Parecerá reiterativo y casi redundante; se antojará digno de un buen síndrome de Casandra sin diagnosticar o de un complejo profético fallido, pero no es nada de eso.
Es simplemente algo a lo que debemos acostumbrarnos.
Estamos en guerra y en las guerras todos los días hay un parte de guerra. Y los nuestros se cuentan por derrotas.
Hoy le toca a Londres.
Un enfermo mental coge un cuchillo y la emprende a cuchilladas en plena calle con todo transeúnte que se encuentra. Mata a una mujer, hiere a otras cinco a algunas de ellas casi mortalmente y es detenido antes de que prosiga con su carnicería.
No tiene nada que ver con los locos del falso califato; no tiene nada que ver con la guerra distribuida y atomizada en la que estamos inmersos por mor de nuestra incapacidad para gestionar la paz en beneficio global y no propio.
No tiene nada que ver con nada, pero nosotros no lo sabemos y hacemos lo que ya nos hemos acostumbrado a hacer. Llenamos las redes sociales de hashtag con la palabra atentado o terrorismo o cualquier otra que sirva de paupérrimo eufemismo de "acción bélica" o "ataque enemigo".
Misma reacción de siempre, misma derrota de siempre.
No tiene nada que ver con comandos enemigos infiltrados en nuestros países occidentales atlánticos, no tiene nada que ver con mentes desesperadas o enfermas reclutadas por nuestros enemigos para sus fines, pero los gobernantes y la policía británica no lo sabe y tarda lo que se tarde en descolgar un teléfono en desplegar un operativo armado de Estado de Sitio por las calles de Londres. Ni más ni menos que en Inglaterra, donde hace poco tiempo los policías ni siquiera iban armados por la calle.
Misma respuesta. Misma derrota.
De nuevo desde la lejanía y hasta con la más absoluta inacción nos cambian el paso por no saber dejar de ser como siempre hemos sido, por no querer controlar nuestra visceralidad y nuestro miedo.
Tenemos que pararnos y respirar. Tenemos que usar esa racionalidad de la que estamos tan orgullosos cuando queremos y no inundar las redes de algo que no existe y no clamar contra algo que no se ha producido. Nuestros gobernantes y nuestros servicios de seguridad tienen que darse un tiempo mínimo para analizar las situaciones, recabar datos y actuar en consecuencia.
Tenemos que ser responsables en nuestras reacciones aunque la responsabilidad sea algo que nos cueste tanto asumir y desarrollar.
Porque si no lo hacemos seguiremos perdiendo cada día, seguiremos dando a nuestro enemigo el poder de provocarnos terror hasta sin hacer nada. Cada muerte pública, cada asesinato, cada homicidio será una granada de fósforo blanco que nos queme las entrañas y nos ciegue lanzándonos al miedo. Cada muerte violenta será una victoria de aquellos que están en guerra con nosotros.
Porque ahora pensamos "menos mal, ha sido un loco desequilibrado y no un atentado" y consideramos que ese asesinato, que esos cinco heridos graves son asumibles simplemente porque son solo "víctimas", no son "bajas de guerra".
Y eso también es una derrota.
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