Benjamin Netanyahu ha vuelto a ganar las elecciones en Israel y, aunque parezca más de lo mismo, más de un conflicto inagotable y agotador que no tiene solución salvo una paz que ningún actor del drama parece anteponer a la victoria, es algo radicalmente distinto a lo de siempre.
Pequeña y engrandecida por la fuerza del dinero y las armas y rodeada por completo de enemigos fanatizados por la miseria y el medievalismo religioso, Israel es hoy lo que el Occidente Atlántico será dentro de un tiempo. No sé cuanto, pero dentro de un tiempo.
Netanyahu ha pasado con éxito por las mismas fases que intentan ahora a la desesperada nuestros políticos para mantenerse en el poder. Mas virulentas, más excesivas, si se quiere, pero las mismas.
Empezó con el orgullo nacional -algo equivalente a la Marca España- y le vino bien, continuó con hacerse simbionte de una guerra y un grupo terrorista, en su caso Hamas, para llamar a los israelíes a sus filas electorales, para anteponer el miedo a ningún otro elemento.
Provocaba con declaraciones, forzaba acciones de castigo sin pruebas, aprobaba nuevos asentamientos ilegales, todo para forzar una reacción de los locos furiosos de Hamas y poder tremolar la sangre de sus propios muertos como reclamo electoral
¿Nos acordamos de ETA y la política electoral del PP durante su existencia e incluso ahora? Menos sangrienta pero igual de efectiva y agresiva. Solo había un problema, el terrorismo, solo había una solución, el partido que lo exhibía en su campaña.
Surtió efecto. Le eligieron
Surtió efecto. Le eligieron
Luego llegó la crisis, llegó la falta de recursos en un país que emplea un elevadísimo porcentaje de su PIB en acciones bélicas de uno u otro tipo, desde los asentamientos ilegales hasta las acciones de castigo, desde la ocupación militar hasta la vigilancia y protección del Muro de la Vergüenza.
Y cuando sus ciudadanos empezaban a preocuparse más por la miseria interior que por los escasos misiles kasam que llegaban ocasionalmente desde una Gaza aislada y controlada por la locura de Hamas, cuando empezaron a indignarse, hacer acampadas en su contra y cuestionarle que gastara recursos en los fanáticos Haredim o en los fascistas de Sión que eran los únicos que se atrevían a vivir en los asentamientos ilegales, tiró del orgullo judío, tiró de la religión.
Lanzó a la calle a los que hablaban del Pueblo Elegido y la voluntad de Yahve como aquí se pasearon por el centro de Madrid los que pedían respeto a su moral intentando imponerla sobre toda la sociedad, intentó forzar la condición de judío para ser israelí como los conservadores españoles intentaron, menos salvajemente, eso sí, hacer con su falsa moral católica.
Y le funcionó de nuevo. Le reeligieron.
Pero la crisis sigue, la miseria crece y llegan unas nuevas elecciones. Un millón de israelíes sufren desnutrición, las empresas y los comercios quiebran...
E Intenta lo de siempre y no le sale. Tira del sempiterno y últimamente omnipresente Estado Islámico -¡Vaya, como los políticos europeos!- para infundir miedo y no sube en las encuestas ¿Por qué preocuparnos de quienes matan en Damasco o Bagdad si tenemos a otros en nuestras fronteras?
Recurre a la seguridad nacional buscando enemigos subversivos internos -¡Acabáramos, cómo el nuevo ogro del radicalismo populista europeo!-, pero de pronto le crecen los enanos. O los gigantes, según se mire.
Alrededor de 180 generales y héroes de guerra, entre ellos Meir Dagan, uno de los antiguos jefes del Mosad -Ese infalible servicio secreto israelí de las películas- que más respeto inspiran, se unen para oponerse a la reelección de un hombre al que califican de amenaza contra la seguridad de Israel por sus persecuciones internas.
Y cuando eso ocurre ya no puede tirar del orgullo, de la seguridad ni del miedo recurre al arma más peligrosa y desesperada: el odio.
Jura, casi por sus gónadas externas, que nunca existirá un Estado Palestino, que nunca permitirá que los árabes que vivían allí mucho antes de que se fundara el moderno estado de Israel sean libres. Repite hasta la saciedad que si no existieran los palestinos todo el dinero empleado en lo militar se podría usar en otra cosa: "no es culpa mía, es culpa de ellos. No me odiéis a mí, odiadles a ellos", parece decir una y otra vez. Exactamente igual que hacen los locos furiosos de la yihad en el otro lado de la linea.
Y, desgraciadamente, le funciona. Le reeligen.
Le reeligen porque el odio alimenta cuando no lo hace ninguna otra cosa. Le reeligen porque es mucho mejor pensar que son los otros los culpables de nuestros males, que nuestra miseria es responsabilidad de la maldad de otros y no producto de nuestros propios errores.
Ayer en el autobús escuché a una señora decir "Sí, todos los políticos son unos capullos ladrones pero más miedo me dan esos moros que quieren matarnos a todos".
¡Vaya, aquí también ha empezado!
¿Cuánto tardará en estallar? Si votamos por los mismos motivos que los israelíes y caemos en las mismas trampas, me temo que muy poco.
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