miércoles, febrero 11, 2009

Eluana ha muerto e Incitato está en su cuadra

La muerte atrae. Es triste y dolorosa, pero atrae. Quizás por eso sigamos hablando de ella incluso cuando ya se ha producido; quizás por eso seguimos opinando sobre la muerte de Eluana y seguimos sin pensar en lo esencial. Seguimos pensando en la muerte.
Como la muerte centra nuestras miradas, creamos héroes donde sólo hay padres, buscamos referentes entre aquellos que no pueden -y sobre todo no quieren- ser referentes para nadie. Porque el dolor y la responsabilidad es algo que asume cada uno y que no puede imitarse ni proyectarse. Como hay muerte equivocamos los debates.
La muerte de Eluana no es el triunfo de un Estado laico sobre uno teocrático; la muerte de Eluana Englano no es la apoteosis del anticlericalismo contra los partidarios de la fe ciega, ni la derrota de los ingerentistas religiosos a manos de lo librepensadores ateos. La muerte de Eluana es sólo muerte. Tristeza y dolor en estado puro. No es otra cosa.
Beppino Englano ha hecho lo que ha hecho -o ha permitido que se dejara de hacer lo que se hacía- no porque sea laico, librepensador o anticlerical, sino porque es lo que su hija quería y lo que le imponía su cordura. Si Eluana hubiera querido seguir viviendo de esa manera Beppino no hubiera permitido que se retirara una sola sonda, un sólo tubo. Si su conciencia le hubiera llevado por otro camino, habría tomado una decisión distinta.

Beppino no es grande, ni es héroe, no es un verdugo ni un asesino. Beppino es padre. Y eso, para muchos, es más que suficiente.
Pero como la muerte nos atrae nos confundimos, nos enzarzamos, nos mareamos mirando hacia donde no debemos y acusando o salvando a quienes no tenemos que alabar o denostar.
La Iglesia ha hecho lo que hace siempre y ya no es sorprendente. En realidad, sería sorprendente que no lo hubiera pretendido hacer.
Ha manipulado porque es incapaz de convencer; ha sacado a sus huestes a la calle para presionar porque, afortunadamente, es incapaz de imponer nada por la fuerza y se ha aliado con quien le ha venido bien con tal de lograr una victoria mediática que aumente su capacidad de influencia en las esferas mundanas italianas.
Y para ello ha buscado la manera que también suele buscar habitualmente. Ha firmado un pacto con el diablo. Se trata de política. No de teología.
Porque si se tratara de teología, ni un sólo miembro de la curia romana podría dirigirle la palabra a un individuo, Il Condottiero -uy, perdón, Il Cavalliere-, que está divorciado y por tanto excomulgado, que aceptó sin pestañear que su esposa se sometiera a un aborto terapéutico fuera de Italia y que ha sido condenado por evadir o eludir impuestos -recordemos que ahora eso es pecado y de los gordos-.
Si se tratara de ética y moral, como los purpurados pretenden hacernos ver, no estarían del lado de aquel que pretende convertir media Italia en campos de trabajo para inmigrantes, que planea encarcelar a las personas por el delito de ser extranjeros, que justifica las violaciones porque las mujeres italianas son muy bellas o que está salpicado por tantos casos de corrupción política que apenas le queda espacio limpio que lucir de su impoluto terno perfecto.
Pero no se trata de ética ni de moral -que aquí no involucrado nada situado bajo el ombligo-, no se trata de ideologías ni de creencias. Se trata de poder. Simple y llanamente.
La iglesia romana quiere, necesita, más poder. Necesita una base real de influencia y poder en un mundo en el que -tal y como los arcontes vaticanos lo ven- el resto de las religiones monoteístas tiene sólidos apoyos políticos mientras que la iglesia católica carece de ellos.
Y Berlusconi, bueno, ¿qué decir de Berlusconi?
Il Condottiero Berlusconi solamente vive para la acumulación de poder e influencia. En lo económico, en lo social y en lo político.
Berlusconi ni siquiera se ve como un condottiero, sino como un caesar imparator y por ello se alinea con aquellos que cree poder utilizar para capitalizar el eterno voto católico italiano.
Como se alió con los fascistas italianos, como se sumó a los secesionistas de la Lega Norte.
A Berlusconi – pese a su eterna y siempre extemporánea apologética de la belleza- no le importa que su pareja de baile sea horrorosa con tal de ser él quien elija la música y dirija los pasos de la danza.
Al hombre de las ministras guapas -según él- y los aliados fascistas no le importa la vida ni la muerte de Eluana. Le importa el poder. Le importa demostrar que puede desafiar, eliminar, ignorar y cambiar el constructo legal de su país cuando le viene en gana porque él es el que tiene Italia agarrada por la nuca.
A Berlusconi la muerte o la permanencia en la vida de Eluana no le quitan el sueño, no le resultan relevantes, salvo por la circunstancia de que es el hecho concreto que ha elegido para dar el puñetazo encima de la mesa y demostrar quien manda en Italia.
Prohibir morir a Eluana es para el mandamás italiano lo mismo que fue para otros mandamases del antiguo Lacio declararle la guerra a Poseidón o nombrar senador a su caballo.
La lógica que utiliza es la que emana del "aquí mando yo" y "se hace lo que me de la gana". Berlusconi quiere colocarse en la tesitura de decidir sobre la vida y la muerte de forma unilateral, de forma imperial y demostrar que nadie, ni siquiera la lógica y la muerte, pueden oponerse a sus criterios.
Quizás sea ese mesianismo del "Lázaro, levanté y anda" -aunque ya estás muerto- lo que hace que la púrpura vaticana se alíe con él. O quizás sea sólo lo que siempre ha hecho la jerarquía: coger el palio y proteger a aquellos que ostentan el poder para poder hacer de su sotana un sayo bajo sus auspicios.
En cualquier caso, no conviene dejar que la muerte, por triste que sea y por mucha repercusión que se le haya dado, nos aleje del hecho de que sólo hay un héroe en esta historia y no es el bueno de Beppino, ni el arribista del Primer Ministro italiano.
El único héroe que hay en esta historia de poderes, traiciones al Estado, ingerencias y maquinaciones, es Giorgio Napolitano.
El Presidente de la República es el único que, dentro del amasijo institucional de Italia controlado por Berlusconi, se ha levantado para decir que no.
Para afirmar que Roma está por encima del César; para dejar a Eluana sola con su padre y con su muerte; para mantener a Poseidón en su templo y a Incitatus en su cuadra, pese a los deseos de Calígula.
Ahora a Italia sólo le hace falta un Claudio que sustituya al gobernante loco que quiere demostrar su poder incluso allí donde su poder no es necesario.

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