lunes, octubre 29, 2012

Gobierno, peajes y la mentira interior de Zebedeo.


Cuando te desdices una vez se te puede conceder la duda del error y achacarte el venial pecado de la ligereza; cuando te desdices muchas y reiteradas veces corres el riesgo de que la duda del error se transforme en la certeza de la mentira y que la venialidad de la ligereza comience a percibirse como inconsciencia, sino directamente como irresponsabilidad. Pero cuando te desdices de algo que a que aplicas de forma inquebrantable a unas situaciones negándote a aplicarlo con la misma rigidez en otras entonces pasas a otro nivel, te conviertes en otra cosa que no es algo peor que un venial erróneo o que un mentiroso irresponsable.
Te conviertes en un descreído. Por decirlo en términos bíblicos que les serán mucho más cercanos a algunos en un Fariseo. O lo que es lo mismo, en el actual Gobierno de España.
Porque el Gobierno de este país ha tardado apenas unas horas en desdecirse de sus presupuestos, en abominar de su autoproclamado evangelio en defensa de la austeridad como mandamiento único de la religión de la salvación liberal capitalista para convertirlos en otra cosa, para practicar su querido juego dle digodiegismo que Mariano Rajoy y todo el área económica de su gobierno llevan practicando desde que pusieran el pie en Moncloa.
Porque en unas horas ha modificado -casi en secreto y por lo bajo, eso sí- sus presupuestos para negarse a sí mismo, para adjurar de la fe que propaga a los cuatro vientos y que quiere imponer, cual cruzada medieval, en todas las mentes y corazones del territorio español. 
Pero la enmienda presupuestaria del PP que prevé la reserva de dinero público para otorgar préstamos a las empresas concesionarias de las carreteras privadas de peaje, actualmente en quiebra, el ingreso de dinero en sus arcas y la paralización del pago de los intereses de sus créditos durante dos años, es otra cosa.
Es otro tipo de mentira. Es un esputo farisaico en el mismo rostro de la supuesta inquebrantable fe en la reducción de gasto que Moncloa pregona una y otra vez con los rasgamientos de vestiduras de los recortes y los golpes de pecho de la falta de inversión. Es negarse a sí mismos y lo que dicen defender.
Cierto es que ya había mentido antes. Había cambiado de idea con el déficit, con los impuestos, con los recortes, con las pensiones, con los salarios de los funcionarios y con prácticamente todas y cada una de las promesas que había realizado cuando aún dependía de los sufragios para poder propagar su austera fe económica por las cuentas españolas.
Pero esas mentidas, que Rajoy, Montoro, Guindos y Sáenz de Santamaría querían -y aún quieren- hacer pasar por errores veniales causados por la falta de información- , eran mentiras que se explicaban por un intento de realizar aquello en lo que se suponía que creían, de aquello que se suponía que sabían que funcionaria.
Eran mentiras electorales que buscaban ocultar a los infieles las cosas que se iban a hacer para que los paganos, los que no habían visto la luz de la revelación del control del déficit, les votaran, les abrieran la puerta y les permitieran entrar en la casa. 
Buscaban ocultar a los demás lo perjudicial o lo molesto de aquello que ellos habían decidido que había que hacer.  Pero esta enmienda los niega a sí mismos.
Hace unos días sus representantes en el CGPJ bloquean un informe jurídico según el cual hay que modificar la ley de desahucios para hacerla más justa y dar ayudas a las familias. El PP tremola su mandamiento de "las deudas hay que pagarlas", en los mismos Presupuestos, toda la oposición presenta enmiendas que proponen más gasto en uno u otro sector, la inquebrantable fe en la austeridad hace al PP rechazarlas todas.
Y de repente, en mitad de la noche, intentando que nadie lo descubra, el Gobierno presenta una modificación que hace que de repente las deudas -ni siquiera los intereses de esas deudas- haya que pagarlos, que de repente la contención del gasto pase a un segundo plano. 
Ya no miente porque haya ocultado una acción para que los que no creen en su forma de actuar no proteste. Miente porque ha afirmado creer en algo y luego demuestra con sus actos que no cree en ello en absoluto.
No se puede dar ayudas a las familias desahuciadas pero sí a las empresas; no se puede paralizar el pago de las hipotecas a deudores sin empleo pero si demorar el pago de intereses a empresas en quiebra, no se puede aumentar el gasto para cubrir en mejores condiciones partidas de Dependencia, de becas de libros y comedor o de Servicios Sociales pero si se puede para aportar dinero a las quebradas arcas de empresas que hicieron una apuesta de negocio y fracasaron en ella.
Las carreteras de peaje y la enmienda que las protege solamente envían un mensaje. El PP no cree en la austeridad, no cree en los recortes. 
Es el viejo fariseo. Es Zebedeo, que levanta la mano sujetando la piedra, pidiendo el honor de ser el primero en arrojarla contra el rostro de la prostituta y luego, de noche, abandona embozado el lecho de la viuda para hacer cola paciente ante la puerta de entrada del burdel.
Ni siquiera el rescate bancario había asumido esa forma tan burda de fariseísmo. Se suponía que los bancos se salvaban por imposición foránea, por necesidad del sistema financiero, por lograr que su salvación repercutiera en el conjunto de la economía y la sociedad. Sabíamos que era mentira, pero por lo menos se tomaban el esfuerzo de intentar convencernos, de intentar engañarnos.
Con la enmienda presupuestaria que pretende salvar las carreteras de peaje ni siquiera lo intentan. Solamente intentan estafarse a sí mismos. 
Porque saben que una carretera de peaje no es sustancial para el sistema económico liberal capitalista, porque las empresas concesionarias de esos negocios fallidos no van a revertir sus ganancias en créditos a las empresas y a los particulares que les ayuden a salir de sus dramas personales -como pretenden hacernos creer con los bancos- porque la deuda soberana no se negociará con más dificultad porque esas empresas quiebren. 
Les dan a los que no lo necesitan aquello que le niegan a los que lo precisan desesperadamente por motivos que nada tienen que ver con su supuesta fe en la libre competencia, el libre mercado y la obligatoriedad sacrosanta de saldar las deudas o morir en el intento. Se lo dan porque esos contratos fueron negociados al alza de forma temeraria con el segundo gobierno de José María Aznar, se lo otorgan porque esas empresas fueron al apuesta nepotista de la joya de La Corona del PP que era La Comunidad De Madrid con la emperatriz Aguirre a la cabeza, las ayudan porque están participadas por amigos, socios de negocios y bancos aliados.
Todo eso se superpone a su supuesta inquebrantable fe en el ahorro, que les grita, como la atronadora voz del Metatrón, que las dejen caer; se pone por delante de su públicamente profesada creencia en la bondad de la exigencia de exigir a todos que paguen sus deudas, que les repite con la insistencia enfermiza de un profeta apocalíptico, que les embarguen los bienes y las obliguen a pagar lo que deben.
Pero el Gobierno español, quizás aprendiendo de lo que ve y ha visto en nuestras calles, nuestras casas y nuestras camas, se convierte en el perfecto Fariseo. Se niega a si mismo y a su fe en su propio beneficio.
Porque hace lo que hacemos nosotros en otras facetas de nuestras vidas. 
Nosotros, que negamos a los demás lo que exigimos para nosotros mismos, que demandamos sinceridad y confianza ciegas y a ultranza salvo cuando esa sinceridad y esa confianza nos obliga a nosotros a ejecutarla con un esfuerzo, con un compromiso o un ejercicio de responsabilidad.
Nosotros que esperamos que nos amen antes de amar, que nos protejan sin comprometernos a proteger, que nos entiendan sin esforzarnos en comprender. Que todo cambie a nuestro favor sin sentirnos con ello obligados a cambiar en nuestra contra y en favor de los demás integrantes de la Humanidad.
Nosotros, que clamamos en lo público por un respeto como derecho que negamos una y otra vez a los demás en lo privado en cuanto nos viene bien, en cuanto nos impone cumplir las mismas exigencias que consideramos ineludibles para otros.
Nosotros, que mentimos -o negamos el acceso a la verdad- a los demás y nos mentimos a nosotros mismos en cuanto aquello que se supone que consideramos importante o que estimamos como un principio inquebrantable nos obliga a pensar en contra nuestra, a cambiar nuestras actitudes, a intensificar nuestros esfuerzos. A actuar en favor de otros y en en nuestro propio detrimento voluntario.
Así que quizás, solamente quizás, Rajoy, su gobierno y su enmienda presupuestaria para salvar las carreteras de peaje, hayan tomado notas para su fariseísmo de nosotros. 
Aunque el nuestro sea íntimo y privado y solamente destruya y provoque dolor a nuestro entorno y el suyo sea público y notorio y nos robe el aliento y el futuro a todos los demás.
Quizás, solo quizás, la enmienda presupuestaria del peaje, tan solo nos muestre un ejemplo demencial y doliente de lo que hemos decidido o nos hemos conformado con ser. De que todos, incluido el Gobierno, somos tarde o temprano por mor de cómo hemos construido esta sociedad nuestra, atlántica occidental, poco más que el remedo de un farisaico Zebedeo.

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