De nuevo toca hablar de Canaan. Esa tierra ahora llamada Israel y Palestina sometida al arbitrio de los fanatismos religiosos y los extremismos ideológicos de dos concepciones teocráticas del mundo y la realidad. Y de nuevo toca hablar de ella porque mañana son las elecciones para las que la sangre de 7.000 palestinos ha servido de campaña electoral. Es decir, las elecciones de Lieberman.
Pero mañana no habrá elecciones en Israel. Para fingir que se es democrata hay que tener elecciones regularmente, eso es incuestionable. Pero lo que nadie -ni el más recalcitrante aliado y defensor de la democracia que es Estados Unidos- te obliga a fingir es que esas elecciones dan opciones al pueblo. Por eso no habrá elcciones mañana en Israel.
Porque, en realidad, no hay entre quien elegir. No es una cuestión de opciones. Es una cuestión de gradaciones -o de degradaciones, según se mire-.
No habrá elecciones porque los que realmente elegirán serán ciudadanos de Israel que hace tres lustros no lo eran, mientras que muchos de los que llevan toda su vida viviendo dentro de las fronteras israelies y naciendo dentro de las mismas no tienen derecho a voto.
Porque los que decidirán seran dos millones de rusos y no once millones de árabes. Por el simple hecho de que unos son judíos y los otros no.
"Los alcanzaremos cuando estén en el retrete", ha dicho el candidato laborista, Ehud Barak, sobre los líderes de Hamás y los que les apoyen. Muy atrás quedan los tiempos en los que Simón Peres abogaba por una negociación para la paz, desde una posición de fuerza, claro está, pero una negociación.
Y Netanyahu va más allá. "Derrocaré su gobierno" dice y hace una promesa electoral que supone simplemente la ingerencia absoluta en el gobierno de un territorio que no les pertenece y, por si eso no fuera suficiente, la ingerencia militar cruenta y violenta.
"Si soy primera ministra, cualquier ataque con cohetes desde Gaza recibirá una respuesta mas inmediata y contundente que hasta ahora". Esta es la postura de la ministra Livni. Si lo que hizo Olmert de matar a 1.300 y herir a 6.000 a cambio de los cohetes de Hamás no parece inmediato y contundente no es que haya mucha diferencia con lo de Barak y su delfín Netanyahu.
Pero al que hay que escuchar no es judío -perdón, no es hebreo-. Al que hay que escuchar, al que hay que hacer caso, es ruso. Se llama Lieberman y, gane quien gane, va a ser ministro de algo -probablemente de defensa-. Así que, en realidad no hay alternativa. Porque él va a llevar a cabo la misma política gobierne quien gobierne.
Lo va a hacer en virtud de los votos de dos millones de rusos que hablan ruso, que leen en ruso, que ven la tele en ruso y que en cualquier otro país democrático no tendrían derecho a votar -salvo quizás en las elecciones municipales- porque no se les habría concedido la nacionalidad de forma automática por ser de una religión determinada. Claro que el resto de los estados democráticos de ese occidente al que Israel dice pertenecer no son teocracias encubiertas.
Y lo que demuestra que Lieberman es ruso es que su partido lo podría haber firmado Putin sin despeinarse; que sus reacciones políticas son las mismas que las del nacionalismo ruso -¿o tendría que decir aún soviético?-.
Para Lieberman no hay diferencia entre Palestina y Chechenia, entre Gaza y Osetia. Bueno si hay una. Él cree saber que Estados Unidos no se va a oponer a lo que haga.
El resumen de su politica es mas o menos este: ejecutemos a los diputados árabes del parlamento israelí, lancemos a los presos palestinos al mar y que el siguiente ataque a Gaza sea con armas nucleares.
Así las cosas, en Israel no hay opciones. Solo hay gradaciones y matices sobre el número y la forma en la que hay que exterminar a los palestinos bajo la excusa de la existencia de Hamás.
Y no las hay porque los halcones guerreros de Israel han conseguido que no haya división de opiniones. Han conseguido poner a Hamás por delante de su corrupción, sus latrocinios institucionales, sus perversiones personales y sus flagrantes delitos. Se han escondido detrás de la seguridad para no responsabilizarse de sus actos.
Resulta curioso que un Estado que aplaude una ley que impide el negacionismo del Holocausto para mantener la memoria, olvide tan facilmente que el político al que ahora todo el mundo quiere tener en su gabinete fue militante destacado de un partido - el Kach- que hasta en Israel fue considerado racista.
Resulta chocante que un Estado que clama porque en todas las legislaciones europeas -en la estadounidense no, que los yankies son amigos- se incluya el delito de racismo antisemita de forma explicita, no tenga incluido en su legislación una ley que prohiba expresamente el racismo antisemita -recordemos que los árabes son tambien semitas, aunque no les guste a los sionistas- y comparar a los árabes con los productos de un retrete o afirmar que se les quiere arrojar atados al Mar Muerto.
Mañana no habrá elecciones porque el pueblo de Israel -árabe, hebreo, ruso o argentino de origen- no tiene opciones. Sólo tiene gradaciones. Nadie habla de paz en sus campañas mientras, eso sí, los embajadores israelíes se cansan en Europa de repetir que su gobierno desea la paz. Pero de todos es sabido que un embajador es una buena persona a la que se envía muy lejos para mentir en bien de su país.
Alguien podría decir que hay oposición a Liberman y que surge de las filas ultraortodoxas. Los rabinos del partido Shas han amenzado con el castigo divino a aquellos que voten a Lieberman. Pero no nos engañemos, no lo hacen porque les preocupe su racismo heredado de ruso blanco, lo hacen porque aboga por el matrimonio civil -algo imposible hoy en día en ese estado occidental moderno que es Israel- y porque quiere convertir a los estudiantes de las escuelas rabínicas en carne de cañón en Gaza y Cisjordania.
Alguien podría decir que hay oposición a Liberman y que surge de las filas ultraortodoxas. Los rabinos del partido Shas han amenzado con el castigo divino a aquellos que voten a Lieberman. Pero no nos engañemos, no lo hacen porque les preocupe su racismo heredado de ruso blanco, lo hacen porque aboga por el matrimonio civil -algo imposible hoy en día en ese estado occidental moderno que es Israel- y porque quiere convertir a los estudiantes de las escuelas rabínicas en carne de cañón en Gaza y Cisjordania.
A los rabinos tampoco les importa que Lieberman extermine a los árabes, lo que les preocupa es que un judío pueda casarse con una árabe o viceversa gracias al matrimonio civil. Algo en lo que no piensa Lieberman porque, seguramente, pretende librarse de todos los árabes de Canaan mucho antes de que esa posibilidad se plantee.
De modo que los rabinos de Shas tampoco son opción. Al menos si se busca la razón y la paz.
Así que mañana ese casi cincuenta por ciento de la población israéli que -según las encuestas- está cansada de sus líderes, aburrida de su política y más pendiente de la crisis económica que de las furias nacionalistas y de puño de hierro -heredadas de los gustos y formas ancestrales rusos-, no tendrá otra opción que quedarse en casa y no votar.
Porque lo único que les ofrecen sus josues guerreros es un holocausto -en el sentido literal de la palabra original-, un sacrificio inmolatorio para ocultar sus vergüenzas y propiciar la reconciliación con el dios que les prometió Canaan en sus sueños ancestrales. La unica diferencia entre ellos es el número de corderos que están dispuestos a llevar al matadero para lograrlo.
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