Uno de los signos de nuestro tiempo es
que la ficción cada vez nos alcanza antes. Hasta hace dos días como quien dice
el futuro tardaba mucho en llegar. Los escritores de anticipación, los
guionistas de ciencia ficción, vivían y morían antes de que la realidad
alcanzara sus visiones, sus sueños o sus pesadillas.
Pero ya no. Hace un tiempo
indeterminado entre cuando empezamos a usar el éter para fingir que nos
comunicamos y hoy mismo, que los plazos se han acortado, que la ficción se ha
hecho casi simultánea con la naturaleza de nuestra realidad.
No hace ni dos semanas que Black
Mirror, una serie televisiva que no lo es porque obliga a pensar, nos mostraba
como sería el mundo si un aparato nos recordara todo lo que habíamos visto en
nuestra vida y ya alguien nos presenta algo llamado The Human Face of Big Data que se encuentra a caballo entre ese
capítulo televisivo y el gran clásico mil veces referenciado de El Gran Hermano
de Orwell. Algo que registrará todo lo que hacemos, lo que vemos y lo
ejecutamos durante toda nuestra vida en Internet.
Algo que, entre pompa y circunstancia,
anuncia la posibilidad definitiva de lo que llevamos intentando hacer desde que
confundimos la conexión con la comunicación y el acceso con la información.
Algo que nos permitirá definitivamente
apartar a esa molestia antaño llamada prójimo de nuestras vidas. Que nos consentirá
matar al otro.
Porque referenciará a los demás -en el
caso de que todos lo usáramos, por supuesto- por lo que hace en el mundo
virtual, por sus conexiones, por su existencia ficticia en el vacío que algunos
inventaron para vincular y nosotros nos empeñamos en usar para mantenernos
aislados. Con la ficción de comunicarnos, pero aislados.
Porque el ser humano será sus conexiones,
porque sus relaciones serán sus conexiones, porque sus reacciones serán sus
conexiones, porque sus definiciones serán sus conexiones.
Más allá del error anecdótico que nos
impedirá diferenciar a un analfabeto informático, incapaz de eliminar o filtrar
su spam de viagra a olas páginas que saltan mostrándole todo tipo de páginas porno,
del obseso sexual y otros errores por el estilo, saber a qué nos conectamos y
que se conectan los demás nos conducirá al sueño que esta civilización
occidental atlántica lleva persiguiendo desde hace generaciones.
Al mito del aislamiento seguro y del
control absoluto de nuestras relaciones personales, sociales, afectivas y
políticas.
Sustituirá al ser humano por las
conclusiones que nosotros saquemos de cada ser humano sin ni siquiera
conocerle.
El disco duro de Black Mirror, que
grababa todo lo que un individuo veía, nos eliminaba de la ecuación
precisamente al individuo que lo llevaba, haciéndole solo referenciable por lo
que él veía que los demás veían de él.
Es decir, nosotros veíamos como,
digamos, su amigo del alma, contemplaba que el portador le llamaba "cabrón con pintas" y
solamente teníamos la reacción del otro para alcanzar el significado.
No veíamos si el individuo lo decía
sonriendo, si lo decía con sarcasmo, si gesticulaba airado, si le estaba
enseñando una foto de una broma que le había gastado en su infancia.
Si el receptor se lo tomaba mal era
simplemente que el otro le había insultado, si el receptor se lo tomaba bien
significaba que era una broma. No contaba con la posibilidad de error en la
decodificación del mensaje.
Pero Big Data va más allá. Es la culminación del proceso que iniciamos
con la conexión constante.
Ya no necesitamos tener al otro
como referencia para comunicarnos con él. Podemos enviarle un mensaje de
felicitación sin necesidad de ver en su rostro la extrañeza o la repulsa
directa a nuestro mensaje, podemos transmitirle o recibir de él una mala
noticia sin necesidad de escuchar cómo se rompe su voz por el teléfono al
transmitirla o sin tener que soportar como estalla en llanto o como se indigna
al recibirla.
Ya no tenemos gestos, inflexiones,
reacciones, silencios incómodos, miradas, sonrisas torcidas silenciosas,
miradas iluminadas. Ya no tenemos comunicación. Solamente tenemos millones de
monólogos entrelazados que no se convierten en diálogos porque nunca perciben
ni tienen en cuenta las reacciones del otro.
Y con este nuevo experimento alcanzamos
el clímax, la perfección del camino que ya estamos recorriendo hacia la falsa comunicación
unidireccional y sin respuesta efectiva.
El otro ya no existe. Solo existen las
conexiones que ha hecho.
Big
Data nos dirá como
somos y se lo dirá a los demás sin necesidad de reflexión por nuestra parte ni
de contacto por parte de los otros. Estableceremos el prejuicio como única puerta
de entrada a la comunicación entre seres humanos.
Dime a qué te conectas y te diré quién
eres. Y si no me gusta a lo que te conectas no me gusta quien eres.
La vida, que hasta hace un par de
generaciones, era la ciencia de los porqués, se convierte de repente en la
tecnología de los cómos y de los cuantos.
Conozco a un individuo en una red
social y descubro que se conecta constantemente a páginas neonazis. No me
gusta, le descarto.
A lo mejor lo hace porque está
haciendo un estudio universitario o porque es policía y su trabajo es
investigarlo o por cualquier otro motivo. Pero Big Data no lo dice y nosotros estamos parapetados tras el éter
para no tener que preguntarlo antes de decidir. Sus motivaciones no importan,
solamente importan sus conexiones.
Entro en contacto con una mujer en una
fiesta y Big Data me dice que entra
contantemente en páginas LGTB. Con toda la tristeza de nuestras hormonas
desinfladas la descartamos para fines afectivos o amatorios.
A lo peor es porque lleva la prensa de
esos colectivos, a lo mejor es porque tiene una hermana que acaba de salir del
armario, a lo mejor es por puro activismo y no por tendencia sexual pero
nosotros no necesitamos pasar el trago de preguntárselo. Big Data nos da la respuesta a su tendencia sexual cuantificada en
el número de sus conexiones y nuestras conclusiones solamente dependen de
nosotros, no de la realidad. Las circunstancias no importan.
Dejamos de ser “yo y mis circunstancias”, para ser “yo y mis conexiones”.
Ya lo hacemos, ya lo estamos haciendo
de forma continua y constante hasta el punto de que nuestra aparente constante
comunicación es solamente constante conexión, pero Big Data nos daría la posibilidad universal de referenciar a los
demás solamente por el tamiz de nuestro individualismo.
Yo no digo que sea bueno o malo.
Solamente digo que no es humano.
A lo mejor hasta tenemos que dejar de
ser humanos para sobrevivir. Para vivir tengo claro que no, pero para
sobrevivir... cualquier cosa es asumible, ¿o no?
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