Unos miles de personas se manifiestan
en la ya mítica Plaza Tahrir de El Cairo pidiendo, en un rito que se ha hecho
ya tradicional, que le nueva constitución que elabora el legislativo egipcio,
en el que los Hermanos Musulmanes del presidente Mursi son mayoría, respete el
laicismo del estado y la libertad religiosa.
Y está bien que se lo recuerden, está
bien que los egipcios busquen la mayor pluralidad del Estado y que su futura
carta magna recoja esos principios si así lo desean. Es su país, es su
gobierno, el que la mayoría de ellos votó, y es su futuro. Así que tienen todo
el derecho a querer construirlo como se les antoje y les venga en gana.
Lo que ya no es tan de recibo es que
el mundo Occidental Atlántico tire de esa reclamación -previa, todo hay
que decirlo, que la constitución egipcia todavía no se ha presentado en
sociedad, ni se ha puesto a votación, ni se ha ratificado en referéndum- y la
aproveche para volver a intentar segar la hierba bajo los pies de un gobierno,
el egipcio, que de momento no ha hecho nada para ganarse las críticas que se le
están presuponiendo de religioso, fundamentalista y teocrático.
Y no es que no pueda hacerlo porque
Mursi y sus Hermanos Musulmanes no tengan unas ciertas tendencias hacia la
implicación religiosa del Estado. No puede hacerlo simplemente porque el
gobierno, la ley y el Estado en Occidente Atlántico ni es laico ni está a una
distancia prudencial de serlo como para que se pueda anticipar la consecución
de esa circunstancia.
Porque el Occidente Atlántico no está
exigiendo, presionando y manipulando a las sociedades de esos países para que
sean laicas, sino para que no sean musulmanas. Y ese es el principal ejemplo de
que esa separación entre la realidad y la religión, entre la ley y los
preceptos, entre la ética y la moral no se da ni de lejos en este mundo
nuestro.
Si así fuera no solamente se exigiría
que los Hermanos Musulmanes llevaran su país al laicismo, se exigiría que todos
los países del mundo lo hicieran.
Y ninguno de los ejemplos de los que
se pueda echar mano bote pronto, a toda prisa, para justificar esa diferencia
de posición es sostenible.
Se dice que es un partido religioso y
eso parece pernicioso. Pero a nadie le parece pernicioso que haya una
internacional Demócrata Cristiana que aglutina a partidos que son más o menos mayoritarios
en la gran parte de los países europeos; se afirma que no se puede tener un
presidente que se rija por los preceptos de una religión y eso mueve a la risa
porque los dos candidatos a las presidenciales de Estados Unidos hacen eso
constantemente, uno de ellos es incluso obispo mormón y nadie cree que eso vaya
contra la libertad en ese autoproclamado baluarte del Occidente Atlántico.
Se dice que un presidente apoyado por
un partido político religioso no representa a todo el Estado y deja fuera a los
demás. Y puede ser un riesgo, pero nadie alerta de ese riesgo contra Mariano
Rajoy, contra Mario Monti, contra Nicolás Sarkozy ni contra Ángela Merkel,
todos ellos miembros de partidos adheridos a la internacional demócrata cristiana,
todos ellos religiosos. Y por supuesto nadie pone en duda la capacidad de representación
de todos los ciudadanos del Reino Unido de Su Graciosa Majestad la Reina de
Inglaterra por la inapreciable coincidencia de ser cabeza visible del reino de
la iglesia anglicana. Y claro nadie se atreve a insinuar eso del candidato republicano
Mitt Romney.
Como eso parece algo de ida y vuelta,
algo que se nos puede echar en cara a los que en occidente centramos nuestras
críticas en lo islámico de los gobiernos como el Egipcio -es decir Turquía,
Túnez, Jordania, que el ejemplo de Irán o de Arabia Saudí son tan asimilables
como si alguien dijera que todos los gobiernos europeos son como el que rige en
el Estado Vaticano-, se recurre a elementos más firmes y más precisos como la
Ley. Se asegura que una ley no puede basarse en la religión.
Y es cierto. Lo que no es cierto es
que nosotros, los occidentales que fingimos ser laicos como Estados y
sociedades, lo hagamos.
En todos los países del orbe europeo y
occidental hay leyes contra el escándalo público
¿Qué suponen? Básicamente, por resumir
y aglutinar, que ningún ciudadano de esos países puede desde pasearse desnudo
por las calles hasta practicar sexo en la vía pública, en diferentes
gradaciones que van desde la legislación de escándalo público de Idaho
-realmente curiosa- hasta la más abierta de las ordenanzas municipales de
Estocolmo.
¿Y a qué se deben esas leyes?,
principalmente a un concepto de decoro y escándalo arrancado sin miramientos de
las páginas de los textos sagrados de la religión cristiana. Se han asentado
con el tiempo, se han introducido en el constructo social pero si te
escandalizas de ver a alguien practicando sexo en un parque es porque tu
inconsciente colectivo te lleva al concepto de pecado, si te ruboriza la
desnudez del prójimo exhibida sin tapujos es porque eres arrojado al más
recóndito pozo del concepto de la castidad religiosa.
Y los occidentales, seamos
izquierdistas o conservadores, feministas o machistas, libertarios o
totalitarios, nos sentimos cómodos con esas leyes y las consideramos justas.
Así que de laicismo poco.
Y lo mismo con por ejemplo la
monogamia.
Por más que las feministas hablen de
dignidad de la mujer, de igualdad y den o se sabe cuántos otros conceptos más,
presumiblemente extraídos de la ética laica, la prohibición de la poligamia
-masculina o femenina, que poligamia significa "muchos matrimonios" no "muchas mujeres", por lo que la invención del término
poliandria es, cuando menos, innecesaria-, se basa solamente en un precepto
religioso que considera inmoral o indecoroso yacer con varios miembros del sexo
opuesto a la vez con fines sexuales.
Y así podríamos seguir con una
multitud de leyes que impregnan nuestros códigos, que saturan nuestros
reglamentos, que jalonan nuestras legislaciones.
¿El castigo por la profanación de
tumbas?, raíz religiosa; ¿considerar como injurias o calumnias referencias a la
actividad sexual de otra persona?, raíz religiosa; ¿el incesto?, raíz
religiosa; ¿la calificación del sexo explícito como no apto para menores?, raíz
religiosa.
Cierto es que, como la moral de la
religiosidad imperante en occidente parece solamente afectar al área del ser
humano que se halla por debajo del ombligo y a las zonas erógenas que caen bajo
su jurisdicción, la mayoría de esas leyes religiosas hacen referencia a la
actividad sexual o todo aquello que puede afectarla, impulsarla o
desencadenarla. Pero eso no hace que sean más laicas.
Y todo ello obviando el hecho de leyes
absolutamente explícitas como la existencia del castigo por ofender la
sensibilidad religiosa o la blasfemia.
O sea que nosotros juzgamos a un
cantante por meterse con dios en una de sus canciones y luego nos rasgamos las
vestiduras porque el gobierno egipcio presente una protesta por unas
caricaturas y unos insultos que son una marcada blasfemia se mire por donde se
mire.
De modo que, aunque seamos laicos,
reconocemos el derecho de los que son religiosos -religiosos cristianos, claro-
a no recibir insultos gratuitos pero nos molestamos cuando los gobiernos de
partidos demócrata islámicos -¿a que suena raro el concepto?, ¿será porque se
omite constantemente de forma voluntaria?- hacen lo mismo.
Y no me refiero a los arrebatados y
violentos salafistas y yihadistas que utilizan de excusa eso para matar al
embajador estadounidense en Libia -que ya se ha demostrado que no fue ni mucho
menos un ataque espontáneo-, me refiero a una simple y normal protesta por los
canales diplomáticos emitida por el gobierno de Mursi, que desató toda suerte
de encendidas críticas en el falsamente laico mundo occidental.
Porque si le echamos a la democracia islámica
la culpa de todo eso, también tendremos que echarle la culpa a la democracia cristiana
de los ataques con estiércol y mierda de vaca a las proyecciones de La Última Tentación de Cristo o de El Exorcismo de Emily Rose, la quema por
parte de las lefevbrerianas de una muestra fotográfica considerada por ellas
irreverente, la quema de coranes por parte de un pastor protestante en Estados
Unidos o el ataque de jóvenes anglicanos en las calles de las ciudades
universitarias de Gran Bretaña contra jovencitas que llevan velo. Y no solemos
echarle la culpa a la democracia cristiana de eso, ¿verdad?
Así que se va haciendo claro que lo
que nos preocupa no es que las sociedades sean laicas. Porque, encima, da la
casualidad de que son los que se hacen llamar demócrata cristianos los que más
protestas y más furibundos ataques contra estas reacciones argumentando que un
gobierno no se puede hacer responsable de la defensa de una religión.
Pero, claro, esos mismos miembros de
la Internacional Democristiana o del Grupo Popular Europeo que realizan esas
afirmaciones no dicen lo mismo cuando el Gobierno de la Comunidad de Madrid
retira una obra de teatro de su programa dramático porque se titula "Me cago en dios" o cuando prohíbe
una campaña publicitaria que coloca en los autobuses municipales el lema "dios no existe" o cuando prohíbe
en un ayuntamiento andaluz realizar un concierto durante la romería de El Rocío
porque uno de los grupos participantes tiene una tonada que se mofa
precisamente de ese acto religioso, o cuando un ayuntamiento presenta una queja
oficial porque determinada publicación ha publicado un artículo de opinión en el
que se duda de la magnitud de la santidad de su santo patrón.
Entonces nuestro laicismo occidental
si nos permite recurrir a la sensibilidad religiosa de otros para justificar
quejas y protestas cuyo derecho le queremos negar a otros, a los que son
religiosos, pero de otra religión.
Y el tercer acto de esta farsa laicista
que vivimos en relación con los Hermanos Musulmanes, con el primer ministro
turco Erdogan y con todos los que pretenden demostrar que se puede ser
demoislámico -por lo menos todo lo demo
que puede ser un democristiano- está en los signos, en los elementos externos
de la sociedad.
Hablamos del velo femenino. Engañamos
a propios y ajenos diciendo que los partidos que tienen como base sus creencias
religiosas están imponiendo el velo islámico. Mentimos por duplicado porque ni
el velo es islámico ni lo están imponiendo.
Tomamos una fotografía de una
presentadora con velo y ya vendemos la imposición cuando lo que han hecho los hermanos
musulmanes -al igual que antes hiciera el nuevo gobierno tunecino- ha
sido levantar la prohibición que pesaba de llevarlo impuesta por los anteriores
regímenes que eran, según parece ahora, muy laicos y muy modernos pese a la
cantidad de personas que mataron, represaliaron y encarcelaron; intentamos
vender que el velo es una muestra de sumisión de la mujer al varón cuando en realidad
es una muestra de sumisión a su dios -como lo es el turbante ¿alguien se ha
preguntado porque en Arabia Saudí, centro del integrismo islámico, todos los
hombres llevan turbante?-. Yo no mostraría jamás mi sumisión ante cualquier
dios conocido o por conocer –ni siquiera aunque alguien pudiera demostrarme que
existiera- pero no me altera en absoluto que otra persona lo haga. Es su mente
y su vida. Es su decisión. Una decisión baldía e inútil, según mi punto de
vista, pero suya.
Tan suya como acudirá velada a la
iglesia, tan suya como ponerse una mantilla en una procesión en señal de
respeto, tan suya como velarse para estar en presencia del jerarca vaticano.
¡Anda!, ¿no nos habíamos dado cuenta de eso?
Nos fijamos en los velos de las
presentadoras egipcias y no en los escotes -o la ausencia de ellos- de las
presentadoras de nuestros informativos que parte también de un concepto de
decoro fundamentado en la religión que el gobierno –todos los gobiernos- imponen
en los canales públicos
¿Significa que no luzcan con fruición sus
perfectos canalillos ante las cámaras que se someten a la voluntad del varón?,
¿significa que el Gobierno intenta imponer una moral basada en su religión?
Ni siquiera nos lo planteamos nos
parece tan normal que ni siquiera reparamos en ello. Incluso los laicos de
verdad.
Así que, los que verdaderamente creemos
que la religión social y jerárquica es una lacra para la civilización -aunque
en periodos anteriores pudiera ayudarla-, no deberíamos dejarnos arrastrar por
ese falso ataque de defensa de lo laico que de repente ha invadido a aquellos
que, desde su democristianismo, nunca han tenido el más mínimo interés en
separar su moral y su religión de la estructuración de la sociedad.
Lo que les preocupa no es que los
Hermanos Musulmanes, Erdogan o el gobierno tunecino, no sean laicos. Lo único que
les preocupa es que no sean cristianos.
Yo no querría vivir en una sociedad
basada en los principios religiosos de ninguna religión, no solamente porque no
crea en ellas -que es el caso- sino porque, con un poco de reflexión, he
llegado a la conclusión de que ninguna religión social puede ser adoptada de
forma universal y por ello se convierten, a través del proselitismo y la
imposición, en uno de los principales motivos de conflicto a lo largo de la
historia. Lo que puede servir para organizar el interior del individuo no tiene
por qué servir para organizar la sociedad. Así de simple.
Por eso me dedico primero a intentar
cambiar la sociedad en la que vivo y dejo que los demás tomen sus propias
elecciones.
Por eso no estoy dispuesto a dejar que
las estructuras cristianas -políticas y jerárquicas- me arrastren a una cruzada
disfrazada de lucha en defensa de un laicismo en el que nunca han creído y
nunca creerán.
Y si los salafistas o los yihadistas vienen
hasta mi puerta y terminan lapidándome por ello porque la santa cruzada no ha
logrado detenerlos. Sea.
No voy a cambiar de forma de pensar
por el miedo que pretenden imponer aquellos que magnifican esa amenaza.
Se lo debo a todos aquellos que
pensaron lo mismo que yo cuando la amenaza era morir en la hoguera.
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