jueves, marzo 19, 2015

Que lo sepan del padre.


En las Termophilas, Trescientos espartanos acudieron a cerrar el paso por el honor y la gloria pero 7.000 tespios, lacedemonios, locros y focenses lo hicieron para evitar que la muerte y la sangre llegara hasta sus casas, sus hijos y sus hijas.
Y en Troya, en Dunquerque, en Azincourt, Hafleur, La línea Maginot, Normandía, Bailen, Salamina, Lepanto, Tesino, Trasimeno, Montecasino, Las Ardenas, Verdún, Numancia, Estalingrado, Las Navas de Tolosa, Marathón, Banockburn, el puerto del Callao y otros tantos lugares al cabo de las eras y  al correr de los siglos puede que un puñado de reyes, generales y líderes lucharan por la gloria, la fama y la victoria. Pero miles de millones de hombres fueron a esos lugares a matar o morir para alejar la guerra de sus hijos e hijas.
Y en el lento transcurso de todos estos siglos, doblaron el espinazo durante catorce horas diarias, bajaron a la mina otras tantas sabiendo que tan solo la vida y el grisú les darían cuatro o cinco décadas para poder hacerlo y trabajaron por sueldos miserables jornadas de quince horas de lunes a domingo para que sus hijos tuvieran algo que llevarse a la boca, vestido que ponerse y techo que cubriera sus sueños.
Y arriesgaron la vida y la perdieron contra reyes y nobles, contra cargas y ejércitos, para lograr que sus hijos no vivieran pegados a la tierra como siervos sin poder cambiarse de morada, que sus hijas no pasaran la rabia y la vergüenza de una primera noche de casada celebrada con el cruel derecho de pernada.
Y vertieron su sangre para que las espaldas de sus hijos e hijas no sufrieran el látigo que sintieron sus pieles, no fueran compradas y vendidos y arrancados por siempre de sus vidas como lo fueron ellos.
Y arriesgaron su pan, su carne y su trabajo para lograr que sus hijos e hijas trabajaran tan solo diez y luego ocho horas, para que sus hijas recibieran un sueldo que no fuera tan solo un complemento a lo poco que ya ganaban sus maridos, para que sus niños no tuvieran que perder la niñez trabajando en las fábricas.
Y sacrificaron el verlos cada día por darles de comer, el acunarlos cada noche por lograr su sustento, el ver como crecían por encontrar lugares, tierras y países donde pudieran por fin hacerlo en libertad.
Y se vistieron de carne de cañón para que las balas no hirieran a sus niños, se alejaron a guardar las fronteras para que el miedo, la muerte y la tristeza no llegaran a las casas y las habitaciones donde sus hijos e hijas jugaban a la guerra en la que ellos morían.
Y murieron a cientos, a miles, a millones De pobreza, cansancio, vejez y un interminable reguero de conflictos y guerras intentando, quizás equivocados, quizás con toda la certeza que crea la verdad, que sus hijos e hijas no tuvieran que vivir ni morir como lo hacían ellos.
A lo largo del tiempo, la historia y el recuerdo, miles de millones de hombres, de padres, hicieron lo que hicieron, mataron y murieron, se alzaron y lucharon, resistieron y trabajaron, lloraron y sangraron, por amor a sus hijos.
Aunque nunca les dieran de mamar, les parieran ni supieran cambiarles los pañales.
Que, ¿a qué viene toda esta diatriba en este día?
Por si a alguno o alguna se le ocurre -que se le ocurrirá- hablar del pérfido patriarcado antes de que se acabe la jornada.
¡Que a nosotros, los padres, no nos da por tocar los ovarios el Día de la Madre!
¡Feliz Día del Padre a todos, vivos o muertos, que han intentado serlo como mejor pudieron o supieron!

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