Todo político está en el candelero y eso supone que todo ciudadano tiene el derecho -que debería ser constitucional- de criticarle. Si no no se es ciudadano y por tanto el político en cuestión no es político.
Así que las críticas contra Chavez, el, hoy refulgente, Hugo Chavez del bolivarianismo plebiscitario y las salidas de tono diplomáticas, están justificadas por la misma esencia del sistema aunque no tuvieran base sobre la que sustentarse.
Se puede criticar al presidente venezolano por oportunista y maquiavélico, al acelerar un referendum que necesitaba para seguir en el cargo antes de que estallar definitivamente la crisis económica global en su partido. Pero no se puede -o al menos no se debería- criticar al ex militar mediático por el hecho mismo de convocar el referendum.
Convocar un referéndum es lo que todo político debe hacer cuando cree que se deben cambiar las reglas básicas del juego democarático de un país. Es decir, su Constitución. Un referéndum, no es ni puede ser, por definición, antidemocrático o dictatorial. No puede serlo aunque lo pierdas.
Resulta curioso que los que critican las convocatorias de referendum siempre son los que temen a priori perderlos.
La oposición venezolana -en muchos casos heredera de gobiernos que tuvieron que ser desalojados del poder por las instituciones judiciales a causa de su más que evidente y sentenciada corrupción- protesta, se queja -desde dentro y desde fuera del país- de que Chávez no es democrata, de que no acepta las reglas democráticas, de que quiere perpetuarse dictatorialmente en el país, pero obvian el hecho de que lo hace a través de las urnas.
Es posible que tengan razón en las intenciones del vocinglero populista de las estampas marianas y este quiera gobernar hasta su último aliento. Pero su modo de conseguirlo es democrático.
Su modo de conseguirlo es intentar lograr que Venezuela le vote una y otra vez. No que Venezuela no vuelva a votar más, sino que le vote reiteradamente. Eso es lo que quiere todo político. No nos disfracemos de fariseismo democrático para ocultarlo.
Pero todo eso no permite criticar un referendum como mecanismo democratico. Sobre todo cuando esa misma oposición promovió también una consulta popular de ese estilo para remover al presidente de su cargo -mecanismo que tampoco se refleja en la Constitución, me temo-. La única diferencia entre ese referendum y el que se celebró ayer es que en el primero los promotores perdieron. La principal similitud es que en ambos ganó Chavez.
Así que luego, cuando las protestas contra el referendum en si mismo se ahogan entre las olas de la incoherencia, se comienzan a desenterrar los fantasmas de los falsos recuentos, las manipulaciones y demás. En dos palabras: el pucherazo.
Es lo que hizo el PP cuando perdió unas elecciones en España que creía ganadas, es lo que hizo la oposición venezolana cuando en 2004 perdió su referéndum, pese a que el Centro Carter y otras organizaciones garantizaron la limpieza de la consulta popupular.
Es lo que suelen hacer, curiosamente, todos aquellos que cuando la democracia, las urnas y los sufragios no actúan en su favor dejan de creer en ellos. Porque sólo los consideran un medio aparente para acceder y permanecer en el poder. Porque no consideran a la democracia un fin, sino solamente una herramienta.
Ahora se agarran al clavo ardiendo de irregularidades en el censo en el que aparecen personas muertas. Eso ha ocurrido en España, en Estados Unidos -en las presidenciales posteriores al 11 de septiembre- y en otros muchos países -y me refiero a los países que se suelen definir como modernos-. Pero no ha importardo.
No ha importado porque esos cadáveres que aparecen en el censo no han votado. La irregularidad es que lo hubieran hecho -y eso puede comprobarse-, pero si no lo han hecho lo único que suponen es una desviación muestral infinitesimal en el recuento de abstenciones. Porque los muertos tienen la tendencia a abstenerse en las votaciones aunque figuren en el censo. Llamenlo falta de compromiso político o simplemente rigor mortis.
En este caso, los que han perdido el referéndum -que no hubieran protestado contra él si lo hubieran ganado-, al demostrase lo etereo de esos argumentos se quedan casi sin nada que decir. Porque no pueden recurrir al típico y tópico -y en muchos casos auténtico- argumento de la abstención.
Ellos no pueden decir, como hiciera el PP español -¡que casualidad!- en el referendum del Statut catalán que, como la mitad de la población convocada a las urnas no ha votado, es como si hubiera votado a favor de lo que ellos defienden, porque no ha apoyado lo que defiende su rival. No pueden hacerlo, no porque no quieran o porque no les parezca ético. Sino, simplemente, por el hecho de que la participación ha rondado el setenta por ciento. Algo que se considera dentro de los parametros normales en cualquier elección en cualquier país o región del mundo.
De modo que, agotados los posibles argumentos para desechar el referéndum venezolano y su resultado, perdidas o reiteradas hasta el aburrimiento las críticas contra ese Chavez, rojo de gorra militar y rojo de camiseta, que les desafía a voces populistas desde las balconadas, la oposición comienza con lo único que les queda. Con lo que verdaderamente les define. El desprecio por Venezuela y sus habitantes.
Y afirman que en el referéndum ha votado la ignorancia y la incultura. Es de suponer que consideran igual de incultos e ignorantes a la población que ha votado a su favor
Gritan y pregonan que los venezolanos -los que apoyan a Chavez, claro está- se merecen su miseria por apoyar a alguien que no la ha erradicado en nueve años. Porque, claro, la miseria de Venezuela la ha creado Hugo Chavez.
Medio siglo de gobiernos caciquiles y satélites, medio siglo de personas y partidos lucrándose en el poder hasta el punto de que los presidentes tienen que ser desalojados por los máximos órganos judiciales; Veinte años de gobierno de Acción Democrática y otros tantos de gobiernos militares a lo largo de su historia no tienen nada que ver con la miseria venezolana. Sólo Chávez, el ogro Chavez, es el causante de la miseria, el chabolismo y la corrupción. Aquel que vote a Chavéz merece morirse de hambre o-como dirían por allí- de una balizada en plena calle.
Insultan al pueblo y a la ciudadanía cuya democracia dicen defender sólo para sacar la rabia que les produce el resultado del referéndum. Y con ello demuestran algo.
Algo que, entre algaradas electorales, júbilos bolivarianos y recelos justificados de aquellos que verdaderemente analizan los resultados de esta consulta popular, se puede pasar por alto. Se sienten separados y superiores del pueblo venezolano. Ellos no son incultos, ellos no son miserables. De nuevo -como ocurre con la democracia-, para ellos la ciudadania es una herramienta para lograr sus fines. Nunca ha sido, ni será un fin en si misma.
Y se descubre también cual es el motivo de su frustración, cual es el futuro visionario que les aterra. No les aterra la posibilidad de que Hugo Chávez vuelva a usar más la gorra militar que la corbata y el micrófono televisivo. Lo que verdaderamente les hace tiritar es que el que se perpetúe en el poder venezolano sea el bolivariano y no ellos. Que sea el ex golpista y presidente electo bolivariano el tapón físico que les impida con su presencia hacer lo que siempre han hecho -y lo que a lo mejor, que no lo descarto, termina haciendo Chávez- lucrarse a costa del Estado. Vivir a costa de Venezuela.
Olvidan en su temor y en su ira arrebolada que Venezuela ha decidido que se puede reelegir a su presidente cuantas veces se quiera. No ha elegido a Chavéz presidente vitalicio.
Está por ver si, cuando esa oposición tan democrática y preocupada por las garantías -tanto lo está que ha apoyado e intentado dos golpes fallidos contra la presidencia- acceda al poder convoca urgentemente un referéndum para abolir esta enmienda constitucional. O simplemente se limita a beneficiarse de lo que ahora es ignorancia, incultura y miseria porque no les viene bien.
Y luego están los votantes que no quieren a Chávez o no quieren un presidente con capacidad ilimitada de reelección. Pero esos no son la oposición política. Esos son tan pueblo y tan ciudadanía como los que sí la quieren. Esos saben que nada de lo ocurrido este domingo les imedirá no votar al presinte de los exabruptos televisados en las próximas presidenciales.
Insultar a un líder político es, a veces, hasta sano y necesario. Pero insultar a un pueblo porque ese pueblo no hace lo que te gustaría que hiciera es un absurdo. Y además eso si es dictatorial.
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