Cuando te desdices una vez se te puede
conceder la duda del error y achacarte el venial pecado de la ligereza; cuando
te desdices muchas y reiteradas veces corres el riesgo de que la duda del error
se transforme en la certeza de la mentira y que la venialidad de la ligereza
comience a percibirse como inconsciencia, sino directamente como
irresponsabilidad. Pero cuando te desdices de algo que a que aplicas de forma
inquebrantable a unas situaciones negándote a aplicarlo con la misma rigidez en
otras entonces pasas a otro nivel, te conviertes en otra cosa que no es algo
peor que un venial erróneo o que un mentiroso irresponsable.
Te conviertes en un descreído. Por
decirlo en términos bíblicos que les serán mucho más cercanos a algunos en un
Fariseo. O lo que es lo mismo, en el actual Gobierno de España.
Porque el Gobierno de este país ha
tardado apenas unas horas en desdecirse de sus presupuestos, en abominar de su
autoproclamado evangelio en defensa de la austeridad como mandamiento único de
la religión de la salvación liberal capitalista para convertirlos en otra cosa,
para practicar su querido juego dle digodiegismo que Mariano Rajoy y todo el
área económica de su gobierno llevan practicando desde que pusieran el pie en
Moncloa.
Porque en unas horas ha modificado
-casi en secreto y por lo bajo, eso sí- sus presupuestos para negarse a sí
mismo, para adjurar de la fe que propaga a los cuatro vientos y que quiere
imponer, cual cruzada medieval, en todas las mentes y corazones del territorio
español.
Pero la enmienda presupuestaria del PP
que prevé la reserva de dinero público para otorgar préstamos a las empresas
concesionarias de las carreteras privadas de peaje, actualmente en quiebra, el
ingreso de dinero en sus arcas y la paralización del pago de los intereses de
sus créditos durante dos años, es otra cosa.
Es otro tipo de mentira. Es un esputo
farisaico en el mismo rostro de la supuesta inquebrantable fe en la reducción
de gasto que Moncloa pregona una y otra vez con los rasgamientos de vestiduras
de los recortes y los golpes de pecho de la falta de inversión. Es negarse a sí
mismos y lo que dicen defender.
Cierto es que ya había mentido antes.
Había cambiado de idea con el déficit, con los impuestos, con los recortes, con
las pensiones, con los salarios de los funcionarios y con prácticamente todas y
cada una de las promesas que había realizado cuando aún dependía de los
sufragios para poder propagar su austera fe económica por las cuentas
españolas.
Pero esas mentidas, que Rajoy,
Montoro, Guindos y Sáenz de Santamaría querían -y aún quieren- hacer pasar por
errores veniales causados por la falta de información- , eran mentiras que se
explicaban por un intento de realizar aquello en lo que se suponía que creían,
de aquello que se suponía que sabían que funcionaria.
Eran mentiras electorales que buscaban
ocultar a los infieles las cosas que se iban a hacer para que los paganos, los
que no habían visto la luz de la revelación del control del déficit, les
votaran, les abrieran la puerta y les permitieran entrar en la casa.
Buscaban ocultar a los demás lo
perjudicial o lo molesto de aquello que ellos habían decidido que había que
hacer. Pero esta enmienda los niega a sí mismos.
Hace unos días sus representantes en
el CGPJ bloquean un informe jurídico según el cual hay que modificar la ley de
desahucios para hacerla más justa y dar ayudas a las familias. El PP tremola su
mandamiento de "las deudas hay que
pagarlas", en los mismos Presupuestos, toda la oposición presenta
enmiendas que proponen más gasto en uno u otro sector, la inquebrantable fe en
la austeridad hace al PP rechazarlas todas.
Y de repente, en mitad de la noche,
intentando que nadie lo descubra, el Gobierno presenta una modificación que
hace que de repente las deudas -ni siquiera los intereses de esas deudas- haya
que pagarlos, que de repente la contención del gasto pase a un segundo
plano.
Ya no miente porque haya ocultado una
acción para que los que no creen en su forma de actuar no proteste. Miente
porque ha afirmado creer en algo y luego demuestra con sus actos que no cree en
ello en absoluto.
No se puede dar ayudas a las familias
desahuciadas pero sí a las empresas; no se puede paralizar el pago de las
hipotecas a deudores sin empleo pero si demorar el pago de intereses a empresas
en quiebra, no se puede aumentar el gasto para cubrir en mejores condiciones
partidas de Dependencia, de becas de libros y comedor o de Servicios Sociales
pero si se puede para aportar dinero a las quebradas arcas de empresas que
hicieron una apuesta de negocio y fracasaron en ella.
Las carreteras de peaje y la enmienda
que las protege solamente envían un mensaje. El PP no cree en la austeridad, no
cree en los recortes.
Es el viejo fariseo. Es Zebedeo, que
levanta la mano sujetando la piedra, pidiendo el honor de ser el primero en
arrojarla contra el rostro de la prostituta y luego, de noche, abandona
embozado el lecho de la viuda para hacer cola paciente ante la puerta de
entrada del burdel.
Ni siquiera el rescate bancario había
asumido esa forma tan burda de fariseísmo. Se suponía que los bancos se
salvaban por imposición foránea, por necesidad del sistema financiero, por
lograr que su salvación repercutiera en el conjunto de la economía y la
sociedad. Sabíamos que era mentira, pero por lo menos se tomaban el esfuerzo de
intentar convencernos, de intentar engañarnos.
Con la enmienda presupuestaria que
pretende salvar las carreteras de peaje ni siquiera lo intentan. Solamente
intentan estafarse a sí mismos.
Porque saben que una carretera de
peaje no es sustancial para el sistema económico liberal capitalista, porque
las empresas concesionarias de esos negocios fallidos no van a revertir sus
ganancias en créditos a las empresas y a los particulares que les ayuden a
salir de sus dramas personales -como pretenden hacernos creer con los bancos-
porque la deuda soberana no se negociará con más dificultad porque esas
empresas quiebren.
Les dan a los que no lo necesitan
aquello que le niegan a los que lo precisan desesperadamente por motivos que
nada tienen que ver con su supuesta fe en la libre competencia, el libre
mercado y la obligatoriedad sacrosanta de saldar las deudas o morir en el
intento. Se lo dan porque esos contratos fueron negociados al alza de forma
temeraria con el segundo gobierno de José María Aznar, se lo otorgan porque
esas empresas fueron al apuesta nepotista de la joya de La Corona del PP que
era La Comunidad De Madrid con la emperatriz Aguirre a la cabeza, las ayudan
porque están participadas por amigos, socios de negocios y bancos aliados.
Todo eso se superpone a su supuesta
inquebrantable fe en el ahorro, que les grita, como la atronadora voz del Metatrón,
que las dejen caer; se pone por delante de su públicamente profesada creencia
en la bondad de la exigencia de exigir a todos que paguen sus deudas, que les repite
con la insistencia enfermiza de un profeta apocalíptico, que les embarguen los
bienes y las obliguen a pagar lo que deben.
Pero el Gobierno español, quizás
aprendiendo de lo que ve y ha visto en nuestras calles, nuestras casas y
nuestras camas, se convierte en el perfecto Fariseo. Se niega a si mismo y a su
fe en su propio beneficio.
Porque hace lo que hacemos nosotros en otras facetas
de nuestras vidas.
Nosotros, que negamos a los demás lo que exigimos para nosotros mismos, que demandamos sinceridad y confianza ciegas y a ultranza salvo cuando esa sinceridad y esa confianza nos obliga a nosotros a ejecutarla con un esfuerzo, con un compromiso o un ejercicio de responsabilidad.
Nosotros que esperamos que nos amen antes de amar, que nos protejan sin comprometernos a proteger, que nos entiendan sin esforzarnos en comprender. Que todo cambie a nuestro favor sin sentirnos con ello obligados a cambiar en nuestra contra y en favor de los demás integrantes de la Humanidad.
Nosotros, que negamos a los demás lo que exigimos para nosotros mismos, que demandamos sinceridad y confianza ciegas y a ultranza salvo cuando esa sinceridad y esa confianza nos obliga a nosotros a ejecutarla con un esfuerzo, con un compromiso o un ejercicio de responsabilidad.
Nosotros que esperamos que nos amen antes de amar, que nos protejan sin comprometernos a proteger, que nos entiendan sin esforzarnos en comprender. Que todo cambie a nuestro favor sin sentirnos con ello obligados a cambiar en nuestra contra y en favor de los demás integrantes de la Humanidad.
Nosotros, que clamamos en lo público por un respeto
como derecho que negamos una y otra vez a los demás en lo privado en cuanto nos
viene bien, en cuanto nos impone cumplir las mismas exigencias que consideramos
ineludibles para otros.
Nosotros, que mentimos -o negamos el acceso a la verdad- a los demás y nos mentimos a nosotros mismos en cuanto aquello que se supone que consideramos importante o que estimamos como un principio inquebrantable nos obliga a pensar en contra nuestra, a cambiar nuestras actitudes, a intensificar nuestros esfuerzos. A actuar en favor de otros y en en nuestro propio detrimento voluntario.
Nosotros, que mentimos -o negamos el acceso a la verdad- a los demás y nos mentimos a nosotros mismos en cuanto aquello que se supone que consideramos importante o que estimamos como un principio inquebrantable nos obliga a pensar en contra nuestra, a cambiar nuestras actitudes, a intensificar nuestros esfuerzos. A actuar en favor de otros y en en nuestro propio detrimento voluntario.
Así que quizás, solamente quizás,
Rajoy, su gobierno y su enmienda presupuestaria para salvar las carreteras de
peaje, hayan tomado notas para su fariseísmo de nosotros.
Aunque el nuestro sea íntimo y privado y
solamente destruya y provoque dolor a nuestro entorno y el suyo sea público y
notorio y nos robe el aliento y el futuro a todos los demás.
Quizás, solo quizás, la enmienda
presupuestaria del peaje, tan solo nos muestre un ejemplo demencial y doliente
de lo que hemos decidido o nos hemos conformado con ser. De que todos, incluido
el Gobierno, somos tarde o temprano por mor de cómo hemos construido esta
sociedad nuestra, atlántica occidental, poco más que el remedo de un farisaico Zebedeo.
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