lunes, octubre 22, 2012

El francotirador Alfaro nos hace disparar con su fusil

Me hago una pregunta. Me la hago cada vez que ocurre una de estas cosas, cada vez que se produce una de estas historias de diario de sucesos y de espacio televisivo de víscera y sangre.
En esta ocasión la pregunta adopta el nombre de un individuo que vive en la provincia de Albacete que, según me cuentan, se encuentra atrincherado en una caseta, que es perseguido por lo más granado de los cuerpos de élite de Las Fuerzas de Seguridad del Estado.
Y la pregunta es muy simple, muy directa. Tan simple y directa como nuestra hipocresía: ¿Por qué conozco a Juan Carlos Alfaro Aparicio?
Y la respuesta es completamente demoledora, inconscientemente destructora, implacablemente acusadora: Porque hay mucha gente que no está haciendo su trabajo o que lo está haciendo mal.
Yo no debería conocer el nombre y los dos apellidos de alguien que ni siquiera está detenido por un crimen, yo no debería poder ver en portada la fotografía de un individuo, extraída de su perfil de Facebook, cuando ni siquiera hay una acusación formal contra él.
Yo no debería saber si ha confesado o no por teléfono, no debería tener ni idea de la localidad en la que vive, ni mucho menos de la calle en la que está su casa o de la localización de los terrenos que son propiedad de su familia.
Para mi ese sujeto debería ser como mucho un conjunto de iniciales y una edad y ni siquiera eso. Eso tendría que empezar a serlo cuando fuera detenido.
Y aquellos que crean que eso es irrelevante están considerando irrelevante que la justicia funcione como tiene que funcionar; y aquellos que crean que esto es defender al asesino que se pregunten porque saben que es un asesino, si un juez le ha declarado asesino y si existe siquiera una acusación por asesinato y tendrán una respuesta a su pregunta.
Y nosotros, los llamados ciudadanos de a pie,  que creemos que todo eso es permisible y además defendible porque tenemos derecho, a saber, a estar informados, a juzgar.
Por supuesto que creemos eso. Por supuesto que nos negamos a aceptar restricción alguna a lo que creemos necesitar. Aunque sea visceral, aunque sea injusto en esencia. Aunque sea incluso ilegal. Por supuesto que nos negamos a educarnos en el respeto a nosotros mismos, al sistema de libertades que decimos desear, cuando va en contra de nuestras exigencias más primarias. Por supuesto que tampoco sabemos hacer nuestro trabajo.
Nuestra sociedad Occidental Atlántica no nos deja anteponer nada a nuestras necesidades por muy viscerales, macabras, morbosas e injustas que sean. Por supuesto que creemos que tenemos derecho a conocer hasta el último detalle de alguien simplemente porque hayamos decidido que alguien es un asesino, porque alguien nos diga.
Así que los informadores policiales, gargantas profundas y filtradores no hacen su trabajo por anteponer la relevancia mediática a los derechos de procesamiento,  por facilitar  y aportar datos que nos hacen conocer a alguien que nos tendría que ser desconocido.
Los medios de comunicación por más que intenten caminar en el filo del funambulismo legal de colar un "presunto" cada once palabras, no hacen su trabajo porque no aplican en su máxima expresión la ética de su profesión en aras de lograr audiencias millonarias y tiradas extras.
Los organismos judiciales no hacen su trabajo al  no imponer secretos sumariales desde el primer momento de las investigaciones y al no  realizar investigaciones y tramitar sanciones contra quienes se los salten a la torera.
Los órganos gubernamentales, que tanto se preocupan por la seguridad de policías que van con las placas ocultas y los rostros tras cascos, ni hacen su trabajo al permitir que policías que realizan una búsqueda a cara descubierta sean fotografiados y subidos a Internet, ignorando la posibilidad de que eso facilite la huida o el disparo de aquel al que persiguen.
Y nosotros, los que deberíamos mantener el sistema de libertades con nuestro compromiso, no hacemos nuestro trabajo al justificar todas esas flagrantes violaciones por nuestra necesidad compulsiva de actuar de jueces en un proceso en el que no tenemos derecho a juzgar porque lo hemos depositado en otras personas; nuestra incapacidad para abstraernos de nuestros juicios de valor y nuestras sentencias anticipadas solamente porque queremos librarnos del sentimiento de indefensión que nos produce el conocimiento de un crimen execrable como es disparar a una niña de trece años.
Nos negamos a reconocer que nuestro derecho se reduce al derecho a estar informados de la condena de un culpable cierto, no de la vida y andanzas de un posible culpable. Se circunscribe al derecho a conocer una sentencia judicial y el proceso que ha llevado a ella. No a la participación en la misma.
Así que cuando me pregunto por qué conozco el nombre completo de Juan Carlos Alfaro Aparicio solamente me queda una respuesta posible, una explicación plausible. 
Porque ni nuestra sociedad, ni nuestros medios de comunicación, ni nuestros poderes públicos, ni por supuesto nosotros, creemos ni respetamos la justicia.
Como el autonombrado francotirador de Albacete apuntamos y disparamos sin preocuparnos en absoluto de si tenemos derecho a hacerlo.
La única diferencia entre él y nosotros es que él mata a dos personas. Nosotros nos matamos a nosotros mismos.

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