Yo no soy de los que se fijan mucho en los pies. En tacones y botas femeninas, tal vez, pero en pies no tanto.Quizás a esa carencia es a la que se deba mi sorpresa sobre la nueva modalidad de conocimiento con la que hoy me he desayunado apenas he echado pie a tierra -si es que me persigue la referencia-.
Había oído hablar de esa, extraña para mi, constumbre adorativa llamada fetichismo del pie, habia escuchado sobe masajes del o con los pies -no se incluye en le primer concepto. O, al menos, eso creo-, había tenido referencias de acupuntura del pie y cirugía del pie. Pero, hasta hoy, nadie había abordado mi intelecto con algo tan sorprendentemente llamativo como la jurisprudencia del pie.
A lo mejor es normal, pero pareciera que la obsesión repentina por los pies de los tribunales en varios puntos cardinales del globo se halla más relacionada con aquello del fetichismo que con lo más científico de la podología.
Pues bien, a un tipo le van a juzgar en Irak -lo cual ya es sospecho per se en un país en el que las cosas llevan dirimiéndose a tiros desde hace unos cuantos lustros- Y le van a juzgar por agredir a un jefe de Estado.
Cuando uno escucha eso, imagina a un energúmeno armado intentando acelerar el tránsisto estigio de un, no necesariamente heroíco, mandatario que pone pies en polvorosa -si es que no me libro de ellos- para esonderse tras los musculados torsos de sus escoltas.
Pues no es es caso. En Irak van a juzgar a un individuo por arrojarle los zapatos al, ya cesante, ex líder del mundo libre, George. W. Bush. Lo cual no está exento de una cierta lógica formal y material y justicia poética. Un líder ridículo merece una agresión ridícula.
Mientras, en esta nuestra España menos magnicida en general, comienza el juicio contra un pie. En este caso, un pie que metido en una zapatilla, impacto repetidamente contra el cuerpo y el rostro de una muchacha que viajaba tranquilamente en el metro de Barcelona.
Pero lo que mas me llama la atención de esta repentina judicialización del pie es que para el individuo que no soportó al mandatario y le arrojó su propio calzado se puede pedir una condena de hasta 15 años y para el chico de la patada en la cara en pleno transporte público se solicitan 20 meses -los más rádicales, tres años- de condena.
Y eso es lo que me desconcierta de esta nueva jurisprudencia del pie que parece invadir las salas de justicia alrededor del mundo.
O sea que el individuo en cuestión -a la sazón periodista- puede ir 15 años a una cárcel Irakí -lo cual, hoy por hoy, puede significar estar en uno de los sitios más seguros del país- por tirarle los zapatos a Bush. No encuentro otra explicación para ese desmesurado posible castigo que la aplicación de agravantes desconocidos.
El primero que se me ocurre es el fallo en el intento. En un país en el que a la hora de agredir y matar se acierta con tanta frecuencia, fallar en un intento debe ser casi un pecado. Otro que se me ocurre es un incremento de la condena por falta de punteria. Porque para un pueblo que desciende de jinetes capaces de acertar desde un caballo al galope a un legionario romano a la fuga -y de esos vieron muchos antaño por esas tierras-, la falta de puntería tiene que ser un agravante del delito. Quizás sea por reiteración. No olvidemos que le arrojo dos zapatos y eso es sin duda reincidencia -sino premeditación, planificación y dolo, que nunca se sabe con los señores magistrados irakies-.
Pero entonces no me cuadra lo de los 20 meses solicitados para el jovencito -borracho y pastillero confeso y convicto- y su agresión podologica en el metro catalán. Tiene que ser por los atenuantes.
El primero que se me ocurre es que puso en riesgo su integridad física para dar la patada. No olvidemos que en este caso el zapato -o deportiva brillante y dorada de moda poligonera- llevaba aparejado un pie. Y claro, arriesgar tu integridad debe ser premiado. Es posible que eso explique también algunas sentencias exculpatorias de polícias que la emprendieron a patadas con detenidos y transeuntes en el país del líder rídiculo que sufrió el ataque ridículo. Los agentes -al igual que el incomprendido adolescente- pusieron en peligro su integridad física y eso debe ser recompensado.
Pero no debe ser eso. Porque el jovenzuelo se empeña en decir una y otra vez que él nunca ha tenido sentimientos racistas contra nadie. Así que la nueva y fulgurante jurisprudencia del pie debe basarse en el racismo. Ya tengo algo claro.
Lo que no me queda nada claro en todo este nuevo entramado legal, que aflora desde nuestras zonas plantares, si las declaraciones de este peculiar elemento suponen que una patada en la cara, en el pecho o en las entrañas tiene que doler menos si quien que te la propina lo hace sin sentimientos racistas o que él personnalmente reparte puntapies a disetro y siniestro sin distingo alguno de la raza o nacionalidad del receptor.
Y tampoco ayuda mucho a establecer un verdadero cuerpo legal del pie el hecho de que haya gente que defienda que un argetino que ve la patada en el metro y no interviene tiene parte de responsabilidad en el hecho.
Ahora resulta que el compartir condición de inmigrante con alguien en otro país te hace responsable de las patadas que reciba y te obliga a intenar evitarlas -a los inmigrantes si. A los españoles no. La integridad física de los españoles es sacrosanta y su valor se da por supuesto, como en la mili, aunque nadie mueva un pestaña en casos similares e incluso más sangrantes-.
Así que preparaos Sergios Ramos y Pujoles porque, como la inmigración española reaccione al unísono para defender a los pateados de este país, cada vez que Messi o Higuaín salgan al campo vosotros os enfrentareís a un linchanmiento al final del partido.
Este nuevo cuerpo doctrinal de la jurisprudencia del pie se me escapa. Puedo entender que quieran castigar a alguien por despreciar un bien escaso en Irak intentando agredir a quien ya tiene suficiente agresión con mirarse al espejo cada día entre resaca y resaca, muestra de incultura y muestra de incultura y galletita y galletita.
Pero no puedo entender que ese acto símbolico e inofensivo a la postre pueda ser castigado de otra forma que con una amonestación y una multa que es lo que, me temo, al final se llevará aquel que utilizó calzado, pie, droga, odio y estupidez, para agredir a alguien que ni siquiera le había dirigido una mala mirada.
En fin, la jurisprudencia del pie, está dando sus primeros pasos.
En fin, la jurisprudencia del pie, está dando sus primeros pasos.
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