Los hay que tienen un peculiar sentido
de lo artístico. Seres y estares que son capaces de convertir cualquier cosa en
un proceso artístico.
Pero no nos confundamos, no se trata
de arte por aquello de la belleza o la plasticidad. Se trata de convertir
cualquier cosa, incluso la justicia, en lo que es la segunda acepción de la
palabra que nos da ese libro aburrido y sin estampitas que debería ser
obligatorio colocar en los baños de los afterhours llamado Diccionario de La
Real Academia de La Lengua Española.
O sea, resumiendo, convierten
cualquier cosa en "una
manifestación de la actividad humana mediante la cual se expresa una visión
personal que interpreta lo real o imaginado con recursos plásticos,
lingüísticos o sonoros".
¿Cuál es la nueva obra de arte? Pues
ni más ni menos que la Justicia ¿Quién es el artista? Pues ni más ni menos que
su ministro español, el siempre ponderado Alberto Ruiz Gallardón.
Como ha hecho con muchas otras cosas
desde que por fin, después de porfiar mucho, llegó al Gobierno, se ha dedicado
a aplicar su visión personal que interpreta lo real o lo imaginado y en esta
caso le ha tocado el turno ni más ni menos que a la aplicación de Justicia.
El buen hombre decide que la Justicia
tiene que ser rentable -lo repito porque me suena raro escribirlo-, sí, la
justicia tiene que ser rentable. Y claro desde esa interpretación suya, solo
suya y nada más que suya, que no se fundamenta en principio legal, histórico o
ideológico ninguno, decide que tiene que subir las tasas procesales y
judiciales, imponiendo una suerte de copago judicial.
El nuevo arte judicial de Ruiz
Gallardón construye paradojas, desarrolla toda suerte de surrealismos telúricos
que son incomprensibles para nadie salvo para el autor -como el mejor arte contemporáneo,
por cierto-. Pero claro no se le puede achacar nada porque como es un arte o se
percibe o no se percibe. No hay que entenderlo.
El individuo consigue que se tengan
que pagar doscientos euros por recurrir una multa de cien. Y como es una tasa,
no una fianza, no un depósito, aunque ganes el recurso y te ahorres los cien
euros. Te habrás gastado 200 en lograrlo. Porque las tasas no son
reembolsables. Porque las tasas no se cargan como costes del juicio a la parte
perdedora en la vía de lo contencioso administrativo.
Así que él, su ministerio, sus
presupuestos, sus finanzas siempre ganan. O consiguen los cien euros de una
multa injusta o los doscientos de un recurso para lograr que le quiten esa
multa. De manera que siempre ganas como mínimo cien euros.
Un chollo financiero el nuevo arte de
la administración de justicia. Inconstitucional, injusto y contrario a todos
los conceptos desde Roma hasta Montesquieu sobre la justicia pero un artístico
chollo.
Porque Gallardón sabe que desde tiempo
inmemorial se considera justicia abusiva y totalitaria aquella que impone un coste
excesivo o inasequible para acceder a ella, porque sabe que desde los albores de la división
de poderes se da por sentado que el coste para un ciudadano de recurrir a la
justicia no puede ser mayor que el beneficio que le aporta.
Porque sabe que si se hace eso se está
construyendo un sistema de justicia imposible que solamente dará posibilidades
de acceso a los que dispongan de los recursos económicos necesarios y que
favorecerá en los litigios entre partes a aquellos que más recursos posean.
Lo sabe -y en este caso estoy seguro-
pero lo ignora. Lo ignora como los impresionistas ignoraron los contornos de
las formas, como los realistas ignoraron las impresiones oníricas, como los
abstractos ignoraron la realidad o los sustancialistas las formas. Lo ignora
porque a su arte no le importa. Y lo único que cuenta es su arte.
El ministro sabe perfectamente que los
aspectos financieros no pueden tenerse en cuanta en la justicia. Que medirla
por lo que cuesta, por lo que gasta o por lo que ahorra acarrea automáticamente
un desequilibrio porque la justicia debe tender a la gratuidad como única
garantía de que es accesible para todos.
Y, si el artista ministerial sabe todo
eso y decide eludir ese conocimiento ¿qué es lo que busca realmente?, ¿no resulta lógico colegir que
precisamente es ese resultado el que quiere lograr?, ¿no podemos caer en la
tentación de pensar que lo de la financiación y el ahorro no es más que una
excusada para desarrollar su visión del mundo de la justicia, un pretexto como
lo eran las modelos para Picasso, como lo era Gala para Dalí, para mostrarnos
su repentinamente artística visión del mundo de la justicia?
Me temo que, aplicando la lógica, es
la única respuesta posible.
Porque si un recurso a una decisión de
un juzgado de lo social cuesta ochocientos euros, las empresas podrán recurrir
decisiones adversas pero los despedidos, los acosados laboralmente, las
víctimas de mobbing o cualquier otro
demandante individual lo tendrán muy difícil sino imposible.
Porque si un recurso a una multa
cuesta el doble de la cuantía de la multa en si misma será mejor no protestar,
no recurrir, conformarse y no demandar justicia aunque se tenga razón.
Porque si se permite un sistema en el
que el dinero marque, más allá del desequilibrio inherente que ya suponen los
honorarios de los buenos abogados con respecto a los que uno puede permitirse,
enviará al pozo de los sueños pretéritos un concepto legal, constitucional y
recogido en la Carta Universal de Derechos Humanos, denominado Derecho a una
tutela legal efectiva.
Y el artista lo sabe. Y sabe que los
demás lo sabemos.
Es por ello que manipula -¡¿por qué
será que ya no me sorprende?!- una sentencia del Tribunal Constitucional que
afirmaba que las tasas judiciales son lícitas para sufragar la Justicia.
No la manipula porque la cambie. Sino
porque ignora el contexto como han hecho otros muchos artistas, garantes de lo
propio y personal, contra el criterio colectivo.
Porque ignora, como Monet ignoraba los
contornos de las hojas que pintaba, que esa sentencia está dictada en un caso
en el que era una compañía la que exigía que no se pagaran tasas en un caso que
le enfrentaba a otra compañía en el cual las costas se aplican al perdedor del
proceso.
Porque modifica, como hacía Van Gogh
con el color de sus girasoles, el hecho de que la sentencia afirma explícitamente
que el ámbito penal y social queda exento de esa justificación para la
aplicación de tasas.
Porque derrite, como hiciera Dalí con
sus relojes, el concepto de tutela real efectiva que la sentencia del Alto
Tribunal afirma sin dejar dudas que debe mantenerse en todo momento por encima
de las necesidades financieras del sistema judicial.
Y ¿cómo se defiende el sorprenderte
artista de la justicia de las críticas de aquellos que no ven en su actividad
personal algo que se pueda compartir?
Pues como ha hecho todo artista a lo
largo de los años, de los siglos y de los milenios.
Sintiéndose incomprendido, mal
interpretado, afirmando a los cuatro vientos que "eso no es lo que se pretende conseguir".
Pero, claro, eso que ha servido de
escudo y vindicación a multitud de artistas -algunos geniales, otros
simplemente mediocres sino directamente nefandos- a él no se le puede aplicar
por mucho que experimente su ministerio como una actividad artística de pura
creación más allá de toda regla.
Porque cualquiera puede pasar sin un
Van Gogh, sin un Monet o sin un cuadro de como sea que se llame el abanderado
del surrealismo telúrico. Quizás sea mejor poder tenerlo o lograr comprenderlo,
pero se puede pasar sin él.
Pero no podemos pasarnos sin tener ni
entender la justicia. Por más que el artista Gallardón nos considere incultos,
atrasados o malintencionados por no entender su arte.
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