Me hago una pregunta. Me la hago cada
vez que ocurre una de estas cosas, cada vez que se produce una de estas
historias de diario de sucesos y de espacio televisivo de víscera y sangre.
En esta ocasión la pregunta adopta el nombre
de un individuo que vive en la provincia de Albacete que, según me cuentan, se
encuentra atrincherado en una caseta, que es perseguido por lo más granado de
los cuerpos de élite de Las Fuerzas de Seguridad del Estado.
Y la pregunta es muy simple, muy
directa. Tan simple y directa como nuestra hipocresía: ¿Por qué conozco a Juan
Carlos Alfaro Aparicio?
Y la respuesta es completamente demoledora,
inconscientemente destructora, implacablemente acusadora: Porque hay mucha
gente que no está haciendo su trabajo o que lo está haciendo mal.
Yo no debería conocer el nombre y los
dos apellidos de alguien que ni siquiera está detenido por un crimen, yo no
debería poder ver en portada la fotografía de un individuo, extraída de su
perfil de Facebook, cuando ni siquiera hay una acusación formal contra él.
Yo no debería saber si ha confesado o
no por teléfono, no debería tener ni idea de la localidad en la que vive, ni
mucho menos de la calle en la que está su casa o de la localización de los
terrenos que son propiedad de su familia.
Para mi ese sujeto debería ser como
mucho un conjunto de iniciales y una edad y ni siquiera eso. Eso tendría que
empezar a serlo cuando fuera detenido.
Y aquellos que crean que eso es
irrelevante están considerando irrelevante que la justicia funcione como tiene
que funcionar; y aquellos que crean que esto es defender al asesino que se
pregunten porque saben que es un asesino, si un juez le ha declarado asesino y
si existe siquiera una acusación por asesinato y tendrán una respuesta a su
pregunta.
Y nosotros, los llamados ciudadanos de
a pie, que creemos que todo eso es permisible y además defendible porque
tenemos derecho, a saber, a estar informados, a juzgar.
Por supuesto que creemos eso. Por
supuesto que nos negamos a aceptar restricción alguna a lo que creemos
necesitar. Aunque sea visceral, aunque sea injusto en esencia. Aunque sea
incluso ilegal. Por supuesto que nos negamos a educarnos en el respeto a nosotros
mismos, al sistema de libertades que decimos desear, cuando va en contra de
nuestras exigencias más primarias. Por supuesto que tampoco sabemos hacer
nuestro trabajo.
Nuestra sociedad Occidental Atlántica
no nos deja anteponer nada a nuestras necesidades por muy viscerales, macabras,
morbosas e injustas que sean. Por supuesto que creemos que tenemos derecho a
conocer hasta el último detalle de alguien simplemente porque hayamos decidido
que alguien es un asesino, porque alguien nos diga.
Así que los informadores policiales,
gargantas profundas y filtradores no hacen su trabajo por anteponer la
relevancia mediática a los derechos de procesamiento, por facilitar y aportar datos que nos hacen conocer a
alguien que nos tendría que ser desconocido.
Los medios de comunicación por más que
intenten caminar en el filo del funambulismo legal de colar un "presunto" cada once palabras,
no hacen su trabajo porque no aplican en su máxima expresión la ética de su
profesión en aras de lograr audiencias millonarias y tiradas extras.
Los organismos judiciales no hacen su
trabajo al no imponer secretos sumariales desde el primer momento de las
investigaciones y al no realizar investigaciones y tramitar sanciones
contra quienes se los salten a la torera.
Los órganos gubernamentales, que tanto
se preocupan por la seguridad de policías que van con las placas ocultas y los
rostros tras cascos, ni hacen su trabajo al permitir que policías que realizan
una búsqueda a cara descubierta sean fotografiados y subidos a Internet,
ignorando la posibilidad de que eso facilite la huida o el disparo de aquel al
que persiguen.
Y nosotros, los que deberíamos
mantener el sistema de libertades con nuestro compromiso, no hacemos nuestro
trabajo al justificar todas esas flagrantes violaciones por nuestra necesidad
compulsiva de actuar de jueces en un proceso en el que no tenemos derecho a
juzgar porque lo hemos depositado en otras personas; nuestra incapacidad para
abstraernos de nuestros juicios de valor y nuestras sentencias anticipadas
solamente porque queremos librarnos del sentimiento de indefensión que nos
produce el conocimiento de un crimen execrable como es disparar a una niña de
trece años.
Nos negamos a reconocer que nuestro
derecho se reduce al derecho a estar informados de la condena de un culpable
cierto, no de la vida y andanzas de un posible culpable. Se circunscribe al
derecho a conocer una sentencia judicial y el proceso que ha llevado a ella. No
a la participación en la misma.
Así que cuando me pregunto por qué
conozco el nombre completo de Juan Carlos Alfaro Aparicio solamente me queda
una respuesta posible, una explicación plausible.
Porque ni nuestra sociedad, ni
nuestros medios de comunicación, ni nuestros poderes públicos, ni por supuesto
nosotros, creemos ni respetamos la justicia.
Como el autonombrado francotirador de
Albacete apuntamos y disparamos sin preocuparnos en absoluto de si tenemos
derecho a hacerlo.
La única diferencia entre él y
nosotros es que él mata a dos personas. Nosotros nos matamos a nosotros mismos.
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