Dicen los que se encargan de contarnos cosas que no han visto que cuando los galos de Vecigetorix cargaron contra las legiones romanas se sorprendieron de ver que no había romanos. Primero se encontraban los auxiliares germanos que vociferaban tanto o más que ellos, en los flancos del ejercito latino había caballeria vestida de romano pero de rasgos galos y sármatas y sólo detrás, a lo lejos, estaban los auténticos romanos organizados en sus cuadradas cohortes.
Una sorpresa que seguro no sería nada comparada con la que se llevaría cualquier insurgente irakí si, después de hacer volar un convoy del ejército estadounidense, se quedara para ver los cadáveres -cosa que, evidentemente, no hacen porque les importa un carajo-. Descubrir que has matado un ugandés cuando luchas contra el imperialismo yankie puede ser sorpresivo.
Y eso es lo que descubriría en muchos de los casos -ugandés o surafricano o congoleño o colombiano o incluso malayo- Eso es lo que ha descubierto Obama y contra lo que ahora tiene que luchar.
Siempre se ha hablado de la guerra como negocio. Siempre se ha utilizado al complejo militar industrial para comprender la sed de guerra que padecen, una tras otra, las administraciones estadounidenses. Pero con la guerra de Irak ha alcanzado proporciones imperiales -por lo de Roma, se entiende-.
Obama decide marcharse de Irak y descubre que al hacerlo acentúa la crisis ecónomica de su país. No lo hace porque el petroleo se le vaya a encarecer o porque twenga que recolocar a 130.000 veteranos en la vida civil -¿que son 130.000 parados más cuando se tienen 40 millones?.
Lo hace porque sus empresas dejan de ganar dinero. Lo hace porque George W. Bush no sólo resucitó el fantasma del complejo militar industrial, sino que lo elevó a categoría de espectro.
Era la panacea. Privatizó la guerra. Así las bajas eran de uganeses o surafricanos que luchaban por dinero dentro de ejércitos privados y a cuyas madres no tenía que enviar telegramas de pésame cuando morían y sobre cuyas bajas la ley no le obligaba a informar a la prensa. Era mejor enviar a profesionales que poner en riesgo a nuestros chicos. Por muy marines que sean.
Y demás cuando la guerra acabe y la ganemos -debió pensar entre snack atorador y snack atorador- estos mercenarios no vuelven a casa sin empleo, con ataques de stress postraumáticos ni indetectables síndromes de la Guerra del Golfo I y II -como en una secuela cinematográfica-. Se van a otra guerra y santas pascuas.
Todo eso hay que pagarlo, es cierto, pero a los americnos -los americanos de Bush, se entiende- no les importa soltar millones para defender su honor patrio. Arriesgar sus vidas, quizás sí. Pero soltar millones no.
Y funcionó hasta que el poco original tejano perdió la presidencia.
Ahora Obama dice que no. Que se va de Irak.
Y el esperanzado Obama, el mismo que tiene que hacerse con el 40 por ciento de Citybank a golpe de fondo federal para que no quiebre, el mismo que está soltando dinero a expuertas para ayudar a banscos y empresas automobilísticas, el mismo que ve como el presupuesto se escapa de sus manos en un intento de contener los extertores espasmódicos de un sistema económico muerto, contempla como, con su etica decisión de abandonar Irak, la industria estadounidense pierde 100.000 millones de dólares. Los mismos que Bush se había gastado en conseguir que su guerra fuera privada -como buen liberal, la iniciativa privada ante todo-.
Barack Obama se enfrenta a cientos de empresas que se quedan sin contratos desde para llevar mercenarios a la zona, hasta para fabricar transportes, impedimenta, uniformes, depuradoras de agua, minipasteles de manzana envasados al vacío o redes seguras que conecten por PDA a los marines con sus familias.
La ética de Obama acentúa la crisis que prometió evitar y el aparato militar industrial de su país comienza a mirarle con el mismo recelo que ya mirara a otro presidente que quiso parar una guerra en el sudeste asiático.
Estados Unidos podría compremeterse con la reconstrucción de Irak y así conseguir contratos civiles para sus empresas. Pero no le dejan. Los Irakies prefieren que franceses y alemanes -que no les invadieron- se dediquen a reconstruirles, así que por ese lado no hay equilibrio.
Obama compensa -un poco, al menos- con su nuevo impulso a la tarea civil en Afganistán, pero eso al aparato industrial militar le deja frío.
No hacen falta herlicópteros armados para construir hospitales, no se precisan vehículos acorazados para construir carreteras, nadie se imagina a un mercenario ugandes atrevasando medio mundo con su m-60 al hombro y sus granadas de fósforo al pecho para trabajar de peón en una obra civil. Así que el complejo militar indistrial no deja de estar al borde del colapso.
De repente, los que se estaban llenando los bolsillos, cobrando 1.200 dólares diarios por mercenario y pagando a los congoleños y ugandeses 30 pavos al día, dejan de hacerlo, sus empresas dejan de florecer y todos los estadounidenses que dependen directa o indirectamente de ese entramado militar -uno de cada seis- ven llegar la crisis a llamar a sus puertas. Con ariete militar, himno patrio y desfile marcial, eso sí.
Como en otras muchas cosas, las arcaicas estrategias de Bush, que ya eran arcaicas en la Edad Media -y sino que se lo pregunten a Eduardo I de Inglaterra, cuando envió a los irlandeses a pelear contra los escoceses y estos hicieron demasiadas buenas migas en contra, como no, de los ingleses- le crean ahora quebraderos de cabeza a Obama, porque deja sin auxiliares prescindibles a su ejército y sin ocupación y buena vida a su complejo militar industrial.
Y eso ya se ha demostrado peligroso en el pasado.
En Roma, en Inglaterra y en Dallas, Texas.
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