Desde hoy hasta que alguien comprenda que el arrepentimiento no te exime del culpa.
Hasta que alguien nos enseñe que "ser como se es" no es ningún eximente.
Hasta que alguien les recuerde a las siete mujeres que están en el jurado que el único distingo entre ellas y las víctimas muertas es que no eran mujeres.
Hasta que alguien le indique al dueto de hombres que forman el jurado que la única distancia entre ellos y las víctimas muertas es que no eran heteros.
Hasta que alguien les diga a jurados y juez que la gran diferencia entre el rechazo al gay que ellos puedan sentir y la aversión que ha sentido aquel que ha sido absuelto es, simple y llanamente, que él odio de este último terminó con dos muertes.
Hasta que alguien les haga comprender que las lágrimas falsas de un falso amedrentado no tienen contrapeso en la Audiencia de Vigo.
Pues los muertos, aunque hayan sido gays, han perdido hasta el llanto.
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