Eso ha debido pensar Alberto Ruiz Gallardón, que con una sóla intervención, con una sola aparición en el escenario de la opereta tragicómica que es ahora el PP, ha transformado el asunto de Güntel en algo diferente.
Y es que el faraónico primer edil de Madrid, el hombre de la pronta alabanza -incluso al contrincante- y la obra continua, siempre ha mantenido un punto de diferencia con aquellos que rigen y manejan su partido. Pero esta vez la diferencia se antoja psicológica.
El PP, el partido del doliente Mariano -y antes del soberbio Aznar- siempre recurre como defensa psicológica ante estas situaciones a las escuelas más clásicas de tan noble y reciente ciencia. Y así ha hecho esta vez.
El Partido Popular, ante el colapso mental que sufren sus cabezas pensantes -o dirigentes, que no siempre es lo mismo-, opta por la técnica psicológica de la asociación libre ideas. Todo lo libre que te deje la dirección del partido, por supuesto.
El docto licenciado que intenta llegar a su intelecto -disfrazado de periodista o de juez instructor- les muestra una tarjeta con un borrón sin definir en forma de cohecho y ellos tuercen el cuello y achican los ojos y, tras unos instantes de pausa -que no de reflexión-, le dicen: "es una cacería, y furtiva por más señas"; les presenta una estampa de algo que asemeja unos fraudes de bordes no del todo perfilados y ellos se ponen vizcos de mirarlo y luego sacan pecho y afirman: "eso es claramente una prevaricación de un juez socialista; les enseñan -de lejos, eso sí- un cartel con la palabra corrupción impresa en cuerpo 70 y ellos se alejan, como para abarcarlo, y más tarde, sin prisa pero sin pausa, aseveran tajantes: "ahí pone conspiración".
Y en mitad del recurso a la asociaón psicológica de ideas -que de libre no tiene nada, puesto que viene marcada desde Génova- para salvar el trasero político y la imagen pública de un partido que ya casi ni tiene imagen pública, se aparece Gallardón con la Gestalt berlinesa mas pura y dura -a lo mejor ha sacado la idea del teutón nombre del caso que nos ocupa- y se borra de la ecuación del problema como hiciera antaño en el polinomio sucesorio del PP.
Se borra de la única manera que un político puede borrarse de estas cosas y casos sin que se dude demasiado de él. Un día después de que los periódicos incluyan a su Ayuntamiento en este largo invierno de cohechos contractuales, un día después que, ante el nuevo latigazo que sufre la su psiqué, desde el PP se recurra a una nueva asociación de ideas identificando prensa y documentos con falsificación y persecución, el tambien eterrno candidato a sucesor y eterno aspirante a alcalde olímpico -por los juegos, no por lo que "pasa" de la dirección de su partido- se autoinculpa y a otra cosa.
Aplica la Ley Gestaltica del Cierre y, como aquello que falta tiene a ser cerrado por la mente de los humanos -y tengamos claro que, aunque el PP lo olvide, el votante es humano-, el regidor madrileño lo cierra todo antes que nadie, se declara culpable -al menos por omisión- y no deja nada que completar a la siempre imaginativa mente del votante madrileño.
El gestáltico Gallardón no cae en la trampa que su compañera de partido -aunque tal y como están las cosas ya no son ni eso, más bien sólo conocidos de partido-, Esperanza Aguirre.
A estas alturas la doña del cardado y el Chanel ya ha abandonado incluso lo de la asociación libre de ideas -que, como buena cabeza del liberalismo patrio, su asociación de ideas sí es libre- y se ha lanzado definitivamente al divan de la terapia regresiva.
Y así, su deseo de exoneración previa en toda responsabilidad -porque los que han dimitido son sus consejeros, no ella misma-, la conduce a la hipnosis terapeútica que la hace balbucear incómoda recuerdos de su madurez -la infancia para casi todo el resto del país- sobre Filesas y Naseiros y usarlos, enardecida y contumaz, para su defensa. Aunque, en realidad, no tiene nada de que defenderse, según ella.
Pero el regidor capitalino se antoja de otra pasta psicológica y huye de aquello como de la peste. El gestáltico político recuerda la Ley de la Simetría y se cuida muy mucho de rememorar en la distancia del tiempo casos y corruptelas socialistas.
Esta ley de la nueva psicología descubierta en Gallardón mantiene que las cosas simétricas son percibidas como iguales por la distancia -incluso la temporal- y los de Filesa eran culpables. Por más que lo negaron, eran culpables. Cualquier gestáltico lo sabe, cualquier político -menos los del PP-se daría cuenta. Gallardón es imposible que pase eso por encima.
De modo que con reconocer unos 153.000 euros de nada -tal y como empiezan a subir las cifras en esto de los cohechos- Gallardón evita otra ley gestáltica, la de la Semajanza, que impide a la mente del votante -o del no votante- meterle en el saco del resto del cotarro del PP que se empeña en negar todo -como si de un obispo lefebvriano o de un acusado del caso Filesa se tratase- e insiste para intentar sacarle los colores a prensa judicatura y socialismo con casos semejantes y traerlos de vuelta al olvidadizo -en cuestiones de política- inconsciente colectivo.
Y para rematar su puesta en escena de diferencia psicológica. Gallardón comparece para autoinculparse -aunque sea sólo un poco- completamente sólo. Nada de arroparse por la oficialidad tensa, triste y cariacontecida como hiciera Rajoy; nada de escenificar entradas aplaudidas con jefe de clap política como Camps. Él, solito, cuanto más lejos de los demás mejor. Que la mente tiende a agrupar como una sola cosa, los elementos que están juntos o próximos. Y bastante ha tenido el siempre olímpico alcalde, con no poder desaparecer de la forzada foto en Génova unos días atrás.
El cambio de escuela psicológica de Gallardón no le hace inocente, pero si listo; no le transforma en admirable, pero le evita ser indigno; no le hace romper con su partido, pero le aleja de sus jerarquías y mandatarios. Sólo resta por definir cuanto falta para que la Gestalt resucitada por Gallardon funcione plenamente.
Porque no olvidemos que, por ley negativa, todo aquello que esta alejado, no es semejante, es asimétrico y está cerrado tiende a ser percibido como diferente. Y hoy, gestálticamente hablando, no hay nada más alejado, asimétrico, cerrado y no semajante que Gallardón con respecto del PP.
Y valga esto como ayuda al repaso de estudiantes de psicología -que sé que haberlos hailos- y como intromisión conspirativa en las interioridades del PP.
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