martes, octubre 30, 2012

Ezequiel, José Ignacio Wert y la madre Rebeca o la profecia educativa autoinducida del Gobierno.


Parece que el gobierno que nos ha tocado en suerte a nosotros y a nuestra educación está empeñado en hacer bueno eso que repiten hasta la saciedad de recurrir a nuestras raíces judeocristianas, esas que se supone que tenemos más allá de cualquier otra, aunque estas tierras hayan sido durante muchos mas siglos y milenios paganas, politeistas, arrianas y musulmanas que cualquier otra cosa.
Pero se ve que los chicos de Moncloa, con Wert a la cabeza, han debido leer ese encantador librito de fantasía llamado Antiguo Testamento al revés, se diría que boca abajo y claro lo han entendido todo a la contra, a la inversa.
Si en lo de la economía se empeñan en ser el farisaico Zebedeo que exige a voz en grito la lapidación de los que gastan esgrimiendo la piedra de los recortes en la mano mientras cuando no le ven, por mor de las enmiendas presupuestarias pretende derrochar a manos llenas, en lo de la economía han elegido otras dos figuras bíblicas en las que mirarse.
Para empezar, el ministro Wert, que ayer se dio un mes más de reflexión para su reforma educativa, se disfraza del viejo profeta bíblico -cualquier nombre nos vale- y cae en el rocambole de tirar de don profético.
Para defender su reforma, para argumentar de una forma en apariencia coherente tira de don oracular y afirma que los itinerarios que pretende imponer, que obligan a los niños a elegir a los 13 años y que los encaminan a la inmensa mayoría hacia una formación profesional básica y mínima -no confundir con la FP europea, que está a la altura de nuestras titulaciones universitarias técnicas- demostrará que "la mayoría de los estudiantes tienen su nicho de aprendizaje en esas enseñanzas".
Cual profeta bíblico que cuenta con la inspiración divina, avanza los resultados de su reforma como si hubiera una posibilidad de que no fuera así, como si hubiera una mínima probabilidad de que fuera de otra manera y al acertar se descubriera que tenía razón.
Pero no la hay. En su modelo educativo, no la hay.
Porque se obliga a un niño de 13 años a elegir un itinerario educativo prácticamente irreversible en la edad no se pone de acuerdo consigo para casi nada. En una edad en la que por naturaleza la moda le dura una semana, el amor una quincena y el ídolo de turno apenas unos meses. Pero el sistema educativo que debería procurarle las herramientas para elegir ese camino futuro le obliga a la elección antes de que tenga los mimbres mentales para hacerla con una mínima lucidez.
Porque el sistema diseñado por el profeta Wert segrega de inmediato a los niños con menores rendimientos en las pruebas -que no en las clases, que la evaluación de esos aspectos ya se da por muerta y enterrada- y les cierra el acceso a los ciclos que conducen a las enseñanzas superiores, obligándoles a encaminarse hacia la formación profesional sin otra alternativa. Como si que no se te den bien las matemáticas fuera sinónimo de que no puedas ser abogado o que tengas un enamoramiento juvenil que te robe el sentido durante dos trimestres en el curso clave tuviera que pagarse el resto de la vida con no poder ser arquitecto, ingeniera o cualquier otra profesión que exija un estudio superior.
Así que Wert el profeta en realidad no lo es. 
¡Claro, que la mayoría de los estudiantes hallarán su niño educativo en la Formación Profesional! Pero es una profecía auto inducida porque la reforma del indolente ministro se asegura que así sea. No por la voluntad de los alumnos, no por los conocimientos o la organización laboral de nuestra sociedad lo imponga de esa manera, sino solamente porque Wert y su ley se han encargado de que así sea, de que no haya otra posibilidad.
Es como si Ezequiel hubiera profetizado la destrucción de Sodoma y Gomorra después de colocar una carga de varios kilos de c-4 debajo junto al cimiento de cada casa y cada palacio de las ciudades protagonistas de ese mito bíblico y alertara sobre la furia de dios con un detonador de radiocontrol en la mano. 
Eso no es una profecía, no es una demostración de la bondad de la ley. Es simplemente un ataque directo a la libertad educativa. Es convertir la ley de educación en un dios ex machina que crea el tipo de ciudadanos que Wert quiere que sean los españoles. No adecua la ley a la sociedad impone un cambio en la sociedad para que se adecue a la ley.
Y por si fuera poco con este don profético mal entendido y, como diría el mítico e irreverente House, auto inmune -en este caso inmune a su propia estupidez y estrechez de miras-., el coro de consejeros de educación de las comunidades del PP se disfraza de otro personaje bíblico para completar el retablo de los horrores que el Gobierno quiere dibujar en la educación española.
De repente to9dos ellos se disfrazan de Rebeca, la artera y torticera madre de Jacob, capaz de engañar al mayor de sus hijos en beneficio del otro que es de suponer que la hacía más arrumacos y carantoñas.
Porque ni cortos ni perezosos, después de haber metido la tijera hasta cortar la melena de la educación pública en sus comunidades a lo garçon con múltiples trasquilones, se descuelgan diciendo que el Estado debe especificar en esta ley la obligatoriedad de subvencionar a cualquier colegio privado para garantizar el principio de libre elección de centro.
Tienen colegios en los que la basura sale por las ventanas porque no se pagan los servicios de limpieza, centros de enseñanza si calefacción y sin dinero para comprar gasóleo, institutos que han cerrado sus laboratorios, Ampas enteras disfrazadas a la fuerza de Pepe Gotera y Otilio, pintando salones, limpiando gimnasio o arreglando verjas y elementos deportivos, alumnos limpiando sus propias aulas y acarreando la tartera con una comida que deben ingerir fría porque no hay electrodoméstico alguno para calentarla. Sus recortes han originado todo eso y se sientan a la mesa con el ministro y le exigen que sufrague ahora y para siempre la educación concertada.
Convierten a José Ignacio Wert en un Abraham que arrebata todo lo que corresponde a su primogénito, la educación pública, para dárselo a su otro hijo que, aunque también tiene derecho a lo suyo, no tendría por qué ser tratado como el prioritario, la educación concertada.
Solo que en este caso Abraham no será engañado y sabrá lo que hace porque lo único que le ceguera será su inmovilismo ideológico y su soberbia. Y la Educación Pública ni siquiera ganará un plato de lentejas a cambio de su primogenitura. Se las tendrá que traer de casa y comérselas frías. Tampoco se podíaesperar otra cosa. Ya se sabe ellos siempre se inspiran en lo sus sagradas palabras.
Y todas estas Rebecas, que pretenden sacrificar lo que le han quitado a la Enseñanza Pública en beneficio e intereses mercantilistas y de negocio de los colegios privados -y que conste que de esta definición excluyo a algunas órdenes religiosas que han hecho durante siglos de la enseñanza su signo de compromiso, aunque sea religioso-, se atreven a tremolar la palabra libertad para justificar su engaño.
No dicen una palabra cuando el alumno de 14 años ve cercenada su libertad porque se le obliga a elegir cuando no tiene los mimbres mentales suficientes para hacerlo, se mantienen callados cuando los itinerarios impermeables de Wert cercenan la libertad del estudiante adolescente de cambiar de opinión o descubrir una nueva vocación, desoyen el eco de la palabra libertad cuando los criterios de evaluación obligan a los alumnos en la nueva ley a elegir una Formación Profesional que no se va a mejorar y que no cubre sus expectativas como salida, fingen no escuchar la palabra libertad cuando el tajo en las becas salario, en las ayudas a libros o en los estudios de intercambio privan a miles de jóvenes de la posibilidad de realizar estudios universitarios para los que están capacitados.
Todo eso no tiene nada que ver con la libertad. El concepto no se maneja en esos casos.
Para los responsables de Educación en el PP solamente hay una libertad: la de ganar dinero.
Espero que por lo menos los centros religiosos a los que buscan favorecer con este curioso concepto de libertad educativa enseñen en sus aulas y en sus clases de religión -cuyas partidas presupuestarias, por cierto, no ha disminuido en ninguna comunidad del PP-, el verdadero concepto teológico de la profética oracular y el auténtico corolario del relato mítica de rebeca y la primogenitura de Jacob.
Así los que en ella estudien se darán cuenta que lo único que se puede profetizar con esta ley es un armagedón educativo que conducirá a una sociedad inculta y sin horizontes y recordarán que la historia bíblica el primogénito Esaú robado y engañado que hoy es la Enseñanza Pública termino muriendo ahorcado entre terribles sufrimientos sin haber hecho nada para merecerlo.
Nada, salvo negarse a doblegarse a la santa voluntad de dios, claro está. Y del ministro Wert, se supone.

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