Las apariencias engañan. Y sobre todo cuando está la política de por medio. Livni parecía que quería la paz, Bermejo parecía inteligente, Chávez parecía reformador, Blair parecía laborista, Aznar parecía humano...
Pero, arrastrados quizás por el ansia esperanzada que nos suscita, miramos a Obama y vemos algo que no espareabamos ver en un político -y menos en un político estadounidense-. Parece lógico. Y eso es algo que asusta por desconocido.
Vemos sus presupuestos y nos damos cuenta qde que ha sobrepasado la lógica política -esa que no es lógica para nadie, pero que los políticos se empeñan en presentar como indiscutible- y se ha asentado con los pies sobre el montículo de la lógica de la abuela en el mercado: sobre la famosa y tristemente denostada cuenta de la vieja.
Para nosostros, que llegaremos a viejos haciendo esa cuenta con nuestros salarios y nuestras huipotecas, es la única cuenta plausible, la única lógica económica entendible y realizable. Pero claro, nosotros no somos Estados Unidos, el país que confía en dios pero rinde culto al librecambrismo.
Obama coje las agujas de hacer calceta, se sienta en la mecedora y se pone a echar cuentas. Como no quiero seguir en la Guerra en Irak me voy de Irak y con eso me ahorro 130.000 millones de dólares al año.
Pero las empresas del complejo militar indistrial pierden sus contratos, así que para compensar, destino una parte de ese ahorro a sufragar a empresas de otros sectores para que en lugar de llevarse la producción fuera del país, la realicen dentro y absorban el paro que generan las empresas militares cuando se dan cuenta de que se acabó eso de chupar indefinidamente de la teta del bombardeo y la invasión.
Barack Obama hace otra vuelta del revés en su calceta y sonrie habiendo encontrado la solución que siempre estuvo ahí. No la que se tomaba siempre aunque no estuviera, que era iniciar otra guerra por cualquier motivo poco plausible para mantener el ritmo de producción del complejo militar industrial.
La abuela Obama sigue meciéndose y aborda otro problema. Los niños se me ponen malos -si es que con tanto entrar y salir del país a pegar tiros no me extraña que les entren corrientes- y tengo que atenderlos a todos.
Así que, en lugar de restringir cada vez más los seguros médicos y contratar cada vez más empresas privadas que dan sservicios de salud mediocres a cambio de contratos millonarios, cojo el dinero que me ahorro y lo utilizo en garantizar la cobertura universal de salud.
No será hoy ni mañana, pero cuando tenga el dinero necesario ya no tendré que endeudarme con el sector privado para que atiendan a los niños que se me ponen malos y recuperaré el dinero que ahora me gasto. Que, ya puestos, tampoco es tanto porque una parte la he sacado del ocho por ciento que he reducido el presupuesto militar al irme de la guerra -si al final esto de no guerrear va a ser una buena idea-.
Algunos lo llamarían política a largo plazo, otros intervencionismo y otros sentido común de geriátrico un viernes por la tarde. Aguirre, nuestra Aguirre, moverá la cabeza con desaprovación. Ella es liberal, de las de siempre y no permite que el sentido común de la abuela -aunque esté más cerca por edad de ella que de Obama- le impida hacer unas buenas privatizaciones de hospitales.
Pero aún me falta dinero, piensa Obama en su mecedora -eso es lo que tienen en común Obama y las abuelas, siempre les falta dinero- y hago lo que toda abuela haría. Se lo pido a los hijos. No se lo pido al que curra en el pryca de reponedor, ni a la que trabaja de secretaria. Se lo pido al que me ha salido listo, al que hizo enpresariales en la Universidad y vive en su mansión de once habitaciones.
Entre mecida y mecida, Obama le baja las desgravaciones a los más ricos, les sube los impuestos, les anuncia un tipo máximo del 39 por ciento y luego abandona las agujas y la lana para colocar ese dinero en ayudas por parsona y familia para los que no llegan a fin de mes, en reservas para coberturas sanitarias y en incremento del gasto social.
Después, antes de levantarse para preparar una enjundiosa cena -con tarta de arándanos, como toda abuela americana que se precie-, le da unos milloncejos a los tíos -es decir, a los bancos, que para algo nos tratan como a primos- sólo para que cubran depósitos -que tu paga es tuya y si haces malos negocios con ella es tu problema, no de la abuela-, le reparte otro tanto a la mediana empresa y al comercio y aparca por ahora el ovillo y la labor.
Entre pitos y flautas, entre lanas y mecedoras, Obama se ha cargado aquello del no intervencionismo, del mercado puro, del potenciar la empresa y de no castigar al triunfador, que ha defendido durante dos siglos la economia estadounidense prácticamente sin excepciones.
Y todo el mundo entiende lo que hace no porque sea liberar o socialdemócrata -intervencionista, que en Estados Unidos no se puede ser socialista-, no porque sea proteccionista o librecambrista. Sino porque hace la cuenta de la vieja, porque aplica la lógica de la supervivencia económica racional a la que nosotros nos enfrentamos cada dia.
Porque coje lo que sobra y lo pone en lo que falta; porque ahorra en lo que es superfluo y lo gasta en lo que es necesario; porque coge de donde más hay y pone en donde menos queda.
Los presupuestos de Obama son entendibles porque renuncia a la economía política y hace la cuenta de la vieja que nos enseñó la abuela.
Porque los niños malos se quedán sin paga, los niños enfermos van al médico y los niños que más chuches tienen deben compartirlas con sus amiguitos, sus hermanos y sus vecinos.
Se entienden porque todos tenemos o hemos tenido abuela.
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