Hay ocasiones en las que se antoja que
las situaciones que se producen van mucho más allá de la lógica. En las que las
soluciones propuestas o llevadas a cabo para los problemas se transforman en la
base del mismo como si se quisiera evitar el crecimiento de malas hierbas
plantando hiedra venenosa. Es cierto que las malas hierbas dejan de crecer pero
la tierra se envenena irremisiblemente con su sustituto.
Y eso es lo que le está pasando a este
gobierno con un problema que llevamos arrastrando desde que hace más de una
década se decidiera que el motor de la economía, del falso crecimiento
económico, tenía que ser algo que se llamó técnicamente sector o mercado
inmobiliario, que terminó convirtiéndose en algo denominado burbuja
inmobiliaria y que en resumen no es otra cosa que especular y jugar a la ruleta
rusa con el techo y las paredes que deberían cobijarnos.
Vaya por delante que estamos en la
situación en la que estamos porque quisimos arriesgarnos y perdimos. Porque
jugamos a ser inversores especulativos con nuestras propias casas y creímos que
podíamos sacar rendimiento a una inversión que tendría que haberlo sido en un
futuro estable y que transformamos en una constante mudanza jugando con el
siempre ascendente precio de nuestra vivienda.
Incluso aquellos de nosotros que no lo
hicieron, porque creyeron que la única forma de lograr un techo era comprarlo,
adquirirlo a cualquier precio aunque eso supusiera hipotecarnos por encima de
nuestras posibilidades, aunque eso supusiera condenarnos a un pago hasta
después de la jubilación. Se comieron la venta de marketing de las
inmobiliarias de que un alquiler es tirar el dinero, de que una vivienda es un
valor seguro y de que la propiedad nos haría más libres. Puede que no más ricos
pero sí más libres.
Todo eso era mentira pero nosotros lo
compramos sin pestañear y nadie nos obligó a hacerlo. Y luego el cántaro de la
lechera del trabajo estable se rompió, la dulce leche de la propiedad
inmobiliaria se desparramó por el suelo agriándose antes de llegar siquiera a
nuestros labios y aquello que iba a ser nuestra liberación se transformó en
nuestra más pesada carga.
Y no podemos quejarnos porque nadie
nos obligó a hacerlo. Nadie nos exigió que viviéramos y compráramos por encima
de nuestras posibilidades. Aunque ahora hayamos tenido que volver a casa de
nuestros padres por culpa de ese sueño desabrido y no nos llegue el sueldo a
fin de mes pagando una hipoteca de una casa en la que no vivimos, aunque
tengamos que compartir vivienda con ex parejas mal encaradas porque no hay
dinero para seguir caminos diferentes aunque los corazones se hayan separado
hace tiempo.
Y cuando todo eso estalló, cuando las
malas hierbas poblaron hasta tal punto el campo inmobiliario español que ya no
quedó sitio para la cosecha empezaron los problemas. 350.000 desahucios en los
últimos tres años, familias e individuos condenados al pago de una hipoteca de
por vida cuando ya ni siquiera tienen acceso a la vivienda y toda suerte de
situaciones que van de lo rocambolesco a lo trágico.
Y aquí es donde el pepero
convencional, aquel que defiende lo que hace el Gobierno porque es de su
partido y porque él le votó, no porque se haya parado a reflexionar si está
bien hecho es cuando esgrime el argumento más típico, el más repetido en este
país por unos y por otros para justificar lo que les rechina, lo que no termina
de encajarles: "los otros -en este caso el PSOE- hacían lo mismo -es decir
los desahucios- y nadie se quejaba".
Y es aquí donde los defensores del
libre mercado a ultranza, los que creen aún que el capitalismo liberal es la
medida de todas las cosas afirman sin pestañear: "el sistema es así. Si se
firma un contrato hay que cumplirlo y si no pagas es justo que te embarguen y
te desahucien, ¡que lo hubieran pensado antes!"
Y tendrían razón si eso se aplicara a
pies juntillas. Pero olvidan, ignoran o simplemente ocultan una realidad: Que
el cuento dela lechera del mercado inmobiliario español tuvo y tiene dos
narradores, dos personajes de fábula que cayeron en el mismo error y que
son expresión de los mismos vicios: los compradores y los bancos.
Porque tampoco nadie obligó a los
bancos a conceder préstamos si cuento y sin medida por importas muy superiores
a sus márgenes de seguridad, porque nadie les obligó a apalancar deuda -curioso
sinónimo de endeudarse hasta el cuello- usando el dinero de sus inversores y
sus clientes para participar en un mercado inmobiliario que parecía que nunca
iba a dejar de dar réditos, nadie les obligó a competir por los clientes,
sufragándoles hasta los muebles de la casa hipotecada, como si se tratara de
operadoras de telefonía compitiendo por una nueva línea telefónica.
Pero los que defienden al Gobierno del
PP, porque es del PP y los que defienden el liberalismo económico, porque no
han visto que está agonizando, no tienen esa parte en cuenta.
Porque este Gobierno, cuando se ha
enfrentado al problema del estallido inmobiliario y financiero ha decidido
plantar hiedra venenosa en el campo para evitar que sigan creciendo las malas hierbas.
Y esa hiedra venenosa del rescate bancario está destruyendo el sustrato.
Y hasta los jueces lo dicen. Hasta
aquellos que están obligados a aplicar las leyes de desahucios lo afirman. No
es ilegal, porque una ley de 1909, promulgada por Alfonso XIII cuando mi abuela
tenía cinco años, hace que sea legal. Pero es injusto.
Porque, si el Gobierno se ha decidido
por salvar de los destrozos que ha generado la ensoñación de riqueza y fortuna
futura que generó la burbuja a aquellos que reinvirtieron los beneficios de la
leche de su cántaro antes siquiera de venderla, tiene que intentar salvar a
todos. No solo a unos.
Porque si hay que cumplir los
contratos y pagar las deudas porque así lo exige el libre mercado capitalista
lo tienen que hacer todos: bancos y compradores, porque si el Gobierno intervienen
para evitarlo lo tiene que evitar para todos: hipotecantes e hipotecados;
porque haga lo que haga el Gobierno lo tiene que hacer en las dos direcciones:
prestamistas y deudores.
Pero no lo hace.
Rescata a Bankia, cubre un agujero de
58.000 millones de euros -y lo que queda por cubrir y descubrir-, recauda o se
obliga a intentarlo por lo menos, más de 100.000 millones para el famoso banco
malo extrayéndolos de dinero que iba a parar a otros ámbitos y luego abandona a
su suerte a los desahuciados.
Es como barbechar y abonar una parte del
campo para que se recupere de los estragos de las malas hierbas y sembrar
la otra de sal para matar las mismas malas hierbas.
Bankia recibe del Estado más dinero
que la mayoría de los ministerios. Su principal propietario es el Estado, se le
insuflan más de 50.000 millones para salvarla de su propia locura, de su propia
deuda apalancada, del desastre que han generado sus propias decisiones pero
luego se la permite ser la responsable del 80 por ciento de las ejecuciones
hipotecarias de la Comunidad de Madrid.
Se permite que aquel que participó en
el sueño irresponsable e inconsciente de la burbuja inmobiliaria cargue sobre
el otro protagonista del cuento el peso de esa irresponsabilidad compartida, de esa inconsciencia en común, mientras él lo
elude elegantemente gracias a la aparición del caballero blanco del rescate
bancario que cabalga desde Génova y Moncloa hasta las puertas de los bancos.
Y eso es lo que los jueces dicen que
no es justo. Y eso es lo que está haciendo que demoren una y otra vez los desahucios
con miles de triquiñuelas legales -que ellos conocen mejor que nadie- y eso es
lo que hace que hasta una comisión judicial haya elaborado un informe para el
Consejo General del Poder Judicial en el que saca los colores al Gobierno sobre
el desahucio.
Porque si has decidido intervenir para
minimizar los efectos del estallido de la burbuja inmobiliaria tienes que
intervenir en favor de todos, no solamente de aquellos que te dan dinero para las
campañas electorales y que te han sufrago tus negocios privados.
¿Por qué no se utiliza una parte de
esos 58.000 millones como fondo del que pagar los créditos hipotecarios que las
familias no puedan afrontar?, ¿por qué no se cambia la ley hipotecaria para
permitir la dación en pago?, ¿por qué no se obliga a las entidades intervenidas
a paralizar o congelar de forma automática las ejecuciones -no digo a
condonarlas, digo a congelarlas- mientras los hipotecados estén en situación de
desempleo?, ¿con que base ética se permite que Bankia expulse de sus hogares a
los desahuciados afirmando que un contrato debe cumplirse cuando ellos han
incumplido muchos más sacrosantos principios del capitalismo y han apalancado
su deuda hasta límites estratosféricos dignos del ya mítico salto de Félix?
¿Por qué si se ayuda a salir de la
situación a los bancos, no se ayuda a los hipotecados?
Porque los dos fueron igual de
irresponsables, los dos fueron igualmente artífices de la burbuja que ahora los
devora, los dos jugaron a la ruleta rusa con su futuro. Pero por lo menos los
hipotecados solamente arriesgaron su propio dinero y su propio futuro. Los
bancos arriesgaron el de todos.
Y esa es la hiedra venenosa que este
Gobierno ha sembrado en su intento de arrancar la mala hierba de la burbuja
inmobiliaria. El conocimiento de que solamente ayudará a quien le venga bien
ayudar, de que solamente intervendrá para ayudar a una parte de una decisión y
un camino irresponsable en la que participó tanto o más que el resto de la
sociedad. La certeza de que abandonará a su suerte a aquellos que nada le
pueden dar a cambio de su ayuda.
Si no se interviene, no se interviene
y se deja que todo lo que tenga que caer caiga para luego volver a empezar.
Pero si se interviene, se interviene en favor de todos.
Y eso es lo que están diciendo los
jueces y eso es lo que están demandando miles y miles de ciudadanos.
Se llama coherencia, ¿es mucho pedir?
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