Podría hablar de los niños y jóvenes que viven infiernos - y eso es un insulto para los pagos por los que nos movemos los demonios- en lugares que, en teoría, están destinados a cuidarles y protegerles de entornos hostiles, pero parece ser que esos no importan, porque ni siquiera tienen derecho a un abogado. Así que cuando sean padres ya comerán huevos -si es que llegan y la crisis se lo permite-.
Podría hablar de como al gigante estadounidense le están creciendo los enanos, es decir, los paises suramericanos que nunca habian sido factor en ecuación alguna de la administración de Washington y que eran, como los jóvenes de los Centros de Atención en España: se supone que había que protegerles y ayudarles pero no que escucharles. Pero tampoco lo haré, al menos de momento.
Así que, aún a riesgo de no ser original -o ser inversamente original, como se dice ahora, que todo lo negativo es lenguaje políticamente incorrecto-, hablaré de Obama.
El hombre de los sueños y las esperanzas ha dilapidado en dos semanas las ilusiones de un país al que le resulta difícil ilusionarse siempre y cuando sus marines no estén desfilando tremolando la bandera a rayas por algún lugar del mundo.
Aunque, para ser justos, habría que decir que Estados Unidos ha dilapidado en un par de semanas la confianza que Obama había puesto en ellos.
No es que el individuo en cuestión haya enviado tropas a Irak o haya incumplido alguna de sus promesas de forma flagrante o negligente. Es que se ha dejado atrapar por los dos síntomas más antiguos del más puro estilo puritano que, desde siempre, ha regido las idas y venidas de la política en la metrópoli del imperio estadounidense.
Obama prometió una nueva ética en su gobierno, pero se ha dejado atrapar por la antigua. Aterrorizado probablemente por el hecho de que el líder republicano también ha cambiado de color de la noche a la mañana y es tan negro como él -sino más-, ha vuelto a dirigir la vista a la ética tradiconal de la política.
Ha permitido que 600 euros le dejen si Secretaria -el equivalente a ministra- de Presupuestos, y que 1.500 le dejen si Seretario de Salud, cayendo en la trampa más vieja de los herederos de Quincy Adams o Geroge Washington: cuestionar la ética personal cuando no se puede cuestionar la ética de las acciones públicas.
Han bastado dos semanas para que Obama sucumba al truco más viejo del mundo -por lo menos en Estados Unidos-. Resulta obvio que nadie va a hacer caso al aparato rapúblicano -por mucho que haya puesto un negro en su cabecera- cuando diga que no se tiene que ampliar la cobertura sanitaria, ahora que el número de parados crece sin cesar. Parece evidente que la gente que ha votado a Obama va a enviar a la sede republicana una corona de flores en honor del moribundo -sino absolutamente yacente- librecambrismo cuando diga que la iniciativa privada es sacrosanta y que ella debe cubrir la sanidad. Se antoja meridiano que no van a ganar votos diciendo que los buenos americanos se pagan su seguro médico y que la sanidad pública sólo sirve para atender a vagos y maleantes.
De modo que la solución es cuestionar la ética de aquel al que Obama ha puesto al frente de esa reforma sanitaria, en el deseperado intento de que la apariencia de incorrección pueda salpicar a la reforma en si misma y las mentes estadounidenses -tendentes al maniqueismo por sencillo y fácil de digerir- perciban que si el reformador no es ético, la reforma tampoco lo es.
Lo mismo pasa con la Secretaria de Presupuestos. Como los lobbies armamentísticos y militares que mantienen al partido republicano ven peligrar sus contratos millonarios y su influencia política, si se reducen las partidas presupuestarias destinadas a defensa -algo que ya estaba anunciado-, lo mejor es cuestionar la ética de alguien que olvido pagar 600 euros -dólar más dólar menos, al cambio- al distrito de Columbia por unos gastos de contratacion que ni siquiera le fueron comunicados cuando se llevó a cabo la contratación.
Y Obama ha tragado y ha caído en la trampa del Mayflower. En la trampa del puritanismo a ultranza que no discute las políticas sino a los políticos, que no cuestiona las éticas nacionales sino las éticas privadas. Que no hace política sino religión y moral con sus líderes.
Pero eso no es todo. Obama ha metido el pie en otro cepo de trampero de la tradicional forma de hacer las cosas en su país.
Cierto es que tiene una nación ahogada económicamente -como todos los demás países- ; cierto es que tiene que artícular medidas que su población comprenda -aunque eso no implica que les gusten- y cierto es también que la mayoría de la población es bastante estrecha de miras en lo que a la economía se refiere -como ocurre también en la mayoría de los Estados del planeta-.
Pero Obama se ha dejado arrastrar por todas esas certezas y ha se ha arrojado a otro lugar cumún puritano. El mismo que originó el moribundo sistema que ahora da sus extertores postmortem: el proteccionismo.
Y lanza la campaña más manida de "compre estadounidense" para reactivar la económia. Haciendo babear de emoción a los más ultranacionalistas del puritanismo económico estadounidense y dejando boquiabiertos a los europeos, los canadienses y prácticamente todo el globo, que creía superada desde hace años esa herencia del Mayflower, que hace volverse sólo hacia dentro cuando las cosas van mal y culpar a los demás de lo que nos ocurre.
Porque esa es en realidad la encerrona a la que ese sentido puritano de lo político y lo económico aboca a los Estados Unidos. Después de que hasta Bush se bajara el kimono y se fuera a hacerle el rendibú a China para que abra los mercados, Obama lanza una campaña que amenaza con cerrarlos de nuevo; que amenaza con condenar a la autarquía a un Estados Unidos que verá cancelado el mercado canadiense, chino, japonés y europeo si esos países hacen lo mismo.
La solución que plantea Obama es que todos junten las manos de espaldas al mar, mientras la nave que les ha traido al exilio se hunde, y juren ante su dios que nada les separará ni les hará perder la fe. El puritanismo en estado puro y duro.
Así que, en dos semanas, Obama se ha dado cuenta de que su nueva ética no sirve para cambiar la antigua y se ha tenido que conformar con elevar el listón de la ética puritana de la política que rige su país. Y el mundo se ha dado cuenta de que, cuando aprieta la necesidad, hasta Obama recurre a la autarquía orgullosa que siempre ha sido la marca de identidad de la economía puritana estadounidense.Se mire por donde se mire, es un desperdicio.
Aunque el César sigue pareciendo un buen hombre
No hay comentarios:
Publicar un comentario