Los hay que se mudan de una acusación a otra de forma directa y sin pasar por la casilla de salida. Y ese es el riesgo que está corriendo José Luis Rodriguéz Zapatero y su gobierno con el asunto del procesamiento de la cúpula militar israéli a cargo del Juez Andreú, en su intento de aseinar a Salah Shehadeh, en 2002 y que acabó con 13 personas e hirió a 150 más.
Zapatero y Moratinos, su ministro de exteriores, han mudado la faz de defensores de la justicia universal en unos segundos para transformarle en el rostro de lo políticamente correcto de los que contemporizan con aquellos con los que vale la pena contemporizar.
Zapatero y Moratinos, su ministro de exteriores, han mudado la faz de defensores de la justicia universal en unos segundos para transformarle en el rostro de lo políticamente correcto de los que contemporizan con aquellos con los que vale la pena contemporizar.
Se inició un proceso sobre Guantánamo y Rice y Bush se hartaron de protestar, pero no importaba. Es políticamente correcto ser antiamericano -¡si la mitad de su población lo es de uno u otro modo!-, así que nadie les hizo caso; se han iniciado procesos por las matanzas en Burundi y en Congo y nadie ha protestado porque a los que siguen matando no les preocupa y a los que están muertos, lamentablemente, tampoco.
En ESpaña se han iniciado procesos contra la dictadura argentina y contra el dictador chileno y, pese al caudal de quejas de los entornos de los dictadores, nadie dio un paso atrás. Al fin y al cabo, había muchos más que defendían que pasaran -con sus achaques y sus senatorias vitalicias- por los banquillos y por la cárcel. O incluso por el patíbulo, algunos de ellos.
Pero basta una llamada de la diplomacia israelí para que José Luís Rodriguez Zapatero y su ministro -a la sazón, el nuestro- prometa, ya que no puede paralizar el juicio iniciado por Andreu, que eso no volvera ocurrir.
Lo cual se antoja peligroso. En la medida en la que un miembro, el principal miembro, de la diplomacia española promete una flagrante ingerencia en un poder en el que no le corresponde ingerencia alguna para garantizar a un país extranjero impunidad. Suena faltal, si se mira atentamente.
Y todo ello ¿por qué motivo?
No puede ser por la importancia del aliado. Estratégicamente, es mucho más importante Estados Unidos y se le desafió abiertamente retirándo el apoyo a su campaña militar en Irak y sentando en el banquillo a algunos de los responsables de Guantánamo -figuradamente, porque nunca pusieron el pie en España- sin pestañear siquiera.
Tampoco es plausible que es porque se trata de un caso en el que Israel tiene razón. Porque asesinar a 13 personas y herir a otras 15o para matar a un individuo al que tampoco tienes derecho a matar, en un territorio que no pertenece no parece un argumento legal muy sólido. Y menos cuando te dedicas a fotografiarte con kefires en plena campaña electoral -a lo que, por otro lado, tienes todo el derecho del mundo-.
Así que, descartados el poder y la razón, sólo nos queda el tradicional concepto de la oportunidad, es decir, de lo políticamente correcto.
A Zapatero no le importa que le acusen de antiamericano porque, al fin y al cabo, todo gobernante europeo ha recibido esa acusación y viste mucho. Tampoco le importa de que le acusen de anticlerical porque, efectivamente, lo es y tiene derecho a serlo.
Pero tiembla -en lo que a la imagen pública se refiere- cuando alguien tremola el fantasma del antisemitismo. Eso no es políticamente correcto, eso lo son los obispos reclacitrantes y los neonazis; eso lo son las milicias blancas de Wisconsin y la ultraderecha italiana. El gobierno español no puede ser tachado de antisemita.
Da igual que la acusación sea tan espúrea como incoherente; da igual si proviene de alguien que acaba de prometer en sus elecciones sin pestañear que matará a mas palestinos por cada hebreo muerto de lo que hizo su antecesor. Lo que hay que evitar a cualquier precio es que el gobierno español sea llamado antisemita. Aunque todos sabemos que no lo es.
Y eso resulta preocupante, además de por lo que de impunidad confiere a Israel, en contra de los principios de justicia universal que hasta ahora defendía el gobierno y el partido de Rodríguez Zapatero, porque pone en tela de juicio las motivaciones que haya podido tener para mantener abiertos otros procesos de la Audiencia Nacional, basados en idéntico principio.
A lo mejor su forma de ganar prestigio internacional es esa y sustituye las fotos en las Azores, los fastos por el euro y los desfiles de legionarios por procesos internacionales bien vistos en los que no pueda caer tacha alguna sobre su imagen.
Es de esperar que no sea eso.
Moratinos promete reformas para que no se abuse del principio de justicia universal. Esperemos que esas reformas consistan en cosas como que deben juzgarse en sala y no por jueces individuales, o que deben refrendarse como procedentes por el Supremo antes de iniciar la instrucción o alguna cosa por el estilo.
Porque si lo que supone esa promesa hecha en la intimidad del teléfono al gobierno israelí es que sólo se puede juzgar a los régimenes y personajes que no entorpezcan la imagen del ejecutivo o, simplemente, que se puede juzgar a todo asesino sistématico, exterminador y dictador, salvo si es judio -o, para ser precisos, israelí-, entonces el gobierno español cambiara una falsa acusación por una completamente cierta y demostrable.
Habrá evitado la incosistente acusación de antisemitismo a costa de ganarse a pulso la mucho más demostrable y real de injusto y antidemócrata.
Es de suponer -y de esperar- que sabrán elegir.
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