sábado, octubre 20, 2012

Euskadi o el voto que obliga a dejar Nunca Jamás


Será que a mí se me da mejor reflexionar en voz alta y a última hora como si se tratara de un control orales por sorpresa de esos antiguos que buscaban descubrir los auténticos conocimientos de los alumnos. O será que basta que me digan que puedo hacer algo para que se me antoje hacerlo de forma casi automática, no lo sé.
Pero un día más, una jornada de reflexión más, me encuentro dedicando estas endemoniadas líneas a unas elecciones en la jornada de reflexión sobre unas elecciones. Justo el día que se supone que debería hacerse pero que nuestras leyes electorales nunca dejan claro si se puede o no se puede hacer realmente.
Cierto es que en este caso no son unas elecciones mías, lo son de vascos y gallegos. Pero, de algún modo, toda elección, todo comicio es nuestro, porque, de algún modo, todo está relacionado, todo lo que ocurre a nuestro alrededor nos ocurre a nosotros, aunque este Occidente Atlántico nuestro nos conmine constantemente a intentar minimizar o eliminar esa influencia de los otros de nuestras vidas.
En cualquier caso, mañana votan Euskadi y Galicia.
Y van a las urnas de forma radicalmente diferente, como si fueran los extremos distantes de una campana de Gauss, como si fueran los dos calderos de oro que cierran y guardan los extremos del arco iris, como si fueran un joven y viejo que se encuentran por casualidad en el parque y, ante la falta de acompañantes de su edad, deciden charlar de lo mismo.
Y por supuesto Euskadi es el joven.
Euskadi estrena la capacidad de voto, estrena la posibilidad de elección. O para ser más exactos, la reestrena desde tiempos que ya casi se tenían olvidados.
Euskadi vota o puede votar como debió hacerlo desde el principio. Libre. Pero claro votar libre tiene sus complicaciones. Siempre las tiene.
Libre de la presión de una organización mafiosa y criminal que fingía tener una ideología, libre de las excusas para la indolencia que utilizaban algunos sectores para remar en las corrientes de la abulia y la apatía electoral que esa presión producía y mantener así sus márgenes electorales.
Pero Euskadi no solamente tiene la posibilidad de votar libre de ETA. Vota libre de sus simbiontes, de aquellos que utilizaban su presencia para airear las banderas del miedo y la victoria, para sembrar en la mente de los votantes y de los electores que ellos eran la herramienta definitiva contra el terror, que ellos eran la única esperanza contra el terrorismo, cuando practicaban ese terrorismo -aunque fuera verbal y electoral- con la misma eficacia y continuidad que los asesinos del tiro en la nuca y la bomba lapa.
Vota o puede votar libre de ellos porque ya no tienen nada a lo que engancharse. Porque, sin ETA, estar contra ETA ya no es una condición ni un bagaje electoral -quizás ético sí, pero electoral no-.
Euskadi puede acudir a las urnas como un adolescente que, recién alcanzada la mayoría de edad, puede depositar su sufragio sin que sus estrictos o bondadosos padres le impongan una dirección, le marquen el camino correcto; sin que los tribunales le digan a quien pueden y no pueden votar, sin que leyes que bordean el límite interior del fascismo les recorten la posibilidad de elección de un partido u otro, sin que atentados ni disparos les recuerden lo peligroso que sería votar en un sentido o el contrario.
Euskadi  vota o puede votar por primera vez como el adulto responsable que no le han dejado ser, los unos y los otros, los de Euskadi y los del resto de España, en las últimas dos generaciones, en los últimos treinta años.
Las tierras vascas votan sobre la palabra de aquellos que ocultaron su palabra tras el ruido de las armas, sobre la palabra de aquellos que usaron el eco de los disparos de otros para evitar tener que dar explicaciones de otras cosas, escudando sus políticas, sus propuestas y sus discursos tras el monocromo problema del terrorismo, como si todo lo demás no importara, como si un país, una región o un territorio, se pudiera gobernar solamente combatiendo el terrorismo.
Así que por fin Euskadi puede votar como lo hacen los demás: con los ojos abiertos, sin miedo a que un estallido se los ciegue y con los oídos atentos, sin el malestar de escuchar el constante eco de la amenaza, el insulto y el exabrupto que tremolan aquellos que quieren servirse de ella para que sus ideas españolistas o nacionalistas se refuercen.
Y mañana, quizás por primera vez desde el reencuentro de este país con la democracia, con toda certeza por primera vez desde la aprobación de la cuasi fascista Ley de Partidos Políticos, Euskadi tiene una obligación.
Puede que tenga el derecho del adolescente a ejercer su voto por primera vez, pero también tiene la obligación del adulto a responsabilizarse de ejercerlo. Esa, claro, es la complicación.
Sin ETA, la excusa del miedo ya no es plausible, sin las posibilidades del españolismo radical de tirar de ETA para sus fines electorales, la coartada de la indolencia ya no se sostiene, sin los tribunales negando la participación de partidos abertzales, el pretexto de la no representatividad ya no tiene fuerza.
Porque, con la capacidad de decisión plenamente recuperada del adulto, la inconsciencia y el desapego del adolescente ya no tienen cabida en sus decisiones.
Por primera vez Euskadi -como todas las sociedades, no nos engañemos- se enfrenta a lo que ha de enfrentarse cualquier sociedad al ejercer su derecho a elegir: a sí misma.
Ha de enfrentarse a la apatía de creer que su decisión no importa y no cambia nada y optar por la playa -la eterna borrasca del Cantábrico seguramente ayudará a minimizar esa opción- y no por la urna.
Ha de oponerse a la cerrazón egoísta e individualista de volverse hacia adentro de sí misma como sociedad y como individuos y votar o tomar la decisión solamente por lo que es bueno para mí en este preciso momento y no por lo que puede ser positivo para todos en los tiempos futuros -sea cual sea la opción política que se elija-.
Ha de luchar contra la ignorancia y la simplicidad de elegir por los eslóganes, por los rostros de los líderes, por las premisas propias sin revisar o ajenas sin contrastar para poder hacerlo por los programas las propuestas y las ideas.
Ha de decidir entre la percepción propia y la realidad de los hechos en su justo contexto, entre la interpretación individual en el que uno es el centro de su mundo y la concepción universal en la que el mundo no tiene centro o por lo menos no está en nuestro ombligo, entre el egoísmo de pensar solamente en el favor propio y el molesto esfuerzo de pensar en el beneficio común aunque sea un poco -o un mucho- en contra propia.
Ha de hacer lo que toda sociedad que exija el derecho a la democracia -y que se lo haya ganado además como la de Euskadi tras años de sangre criminal y estupidez ideológica- debe intentar hacer en unas elecciones, que no es otra cosa que responsabilizarse de que la democracia se ejerce como debe ejercerse.
Y, claro, puede no hacerlo. De hecho pocas sociedades lo hacen.
Pero ya no podrá atrincherarse detrás de ninguna zanja de miedo para justificarlo, ya no podrá refugiarse detrás del hoplos de la injusticia o el terror para explicarlo. Si no lo hace solamente será porque no quiere hacerlo. Y las consecuencias de ello solamente serán achacables a las gentes de Euskadi que no quisieron hacerlo.
Como pasa con los actos de cualquier adulto maduro y responsable.
Porque, ahuyentadas con el manotazo de la lógica y la razón las campanillas criminales que querían mantener Euskadi como Nunca Jamás, agotado con la justicia y la equidad el polvo de hadas que permitía volar a los peterpanes, eternos adolescentes del honor patrio y el orgullo españolista, que sobrevolaban continuamente sus cielos para vigilar las fronteras del país de la eterna niñez, Euskadi ya no tiene coartada alguna para no hacer lo que toda sociedad debe hacer, aunque muchas de ellas se nieguen a hacerlo.
Euskadi ya no tiene pretexto alguno para no crecer.
Zorionak, Euskadi. Zorionak eta arduratsua hauteskunde (más o menos, creo, Lo siento si no.)

No hay comentarios:

Lo pensado y lo escrito

Real Time Analytics